Hubo una vez, en un tiempo no muy lejano, anterior al mar de plástico y al asfalto, en el que numerosos molinos y molinas poblaban estos campos nijareños. En los altos abiertos a los vientos, los molinos, verdaderos hitos del camino. Abajo en el llano las molinas, alimentando fértiles huertos. Campos abiertos y limpios donde los imponentes velámenes de estos artilugios, cual gigantes del Quijote, rasgaban la quietud del paisaje. Hoy sólo quedan sus torreones, fantasmas mudos de un pasado que desde aquí queremos revivir y de paso concienciar a nuestras administraciones para la recuperación de los más emblemáticos.
En un entorno de extrema aridez el agua es sinónimo de vida y su obtención el eje en torno al cual gira buena parte de la actividad humana. El recurso más extendido es el empleo de aljibes en los que se “captura” el agua proveniente de las breves lluvias torrenciales y de las que se obtiene agua para beber el resto del año. Pero cuando se trata de regar los pequeños huertos, se necesita un aporte estable que se obtiene generalmente de pozos. Para elevar el agua se recurría a numerosas norias de sangre movidas por vacas o burros, pero también a las norias de viento, que permitían destinar el animal a las tareas agrícolas y disponer de una fuente inagotable de energía. Estas molinas o norias de viento compartían protagonismo eólico con los abundantes molinos de viento. También compartían la forma exterior, parte del mecanismo y casi el nombre ya que la diferencia fonética entre molino de viento y molina de viento es sólo cuestión de género. Una dualidad que curiosamente reproduce modelos sociales tradicionales: El molino -masculino- aporta el pan y la molina -femenino-, aporta agua. Sin agua no hay pan y sin pan no hay vida.
Para terminar, y ahora que ya conocemos este singular artilugio, sólo nos queda reconocerlo en nuestros campos. Para ello fíjense cada vez que vean un torreón solitario emergiendo del árido paisaje. Si se sitúa en un alto abierto a los vientos se tratará de un molino de viento, pero si se encuentra en el llano, sobre un pozo y en una zona cultivable, se tratará de una molina o noria de viento. Seguro que a partir de ahora decenas de ellos se nos harán presentes despertando nuestra curiosidad. Imaginémoslos con su amplio velamen desplegado a los vientos, rompiendo con su girar la quietud del paisaje, tal como fueron..., porque el sueño de uno es sólo un sueño, pero el sueño de muchos se convierte en realidad.
En un entorno de extrema aridez el agua es sinónimo de vida y su obtención el eje en torno al cual gira buena parte de la actividad humana. El recurso más extendido es el empleo de aljibes en los que se “captura” el agua proveniente de las breves lluvias torrenciales y de las que se obtiene agua para beber el resto del año. Pero cuando se trata de regar los pequeños huertos, se necesita un aporte estable que se obtiene generalmente de pozos. Para elevar el agua se recurría a numerosas norias de sangre movidas por vacas o burros, pero también a las norias de viento, que permitían destinar el animal a las tareas agrícolas y disponer de una fuente inagotable de energía. Estas molinas o norias de viento compartían protagonismo eólico con los abundantes molinos de viento. También compartían la forma exterior, parte del mecanismo y casi el nombre ya que la diferencia fonética entre molino de viento y molina de viento es sólo cuestión de género. Una dualidad que curiosamente reproduce modelos sociales tradicionales: El molino -masculino- aporta el pan y la molina -femenino-, aporta agua. Sin agua no hay pan y sin pan no hay vida.
Para terminar, y ahora que ya conocemos este singular artilugio, sólo nos queda reconocerlo en nuestros campos. Para ello fíjense cada vez que vean un torreón solitario emergiendo del árido paisaje. Si se sitúa en un alto abierto a los vientos se tratará de un molino de viento, pero si se encuentra en el llano, sobre un pozo y en una zona cultivable, se tratará de una molina o noria de viento. Seguro que a partir de ahora decenas de ellos se nos harán presentes despertando nuestra curiosidad. Imaginémoslos con su amplio velamen desplegado a los vientos, rompiendo con su girar la quietud del paisaje, tal como fueron..., porque el sueño de uno es sólo un sueño, pero el sueño de muchos se convierte en realidad.