En nombre de mi hermano Jose Antonio envío este texto que me ha entregado y que había escrito hace sólo unos días. Prometí que enviaría historias de estas tierras, creo que ésta que cuenta mi hermano debe ser conocida por aquellos que aman estas tierras
“UN PARAÍSO SOÑADO, RODALQUILAR”
Sí, Rodalquilar, hoy centro del Parque Natural de Cabo de Gata fue, es y seguirá siendo siempre mi paraíso.
Sí, en ese pueblo minero, también de campesinos y pastores con unas tierras agrestes plantadas de higueras y chumberas he pasado los veranos de mi infancia y el resultado ha sido fascinante.
El verano empezaba en Níjar, el pueblo de mis padres, con los preparativos del viaje. Recuerdo, los primeros viajes tan exóticos, en unos carros, donde íbamos apiñados bártulos y personas. Un viaje que duraba toda una noche, amaneciendo llegábamos a “la cuesta de Bornos” que por su peligro teníamos que hacer a pie, cualquier desliz de las caballerías podía ser desastroso. Al terminar la cuesta ya estábamos casi en nuestro cortijo.
Un cortijo, a unos trescientos metros de la playa y que estaba lleno de incomodidades; sólo tres dormitorios y un espacio más amplio donde había una gran cocina de leña. En un gran porche en la calle, cubierto de hierbas secas, al que llamábamos “la enramá”, hacíamos casi toda la vida. No había luz eléctrica, ni agua corriente. El agua de beber había que traerla de un viejo aljibe.
Lo maravilloso de los veranos era la intensidad con que vivíamos allí; todo se organizaba para disfrutar del verano.
Nuestro “Playazo”, una playa grande de arena fina, que teníamos para disfrutar nosotros solos. La playa y todos los alrededores accesibles eran nuestros: la pequeña playa del castillo, el embarcadero de la mina, la pequeña cala de los “ruejos”, los Caletones (unos embarcaderos) y el Castillo.
El castillo, que ahora llaman de San Fernando, con una hermosa vista hasta el Cabo de Mesa Roldán (Carboneras), entonces estaba deshabitado y casi en ruinas y era nuestro castillo y sobre el que imaginábamos exóticas aventuras.
Algunos días especiales y como premio de algo, subíamos al cortijo después de la puesta de sol y cenábamos en la playa: “tortilla de patatas rebozada de arena”.
“Capitán Loyola”, nuestro barco; era un pequeño, pero pesado, barquito de remos.
¡Cuánto lo hemos disfrutado mi hermano y yo!
En los días de calma chicha y antes de amanecer, salíamos a maricas por los alrededores. Cogíamos en abundancia cangrejos, lapas y “gurugaos”: el toque exquisito para nuestra comida.
Aquel barquito de remos me permitió conocer en detalle toda aquella costa. Sitios inolvidables y de belleza salvaje; Las Negras, Cueva de las Palomas, el Bergantín, Cueva de las Chopas, la Maromica, y…
“La Punta de la Polacra”. Le tenía pánico a ese lugar, agua muy oscura y siempre alborotada, nunca en calma, que rompía contra un enorme islote negro. Un acantilado caía sobre una pequeña cala de ruejos.
Se contaba, los nativos y mi padre, que en ese lugar había embarrancado un barco, “el Guaruja”; sus tripulantes se habían salvado trepando por el acantilado. Los nativos del lugar ayudaron a los tripulantes, pero aprovecharon para desvalijar el buque. No había nativo que no presumiera de tener en su casa algún trofeo del Guaruja.
Había excursiones fijas por tierra, que todos los años repetíamos:
*La Torre de los Lobos, desde donde se divisaba todo el Mediterráneo.
*Playa del Carnaje, en calma durante los temporales de levante.
*La Isleta del Moro, otro paraíso para vivir, una pequeña aldea de pescadores.
*Las Hortichuelas, un oasis verde entre aquellas tierras tan áridas. Tenía una fuente de agua y allí se cultivaban los mejores pimientos y tomates de toda la región.
Cuando hoy saco aquellos recuerdos, no sé qué me excita más, si la vida salvaje y exótica que allá hacía o las historias fantásticas que allí oí contar.
Todas las noches, bajo “la enramá”, mi padre, mis tías y los aparceros nos narraban historias del lugar y sus habitantes que todos los años repetían de modo diferente.
