Historia:
Las huellas históricas de esta localidad nos aportan un gran cúmulo de información, en especial la referente a la sublevación morisca de las Alpujarras. El crecimiento de época cristiana lo generó el aumento de población: de 200 vecinos en el siglo XVI, como recogen los documentos de pleitos sobre aguas y el Libro de Apeo, lo que se puede estimar en unos 900 habitantes, Abla pasó a unos 1.600 a mediados del siglo XVIII.
Paralelo al aumento ganadero y de superficie agrícola, crece, según Tapia, de 209 a 316 casas, más las nuevas cortijadas y los casi 150 cortijos recogidos por el Catastro de Ensenada en todo el término. Mediado el siglo XIX, 1860, son 496 casas, y 2.421 habitantes en el actual término. El Nomenclátor de 1930 cifra 2.566 pobladores, pero sólo el 68,5 por 100 residen en el núcleo, en 470 viviendas. Tras la Guerra Civil, la población se mantuvo, y después descendió. La oleada de emigrantes que fijaron su meta en las capitales provinciales sacudió también a Abla. La diáspora de los años 60 y 70, nutrida de personas en edad de trabajar, dejó 1.571 habitantes en 1981, al tiempo que el núcleo absorbió el 95 por 100 de la población municipal.
Un pueblo con más casas y menos residentes fijos, con alta proporción de ancianos, mucho campo abandonado, de secano y regadío. Pero aumentaron los servicios nuevos y se consolidaron los antiguos. Los datos de 1991 dan un total de 1.581 habitantes (95 por 100 en el núcleo); la recuperación leve contrasta con el aumento de viviendas más violento jamás conocido (157 más que en 1981, llegando a 680). Situación camuflada por el intenso movimiento de ida y vuelta de propios y ajenos, que lleva a plétoras periódicas cortas con la presencia de los urbanitas. Efectivamente, la última expansión ha cambiado la faz del pueblo por su entrada. Se realiza en la carretera principal y en sus cruces con los caminos a ambas sierras: el de Caniles, con almacenes, piscinas y viviendas de diversa tipología (el factor hidráulico parece haber actuado sobre la localización desde siempre), y el de Tices, nuevo centro en la oferta de servicios, especialmente al viajero, algunos de fama y reputación merecida, con edificios que ponen cerco al túmulo romano que aquí llaman la Ermita de los Moros.
Se reanudan las consecuencias de ser una encrucijada de la que parten y llegan caminos y viajeros. Con ellos llegaron las innovaciones en el campo y en el pueblo. Y se sumó al paisaje de la Plaza Mayor, resumen de la Abla que se desvanece, la imagen del área de La Carretera, donde está la Abla nueva.
Paralelo al aumento ganadero y de superficie agrícola, crece, según Tapia, de 209 a 316 casas, más las nuevas cortijadas y los casi 150 cortijos recogidos por el Catastro de Ensenada en todo el término. Mediado el siglo XIX, 1860, son 496 casas, y 2.421 habitantes en el actual término. El Nomenclátor de 1930 cifra 2.566 pobladores, pero sólo el 68,5 por 100 residen en el núcleo, en 470 viviendas. Tras la Guerra Civil, la población se mantuvo, y después descendió. La oleada de emigrantes que fijaron su meta en las capitales provinciales sacudió también a Abla. La diáspora de los años 60 y 70, nutrida de personas en edad de trabajar, dejó 1.571 habitantes en 1981, al tiempo que el núcleo absorbió el 95 por 100 de la población municipal.
Un pueblo con más casas y menos residentes fijos, con alta proporción de ancianos, mucho campo abandonado, de secano y regadío. Pero aumentaron los servicios nuevos y se consolidaron los antiguos. Los datos de 1991 dan un total de 1.581 habitantes (95 por 100 en el núcleo); la recuperación leve contrasta con el aumento de viviendas más violento jamás conocido (157 más que en 1981, llegando a 680). Situación camuflada por el intenso movimiento de ida y vuelta de propios y ajenos, que lleva a plétoras periódicas cortas con la presencia de los urbanitas. Efectivamente, la última expansión ha cambiado la faz del pueblo por su entrada. Se realiza en la carretera principal y en sus cruces con los caminos a ambas sierras: el de Caniles, con almacenes, piscinas y viviendas de diversa tipología (el factor hidráulico parece haber actuado sobre la localización desde siempre), y el de Tices, nuevo centro en la oferta de servicios, especialmente al viajero, algunos de fama y reputación merecida, con edificios que ponen cerco al túmulo romano que aquí llaman la Ermita de los Moros.
Se reanudan las consecuencias de ser una encrucijada de la que parten y llegan caminos y viajeros. Con ellos llegaron las innovaciones en el campo y en el pueblo. Y se sumó al paisaje de la Plaza Mayor, resumen de la Abla que se desvanece, la imagen del área de La Carretera, donde está la Abla nueva.