Aprovecho este parón del foro para felicitar, de corazón, a todos sus componentes en estas Navidades.
También para darle públicamente las gracias a: Adriana Torres y Manuel Ruiz-Funes, Francisco Hernández Ortiz, Leocadio Bordón, Ramón Pérez, Antonio Felices, Manuel Méndez y Gines Torres, por su ayuda en la elaboración y corrección del libro " EL Cortijo de la Mora"
Les mando, a todos ustedes, un cuento como regalo.
A mi me interesa la gente que brinda su corazón. A todos ellos va dedicado.
EL VIAJERO
(Cuento de Navidad)
El viajero conocía París desde siempre.
El cielo gris, los techos de pizarra, el frío, los árboles desnudos, el brillo del pavimento de pavés mojado y aquella fina lluvia le encantaban.
Faltaba una semana para la Navidad de 1964.
Cruzó el Pont Neuf y caminó hacia la Catedral de Notre Dame, entró y vio que había mucha gente, se sentó y pidió por la salud de todos los niños.
El sonido de unas conocidas notas musicales se colaba por la puerta cuando algún feligrés entraba o salía. La música, sin ninguna duda, procedía de una guitarra española. El que la tocaba parecía estar muy triste.
Se levantó y salió a la plaza. El músico era un chico rubio de unos veinte años: “No tiene aspecto de español”. Pasó por su lado, anduvo cinco o seis pasos y entonces oyó la copla que, en armonía con las notas de la guitarra, el chico cantaba: ”Ese chico es de Almería”
― “ ¡Cielo santo! ¡Es una copla de Carmen de Burgos!―. Exclamó el viajero.
Volvió sobre sus pasos y se acercó. El guitarrista llevaba un abrigo de lana, pantalones muy usados pero limpios, camisa blanca y un jersey de lana hecho en casa. Tenía la cara despejada y era de mirada despierta.
Sus manos se movían con agilidad y sacaban de la guitarra lo que su alma sentía. En la gorra que tenía delante, había ocho o diez francos.
Al notar que el viajero estaba parado delante de él, levantó la cabeza y dejó de tocar.
― Bonjour, monsieur…
― Un francés, a menos que sea un experto en literatura española de principio del siglo XX, no canta una copla de Carmen de Burgos-― el viajero lo dijo en castellano―. Y menos aún, tocando la guitarra y recitando con ese deje de Almería, ¿me equivoco en algo?
― No señor…no se equivoca. Soy de Rodalquilar.
― ¿Ves?― Continuó el viajero―. ¿Qué haces pidiendo? ¿Estás sin trabajo? ¿Cómo te llamas?
― Señor, me llamo José Montes y estoy estudiando el tercer año de Filología francesa en la Sorbona. Lo hago con una beca que me concedió la Universidad de Granada y, para reducir gastos, vivo con otros tres estudiantes en un piso…Mmmm…― el chico, ya no paró― mi madre, según me cuenta en una carta mi vecino de Rodalquilar, tiene una neumonía y no tengo dinero para volver a España. ¿Sabe?, en mi casa hay poco dinero… Mi padre se deja la vida en la mina para sacar adelante a mi madre y a mis dos hermanitos… Mi vecino dice que temen por la vida de mi madre…Quiero llegar antes de que se muera… ¿me entiende, señor?
Estoy pidiendo para procurarme el billete. La beca me llega justo para mantenerme y para pagar la parte del alquiler… no puedo tocar ni un franco de la beca.
― Te entiendo―. No dijo más; se metió la mano en el bolsillo del abrigo, sacó tres francos y los echó en el gorro. Se ajustó el sombrero, que le dejaba la cara medio en sombras, y desapareció embutido en su abrigo oscuro.
Pasada una hora, poco más o menos, el viajero volvió y, sin decir palabra, echó un sobre blanco en el gorro del muchacho. Cuando José levantó la vista, el viajero ya doblaba la esquina de la torre norte de la catedral. Se levantó y, con el sobre en la mano, corrió hacia allí. Cuando llegó, no había ni rastro del viajero.