-El viejo torreón en ruinas, junto al cortijo estaba encantado durante la noche y era centro de reunión y conspiración de viejos fantasmas del lugar: historias de malhechores, contrabandistas, conjuras políticas, amores desgraciados, etc. Mi padre nos decía que una muy conocida escritora en los ambientes literarios madrileños, nativa del lugar “Colombine”, había escrito sobre ellos.
-Había otros lugares y playas fantásticas que no eran, entonces, accesibles para nosotros, pero que llegamos a conocer en detalle. En su niñez, mi padre acudía a otro pequeño cortijo, “Ricardillo”, desde el que sí eran accesibles esos lugares: “Cala Hernández”, “El Plomo” y, sobre todo, la Playa de San Pedro.
-La historia del valor y el coraje del tío Frasquito. San Pedro, muy cerca de Ricardillo. Un vergel, con agua natural y una playa fantástica muy cerrada a los vientos, salvo el lebeche. Por entonces, era una pequeña aldea de pescadores cuando fue azotada por un fuerte temporal de lebeche. Las olas batían fuertemente contra las embarcaciones. Sólo el tío Frasquito tuvo el valor suficiente para, en pleno temporal, contra el viento y las olas, tomar su barco y salirse a mar abierto. Fue la única embarcación que se salvó.
Podía seguir con aquellos veranos de Rodalquilar. Hoy ya no paso mis veranos en esas tierras, pero acudo allí con frecuencia; necesito revivir esos veranos. Sigo sintiendo pavor cuando paso por la Polacra y ya conozco aquellos otros lugares, de los que tanto oí hablar: las ruinas de Ricardillo, San Pedro, El Plomo, Cala Hernández, etc. Evidentemente, todo está cambiado y diferente; pero, a pesar de la naturaleza humana, capaz de destruir lo más bello, todavía sigo viendo allí un paraíso, “mi paraíso añorado”.
También busqué y encontré a “Colombine”, Carmen de Burgos, una mujer luchadora contra su época y que tuvo unos amores desgraciados con Ramón Gómez de la Serna que escribió:
En ese magnífico Rodalquilar, en uno de sus grandes cortijos, del que era dueña, nació Carmen”.
He leído sus cuentos y, en algunos, he encontrado las mismas historias fantásticas que contaba mi padre.
“UN PARAÍSO SOÑADO, RODALQUILAR”
Sí, Rodalquilar, hoy centro del Parque Natural de Cabo de Gata fue, es y seguirá siendo siempre mi paraíso.
Sí, en ese pueblo minero, también de campesinos y pastores con unas tierras agrestes plantadas de higueras y chumberas he pasado los veranos de mi infancia y el resultado ha sido fascinante.
El verano empezaba en Níjar, el pueblo de mis padres, con los preparativos del viaje. Recuerdo, los primeros viajes tan exóticos, en unos carros, donde íbamos apiñados bártulos y personas. Un viaje que duraba toda una noche, amaneciendo llegábamos a “la cuesta de Bornos” que por su peligro teníamos que hacer a pie, cualquier desliz de las caballerías podía ser desastroso. Al terminar la cuesta ya estábamos casi en nuestro cortijo.
Un cortijo, a unos trescientos metros de la playa y que estaba lleno de incomodidades; sólo tres dormitorios y un espacio más amplio donde había una gran cocina de leña. En un gran porche en la calle, cubierto de hierbas secas, al que llamábamos “la enramá”, hacíamos casi toda la vida. No había luz eléctrica, ni agua corriente. El agua de beber había que traerla de un viejo aljibe.
Lo maravilloso de los veranos era la intensidad con que vivíamos allí; todo se organizaba para disfrutar del verano.
Nuestro “Playazo”, una playa grande de arena fina, que teníamos para disfrutar nosotros solos. La playa y todos los alrededores accesibles eran nuestros: la pequeña playa del castillo, el embarcadero de la mina, la pequeña cala de los “ruejos”, los Caletones (unos embarcaderos) y el Castillo.
El castillo, que ahora llaman de San Fernando, con una hermosa vista hasta el Cabo de Mesa Roldán (Carboneras), entonces estaba deshabitado y casi en ruinas y era nuestro castillo y sobre el que imaginábamos exóticas aventuras.
Algunos días especiales y como premio de algo, subíamos al cortijo después de la puesta de sol y cenábamos en la playa: “tortilla de patatas rebozada de arena”.
