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RODALQUILAR: Gracias Manuel por tu felicitación. Siento satisfacción...

Hoy os quiero contar un cuento que se me acaba de ocurrir.
Había una vez un hombre que vivía en un pueblo lejano, apartado de los pueblos grandes, lejos de todo y donde no era fácil llegar. En aquel pueblo que llamaban Paraíso, había unos preciosos amaneceres, lucía el sol con intensidad y aunque alguna vez llovía, al poco rato volvía a salir el sol, por eso siempre estaban los niños jugando en la calle aunque fuera invierno. Allí todo era paz y tranquilidad, todos se conocían y se ayudaban. Las noches tenían el cielo estrellado más bonito que se pueda ver, y cuando lo mirabas, daba la sensación de que era una cúpula llena de lucecitas y caías en la cuenta de lo pequeño que es uno y de la inmensidad del universo.
Cuando este hombre, que velaba por la paz, la seguridad y la tranquilidad, se fue del pueblo, los niños que allí vivían no lo echaron de menos y siguieron con sus juegos y yendo a la escuela y creciendo.
De pronto un día ocurrió una catástrofe para aquel pueblo y, esos niños con sus padres, se tuvieron que ir de allí porque ya no había trabajo. Cogieron su equipaje y llorando, al despedirse de sus amiguitos, se fueron a vivir a otros lugares, abandonando las casas en que habían vivido y habían sido felices hasta entonces, quedando el pueblo casi desierto.
Algunos encontraron trabajo pronto en la capital y se quedaron a vivir allí, aunque estaban lejos de su Paraíso. Al ser la ciudad más grande que el pueblo, tampoco podían ver a sus amigos cuando querían. Otros se tuvieron que ir más lejos, a otras ciudades, algunos incluso a otros países y por eso no podían ver a los que habían sido sus amigos y tampoco a sus familias.
Todos añoraban su Paraíso y su forma de vida anterior, así como a sus familias y amigos. Se acordaban unos de otros, pero no tenían forma de ponerse en contacto, porque todos habían salido del pueblo a la misma vez y, al no saber hacia dónde se encaminaban y dónde pararían, no pudieron darse la dirección unos a otros para poderse escribir y así tener noticias.
Durante muchos años, lo pasaron mal recordando el tiempo pasado y, sin poder comunicar a sus amigos las penas o las alegrías y, ni siquiera cuando algún pariente moría.
Aquellos niños fueron creciendo y se hicieron hombres y aunque ya tenían otros amigos y otra vida en distinto lugar, seguían recordando aquel Paraíso que fue su pueblo hacía ya muchos años.
Y ocurrió que aquel hombre que había vivido allí y se marchó de Paraíso sin que nadie se diera cuenta, se enteró de la diáspora que había sufrido aquella gente y pensó mucho en ello, en lo mal que lo estarían pasando aquellos niños, que en Paraíso jugaban en la calle, sin poder ver más a sus amiguitos. También pensaba en lo triste y solitario que se había quedado aquel precioso pueblo, sin las alegres voces de esos niños y el ajetreo diario de los mayores. Ya no resonaba el eco frente al Chorreón de Pavón, ya no había alegres baños en la playa del Playazo.
Un día, dando un paseo por la playa de la isla donde este hombre se fue a vivir, iba ensimismado con esos pensamientos que le apesadumbraban, sin parar de darle vueltas en la cabeza, y el mar que lo vio tan triste se apiadó de él, y queriendo ayudarle, encargó a las olas que dejaran en la orilla un objeto que sirviera para quitarle la tristeza.
El hombre vio que a lo lejos en la orilla brillaba algo y se acercó a ver qué era aquello que brillaba con tanto fulgor. Cuando llegó junto al objeto vio que era un altavoz muy brillante y especial que el mar había sacado a la orilla. Al comprobarlo, observó que funcionaba y que era capaz de oírse en todo el mundo porque era un altavoz mágico, y pensó, “si yo hablo por este altavoz me podrán escuchar todos aquellos niños y podré hacer que se pongan en contacto para que sepan los unos de los otros y hasta para que se pongan de acuerdo y se puedan volver a ver”.
Y conforme lo pensó, lo hizo. Habló por el altavoz y dijo este mensaje: “llamo a todas las personas que hace muchos años vivieron en Paraíso, para hacerles saber que, hay un cartero muy rápido que todos los días pasa por todas las casas, y al cual desde ahora le podéis entregar vuestros mensajes, que él hará que los que fueron vuestros conocidos tengan noticias vuestras. No dejéis de escribirlos y entregarlos al cartero”.
Eso se escuchó en todo el mundo, y esos niños que ya eran hombres, al conocer el mensaje de aquel buen hombre, empezaron a escribir y a retomar el contacto después de tantos años, pues ya habían pasado cuarenta y cinco desde que se fueron.
El pueblo ya no estuvo tan triste a partir de entonces, pues aquellos niños que salieron de Paraíso ya tenían hijos y nietos, que en vacaciones volverían a usar las calles del pueblo, y a jugar y a corretear por ellas, sus voces de niño volverían a resonar en aquel hermoso valle, llenándolo de alegres notas llevadas por el aire, y sus padres les enseñarían dónde estaba el Chorreón de Pavón para que escucharan el eco, y a bañarse alegremente en el Playazo, en La Higuerita o en Piedra Negra. Con lo cual, el buen hombre, que ya era un ancianito bonachón, se sintió más feliz, porque hacer el bien a los demás produce gran satisfacción y felicidad, y pensó “nunca es tarde si la dicha es buena”.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
No sé si os habrá gustado el cuento que acabo de idear, pero lo he escrito con la mejor voluntad y se lo quiero dedicar a Leocadio Bordón Palenzuela, para mí el personaje central del cuento.
Como casi siempre, mando un cordial saludo a todo el foro, tanto activos como pasivos.
Gildo.

Hola Hermenegildo: ante todo tengo que felicitarte por tu gran imaginación. Me ha gustado tu cuento que está basado en hechos reales de aquella época de nuestra infancia. Te felicito también, por ese mensaje tan lleno de romanticismo piropeando a nuestras mujercitas de nuestra época de juventud. ¡Dices verdad al referirte a que aquellas jóvenes mujeres tenían algo especial que superaban en belleza a las mas guapas del mundo!
¡Vivan las mujeres de Rodalquilar, lo mas bonito del mundo!
Saludos a tod@s de Manuel Méndez

Gracias Manuel por tu felicitación. Siento satisfacción al saber que te gusta lo que escribo acerca de nuestro pueblo. Yo seguiré escribiendo conforme pueda hacerlo.
Un afectuoso saludo de Gildo.