La lluvia lo estaba empapando y, con cierta prisa, volvió al lugar donde había dejado la guitarra. Se sentó, abrió el sobre y sacó unas cartulinas:
― ¡Un billete de tren de París a Barcelona y otro de Barcelona a Málaga! ¡De ida y vuelta!
Además, había dos billetes de mil pesetas en el fondo del sobre.
El chico se balanceaba de puro nervio. No daba crédito a lo que le estaba pasando. ¿Quién era aquel hombre al que no había visto bien la cara? ¿Qué motivo le llevaba para ayudarle de aquella forma? Recogió el gorro con los pocos francos y, sin sentir la lluvia, fue a por los libros que había dejado en su pupitre de la biblioteca.
En la mesa que estaba inmediatamente detrás, estudiaba un chico moreno, alto y delgado. Levantó la cabeza al apreciar el nerviosismo y los rápidos movimientos de José. Su llamada telefónica había provocado el efecto deseado. Nunca había hablado con él. Lo admiraba. Cuando él llegaba a la biblioteca, José ya estaba estudiando y, cuando se iba al dormitorio, aún seguía allí. Últimamente lo había visto llorar y releer una carta, lo oía murmurar en castellano, pero nunca le había dirigido la palabra. Era algo muy grave relacionado con su madre.
― ¿Qué pasa, José Montes?
La pregunta, con su nombre y en castellano, sorprendió al muchacho. Se giró; sí, era el chico bien vestido de siempre. Su deje era inconfundible.
― ¡Eres andaluz!― Contestó José.
― Sí, igual que tú. Soy de Ohanes en la provincia de Almería Me llamo Luis Morillas. Mi padre tiene muchos viñedos …Sé cómo te llamas por los apuntes que dejas en el pupitre.
― Me voy a mi pueblo… ¡ya!
― ¿De dónde eres?
― Soy de Rodalquilar. Mi madre está muy enferma y me dicen, por carta, que va morir… Mi padre no tiene dinero para las medicinas que necesita… ¡Pobrecita! ¡Quiero llegar antes de que se muera! …Estoy así de nervioso porque hoy se ha cruzado en mi camino un hombre que me ha facilitado los billetes de tren para ir a mi casa… ¡Es un milagro! No sé quién es…aparece y desaparece.
― José, ¿qué le pasa a tu madre? Te he visto llorar...
― Tiene una pulmonía. Está delicada de los bronquios desde hace muchos años.
― ¡Que tengas suerte, hombre!
― Gracias. Adiós, Luis Morillas.
― Adiós, José Montes.
***
Luis Morillas, al poco, hizo una segunda llamada telefónica.
***
Dos días después.
Un Seat 1500 negro paró delante de la casa de José Montes padre. El chófer bajó y tocó en la puerta. Llevaba un paquete en las manos.
― Buenos días, ¿es la casa de José Montes?
José contestó sin dejar de mirar al señor que estaba sentado en el asiento de atrás de aquel cochazo:
― Sí, soy yo.
― Mi jefe me encarga que le dé este paquete de medicinas que, según don Juan el médico, le hacen falta a su esposa.
― Pero yo no tengo dinero…
― Don Luis Morillas no le va a cobrar nada… ¡cójalas, hombre!
José volvió a mirar al hombre que estaba sentado en el asiento de atrás del aquel poderoso coche negro. No pudo verle la cara porque llevaba un sombrero que ocultaba gran parte de ella.
En cuanto José tuvo el paquete en las manos, el chófer se subió en el coche y salió de las Casas Nuevas.
***
Cuando el tren pasó por la estación de Sagunto, José tuvo una visión que le erizó el vello del cuerpo. Al mirar por la ventanilla, se quedó helado al ver al misterioso hombre del abrigo oscuro con el sombrero calado, que estaba de pie en el andén y, a su lado, un gran coche negro.
― Son imaginaciones mías… ¡no puede ser!