“Capitán Loyola”, nuestro barco; era un pequeño, pero pesado, barquito de remos.
¡Cuánto lo hemos disfrutado mi hermano y yo!
En los días de calma chicha y antes de amanecer, salíamos a maricas por los alrededores. Cogíamos en abundancia cangrejos, lapas y “gurugaos”: el toque exquisito para nuestra comida.
Aquel barquito de remos me permitió conocer en detalle toda aquella costa. Sitios inolvidables y de belleza salvaje; Las Negras, Cueva de las Palomas, el Bergantín, Cueva de las Chopas, la Maromica, y…
“La Punta de la Polacra”. Le tenía pánico a ese lugar, agua muy oscura y siempre alborotada, nunca en calma, que rompía contra un enorme islote negro. Un acantilado caía sobre una pequeña cala de ruejos.
Se contaba, los nativos y mi padre, que en ese lugar había embarrancado un barco, “el Guaruja”; sus tripulantes se habían salvado trepando por el acantilado. Los nativos del lugar ayudaron a los tripulantes, pero aprovecharon para desvalijar el buque. No había nativo que no presumiera de tener en su casa algún trofeo del Guaruja.
Había excursiones fijas por tierra, que todos los años repetíamos:
*La Torre de los Lobos, desde donde se divisaba todo el Mediterráneo.
*Playa del Carnaje, en calma durante los temporales de levante.
*La Isleta del Moro, otro paraíso para vivir, una pequeña aldea de pescadores.
*Las Hortichuelas, un oasis verde entre aquellas tierras tan áridas. Tenía una fuente de agua y allí se cultivaban los mejores pimientos y tomates de toda la región.
Cuando hoy saco aquellos recuerdos, no sé qué me excita más, si la vida salvaje y exótica que allá hacía o las historias fantásticas que allí oí contar.
Todas las noches, bajo “la enramá”, mi padre, mis tías y los aparceros nos narraban historias del lugar y sus habitantes que todos los años repetían de modo diferente.
-El viejo torreón en ruinas, junto al cortijo estaba encantado durante la noche y era centro de reunión y conspiración de viejos fantasmas del lugar: historias de malhechores, contrabandistas, conjuras políticas, amores desgraciados, etc. Mi padre nos decía que una muy conocida escritora en los ambientes literarios madrileños, nativa del lugar “Colombine”, había escrito sobre ellos.
-Había otros lugares y playas fantásticas que no eran, entonces, accesibles para nosotros, pero que llegamos a conocer en detalle. En su niñez, mi padre acudía a otro pequeño cortijo, “Ricardillo”, desde el que sí eran accesibles esos lugares: “Cala Hernández”, “El Plomo” y, sobre todo, la Playa de San Pedro.
-La historia del valor y el coraje del tío Frasquito. San Pedro, muy cerca de Ricardillo. Un vergel, con agua natural y una playa fantástica muy cerrada a los vientos, salvo el lebeche. Por entonces, era una pequeña aldea de pescadores cuando fue azotada por un fuerte temporal de lebeche. Las olas batían fuertemente contra las embarcaciones. Sólo el tío Frasquito tuvo el valor suficiente para, en pleno temporal, contra el viento y las olas, tomar su barco y salirse a mar abierto. Fue la única embarcación que se salvó.
Podía seguir con aquellos veranos de Rodalquilar. Hoy ya no paso mis veranos en esas tierras, pero acudo allí con frecuencia; necesito revivir esos veranos. Sigo sintiendo pavor cuando paso por la Polacra y ya conozco aquellos otros lugares, de los que tanto oí hablar: las ruinas de Ricardillo, San Pedro, El Plomo, Cala Hernández, etc. Evidentemente, todo está cambiado y diferente; pero, a pesar de la naturaleza humana, capaz de destruir lo más bello, todavía sigo viendo allí un paraíso, “mi paraíso añorado”.
También busqué y encontré a “Colombine”, Carmen de Burgos, una mujer luchadora contra su época y que tuvo unos amores desgraciados con Ramón Gómez de la Serna que escribió:
En ese magnífico Rodalquilar, en uno de sus grandes cortijos, del que era dueña, nació Carmen”.
He leído sus cuentos y, en algunos, he encontrado las mismas historias fantásticas que contaba mi padre.