Su cuerpo no volvió a la calma en varias horas.
***
El largo viaje se acabó cuando el correo de Almería, viejo cacharro petardeante, llegó a Rodalquilar cuatro días después de su salida de París. Se bajó en la esquina del bar El Pintao y anduvo rápido hacia las Casas Nuevas.
José traspasó el umbral de la puerta de su casa y se encontró a su padre, en el comedor, que lo miraba con los ojos muy abiertos y que no pudo evitar un:.
-― Chiquillo, ¡qué alegría!-. José padre, desde que recibió el paquete con las medicinas que necesitaba su mujer, ya no se sorprendía de nada. Abrazó con desesperación a su buen hijo.
-― Recibí una carta en la que me decían que la mama estaba muy enferma y me he venido…Papa, un señor me facilitó billetes de tren y dinero para que volviera a casa... La mama, ¿está bien?- José, sin dejar de hablar, se dirigió a la habitación del matrimonio.
Su madre que estaba acostada, lo recibió con una sonrisa en su demacrada cara. José se sentó en el borde de la cama y la besó mil veces.
― ¡Ay, Joseíco mío!... El Señor ha visitado esta casa y nosotros no se lo hemos agradecido…
― ¿Qué dices, mama?
Entonces, habló el padre.
― Hace tres días vino un coche con un señor llamado don Luis Morillas, al que no pude ver la cara, y nos trajo las medicinas que tanto bien le están haciendo a la mama.
― Don Luis Morillas, dices... ¿Llevaba un sombrero muy calado?
― Niño, ¿cómo lo sabes? ¿Es que sabes quién era?
Joseíco sonrió, pensó, se guardó la respuesta y disfrutó de aquellas inesperadas y alegres vacaciones navideñas con su querida familia.
En enero, su madre estaba curada y José Montes volvió a retomar sus estudios en París.
No encontró a Luis Morillas en la biblioteca y no volvió a ver al viajero; sin embargo, lo sintió cerca, muy cerca el resto de sus días.
Felices fiestas a todos
Manuel Ortiz Requena
También para darle públicamente las gracias a: Adriana Torres y Manuel Ruiz-Funes, Francisco Hernández Ortiz, Leocadio Bordón, Ramón Pérez, Antonio Felices, Manuel Méndez y Gines Torres, por su ayuda en la elaboración y corrección del libro " EL Cortijo de la Mora"
Les mando, a todos ustedes, un cuento como regalo.
A mi me interesa la gente que brinda su corazón. A todos ellos va dedicado.
EL VIAJERO
(Cuento de Navidad)
El viajero conocía París desde siempre.
El cielo gris, los techos de pizarra, el frío, los árboles desnudos, el brillo del pavimento de pavés mojado y aquella fina lluvia le encantaban.
Faltaba una semana para la Navidad de 1964.
Cruzó el Pont Neuf y caminó hacia la Catedral de Notre Dame, entró y vio que había mucha gente, se sentó y pidió por la salud de todos los niños.
El sonido de unas conocidas notas musicales se colaba por la puerta cuando algún feligrés entraba o salía. La música, sin ninguna duda, procedía de una guitarra española. El que la tocaba parecía estar muy triste.
Se levantó y salió a la plaza. El músico era un chico rubio de unos veinte años: “No tiene aspecto de español”. Pasó por su lado, anduvo cinco o seis pasos y entonces oyó la copla que, en armonía con las notas de la guitarra, el chico cantaba: ”Ese chico es de Almería”
― “ ¡Cielo santo! ¡Es una copla de Carmen de Burgos!―. Exclamó el viajero.
Volvió sobre sus pasos y se acercó. El guitarrista llevaba un abrigo de lana, pantalones muy usados pero limpios, camisa blanca y un jersey de lana hecho en casa. Tenía la cara despejada y era de mirada despierta.
Sus manos se movían con agilidad y sacaban de la guitarra lo que su alma sentía. En la gorra que tenía delante, había ocho o diez francos.
Al notar que el viajero estaba parado delante de él, levantó la cabeza y dejó de tocar.
― Bonjour, monsieur…
― Un francés, a menos que sea un experto en literatura española de principio del siglo XX, no canta una copla de Carmen de Burgos-― el viajero lo dijo en castellano―. Y menos aún, tocando la guitarra y recitando con ese deje de Almería, ¿me equivoco en algo?
― No señor…no se equivoca. Soy de Rodalquilar.
― ¿Ves?― Continuó el viajero―. ¿Qué haces pidiendo? ¿Estás sin trabajo? ¿Cómo te llamas?
― Señor, me llamo José Montes y estoy estudiando el tercer año de Filología francesa en la Sorbona. Lo hago con una beca que me concedió la Universidad de Granada y, para reducir gastos, vivo con otros tres estudiantes en un piso…Mmmm…― el chico, ya no paró― mi madre, según me cuenta en una carta mi vecino de Rodalquilar, tiene una neumonía y no tengo dinero para volver a España. ¿Sabe?, en mi casa hay poco dinero… Mi padre se deja la vida en la mina para sacar adelante a mi madre y a mis dos hermanitos… Mi vecino dice que temen por la vida de mi madre…Quiero llegar antes de que se muera… ¿me entiende, señor?
Estoy pidiendo para procurarme el billete. La beca me llega justo para mantenerme y para pagar la parte del alquiler… no puedo tocar ni un franco de la beca.
― Te entiendo―. No dijo más; se metió la mano en el bolsillo del abrigo, sacó tres francos y los echó en el gorro. Se ajustó el sombrero, que le dejaba la cara medio en sombras, y desapareció embutido en su abrigo oscuro.
Pasada una hora, poco más o menos, el viajero volvió y, sin decir palabra, echó un sobre blanco en el gorro del muchacho. Cuando José levantó la vista, el viajero ya doblaba la esquina de la torre norte de la catedral. Se levantó y, con el sobre en la mano, corrió hacia allí. Cuando llegó, no había ni rastro del viajero.
La lluvia lo estaba empapando y, con cierta prisa, volvió al lugar donde había dejado la guitarra. Se sentó, abrió el sobre y sacó unas cartulinas:
― ¡Un billete de tren de París a Barcelona y otro de Barcelona a Málaga! ¡De ida y vuelta!
Además, había dos billetes de mil pesetas en el fondo del sobre.
El chico se balanceaba de puro nervio. No daba crédito a lo que le estaba pasando. ¿Quién era aquel hombre al que no había visto bien la cara? ¿Qué motivo le llevaba para ayudarle de aquella forma? Recogió el gorro con los pocos francos y, sin sentir la lluvia, fue a por los libros que había dejado en su pupitre de la biblioteca.
En la mesa que estaba inmediatamente detrás, estudiaba un chico moreno, alto y delgado. Levantó la cabeza al apreciar el nerviosismo y los rápidos movimientos de José. Su llamada telefónica había provocado el efecto deseado. Nunca había hablado con él. Lo admiraba. Cuando él llegaba a la biblioteca, José ya estaba estudiando y, cuando se iba al dormitorio, aún seguía allí. Últimamente lo había visto llorar y releer una carta, lo oía murmurar en castellano, pero nunca le había dirigido la palabra. Era algo muy grave relacionado con su madre.
― ¿Qué pasa, José Montes?
La pregunta, con su nombre y en castellano, sorprendió al muchacho. Se giró; sí, era el chico bien vestido de siempre. Su deje era inconfundible.
― ¡Eres andaluz!― Contestó José.
― Sí, igual que tú. Soy de Ohanes en la provincia de Almería Me llamo Luis Morillas. Mi padre tiene muchos viñedos …Sé cómo te llamas por los apuntes que dejas en el pupitre.
― Me voy a mi pueblo… ¡ya!
― ¿De dónde eres?
― Soy de Rodalquilar. Mi madre está muy enferma y me dicen, por carta, que va morir… Mi padre no tiene dinero para las medicinas que necesita… ¡Pobrecita! ¡Quiero llegar antes de que se muera! …Estoy así de nervioso porque hoy se ha cruzado en mi camino un hombre que me ha facilitado los billetes de tren para ir a mi casa… ¡Es un milagro! No sé quién es…aparece y desaparece.
― José, ¿qué le pasa a tu madre? Te he visto llorar...
― Tiene una pulmonía. Está delicada de los bronquios desde hace muchos años.
― ¡Que tengas suerte, hombre!
― Gracias. Adiós, Luis Morillas.
― Adiós, José Montes.
***
Luis Morillas, al poco, hizo una segunda llamada telefónica.
***
Dos días después.
Un Seat 1500 negro paró delante de la casa de José Montes padre. El chófer bajó y tocó en la puerta. Llevaba un paquete en las manos.
― Buenos días, ¿es la casa de José Montes?
José contestó sin dejar de mirar al señor que estaba sentado en el asiento de atrás de aquel cochazo:
― Sí, soy yo.
― Mi jefe me encarga que le dé este paquete de medicinas que, según don Juan el médico, le hacen falta a su esposa.
― Pero yo no tengo dinero…
― Don Luis Morillas no le va a cobrar nada… ¡cójalas, hombre!
José volvió a mirar al hombre que estaba sentado en el asiento de atrás del aquel poderoso coche negro. No pudo verle la cara porque llevaba un sombrero que ocultaba gran parte de ella.
En cuanto José tuvo el paquete en las manos, el chófer se subió en el coche y salió de las Casas Nuevas.
***
Cuando el tren pasó por la estación de Sagunto, José tuvo una visión que le erizó el vello del cuerpo. Al mirar por la ventanilla, se quedó helado al ver al misterioso hombre del abrigo oscuro con el sombrero calado, que estaba de pie en el andén y, a su lado, un gran coche negro.
― Son imaginaciones mías… ¡no puede ser!
Su cuerpo no volvió a la calma en varias horas.
***
El largo viaje se acabó cuando el correo de Almería, viejo cacharro petardeante, llegó a Rodalquilar cuatro días después de su salida de París. Se bajó en la esquina del bar El Pintao y anduvo rápido hacia las Casas Nuevas.
José traspasó el umbral de la puerta de su casa y se encontró a su padre, en el comedor, que lo miraba con los ojos muy abiertos y que no pudo evitar un:.
-― Chiquillo, ¡qué alegría!-. José padre, desde que recibió el paquete con las medicinas que necesitaba su mujer, ya no se sorprendía de nada. Abrazó con desesperación a su buen hijo.
-― Recibí una carta en la que me decían que la mama estaba muy enferma y me he venido…Papa, un señor me facilitó billetes de tren y dinero para que volviera a casa... La mama, ¿está bien?- José, sin dejar de hablar, se dirigió a la habitación del matrimonio.
Su madre que estaba acostada, lo recibió con una sonrisa en su demacrada cara. José se sentó en el borde de la cama y la besó mil veces.
― ¡Ay, Joseíco mío!... El Señor ha visitado esta casa y nosotros no se lo hemos agradecido…
― ¿Qué dices, mama?
Entonces, habló el padre.
― Hace tres días vino un coche con un señor llamado don Luis Morillas, al que no pude ver la cara, y nos trajo las medicinas que tanto bien le están haciendo a la mama.
― Don Luis Morillas, dices... ¿Llevaba un sombrero muy calado?
― Niño, ¿cómo lo sabes? ¿Es que sabes quién era?
Joseíco sonrió, pensó, se guardó la respuesta y disfrutó de aquellas inesperadas y alegres vacaciones navideñas con su querida familia.
En enero, su madre estaba curada y José Montes volvió a retomar sus estudios en París.
No encontró a Luis Morillas en la biblioteca y no volvió a ver al viajero; sin embargo, lo sintió cerca, muy cerca el resto de sus días.
Felices fiestas a todos
Manuel Ortiz Requena