EPÍLOGO
Dos personas agotadas por no haber dormido ni un minuto, calladas y con la sensación del trabajo bien hecho entraban, con las claras del lunes, en Toral. La vida de Mauro, de momento, estaba a salvo. A ellos, les esperaba otro día más.
***
A las nueve de la mañana, Juan recién duchado y con ropa limpia, entró con paso firme en el pasillo que llevaba a su despacho del ambulatorio. El equipo de limpieza estaba poniendo a punto el despacho de curas y en la sala de espera, llena a rebosar, había un hervidero de voces. Hablaban de que el doctor no había dormido; de como se había solucionado el grave problema del domingo por la tarde y de él; allí lo tenían: “como un pincel”. En poco tiempo había actuado en dos casos críticos que se solucionaron de forma satisfactoria. Estaban muy contentos con su joven doctor.
En la puerta de su despacho estaba Serafín, de paisano, con los ojos rojos y con una carta en la mano.
—Pase, Serafín. — Juan, no dijo más y entró en el despacho. Serafín lo siguió, se sentó donde Juan le indicó y le tendió la carta que llevaba en la mano. Juan la leyó detenidamente. Era una copia del informe que había presentado ante el mando del cuartel. Detallaba todo el suceso pero, en resumen, era lo que Mauro le había contado a Juan y al Pucelano en la ambulancia. Serafín, tras el informe del domingo, había sido rebajado del servicio y se le había retirado el arma reglamentaria hasta que se tomara una determinación después de estudiar exhaustivamente el caso.
Después de leída, Juan la dobló, la volvió a meter en el sobre, se levantó y le dijo:
—Serafín, le prometí a Mauro que haría un informe de lo que se dijo en la ambulancia, lo firmaríamos el Pucelano y yo, y se lo llevaríamos a su sargento... ¿sabe?, lo que siento, es haber pensado mal de usted…aunque sólo fuera por un momento.
Lo acompañó a la puerta y le franqueó el paso. Serafín, hizo un gesto de “Gracias” con la cabeza. Juan, le sonrió y dijo, mirando a la sala de espera:
— ¡Que pase el primero!
***
El martes, en un periódico de provincias apareció la noticia de la agresión de un drogadicto a un guardia civil: “… que fue atendido por los servicios sanitarios de la población y derivado al hospital”
***
Pasado un tiempo, no mucho, Juan Segarra entró en un conocido quiosco de Toral de la Jara. Allí, sentado en una esquina del establecimiento estaba el Pucelano leyendo el periódico.
— ¡Buenas, Paco!
El Pucelano no pudo superar el trance de aquel domingo de marzo; traspasó el servicio de ambulancia a su cuñado y puso el quiosco. Se levantó, dejó el periódico en el mostrador y sonriendo, se acercó al joven:
— ¿Qué hay, don Juan?
—He venido a despedirme… He conseguido una buena plaza en la ciudad…Me voy mañana.
— Me alegro por usted y por su familia. Aquí, en Toral, tiene mi casa y mi persona a su servicio para los restos. Nunca lo olvidaré.
Se dieron un fuerte abrazo y Juan respondió:
-Lo mismo digo, Pucelano.
Manuel Ortiz Requena
25/11/2013
Dos personas agotadas por no haber dormido ni un minuto, calladas y con la sensación del trabajo bien hecho entraban, con las claras del lunes, en Toral. La vida de Mauro, de momento, estaba a salvo. A ellos, les esperaba otro día más.
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A las nueve de la mañana, Juan recién duchado y con ropa limpia, entró con paso firme en el pasillo que llevaba a su despacho del ambulatorio. El equipo de limpieza estaba poniendo a punto el despacho de curas y en la sala de espera, llena a rebosar, había un hervidero de voces. Hablaban de que el doctor no había dormido; de como se había solucionado el grave problema del domingo por la tarde y de él; allí lo tenían: “como un pincel”. En poco tiempo había actuado en dos casos críticos que se solucionaron de forma satisfactoria. Estaban muy contentos con su joven doctor.
En la puerta de su despacho estaba Serafín, de paisano, con los ojos rojos y con una carta en la mano.
—Pase, Serafín. — Juan, no dijo más y entró en el despacho. Serafín lo siguió, se sentó donde Juan le indicó y le tendió la carta que llevaba en la mano. Juan la leyó detenidamente. Era una copia del informe que había presentado ante el mando del cuartel. Detallaba todo el suceso pero, en resumen, era lo que Mauro le había contado a Juan y al Pucelano en la ambulancia. Serafín, tras el informe del domingo, había sido rebajado del servicio y se le había retirado el arma reglamentaria hasta que se tomara una determinación después de estudiar exhaustivamente el caso.
Después de leída, Juan la dobló, la volvió a meter en el sobre, se levantó y le dijo:
—Serafín, le prometí a Mauro que haría un informe de lo que se dijo en la ambulancia, lo firmaríamos el Pucelano y yo, y se lo llevaríamos a su sargento... ¿sabe?, lo que siento, es haber pensado mal de usted…aunque sólo fuera por un momento.
Lo acompañó a la puerta y le franqueó el paso. Serafín, hizo un gesto de “Gracias” con la cabeza. Juan, le sonrió y dijo, mirando a la sala de espera:
— ¡Que pase el primero!
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El martes, en un periódico de provincias apareció la noticia de la agresión de un drogadicto a un guardia civil: “… que fue atendido por los servicios sanitarios de la población y derivado al hospital”
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Pasado un tiempo, no mucho, Juan Segarra entró en un conocido quiosco de Toral de la Jara. Allí, sentado en una esquina del establecimiento estaba el Pucelano leyendo el periódico.
— ¡Buenas, Paco!
El Pucelano no pudo superar el trance de aquel domingo de marzo; traspasó el servicio de ambulancia a su cuñado y puso el quiosco. Se levantó, dejó el periódico en el mostrador y sonriendo, se acercó al joven:
— ¿Qué hay, don Juan?
—He venido a despedirme… He conseguido una buena plaza en la ciudad…Me voy mañana.
— Me alegro por usted y por su familia. Aquí, en Toral, tiene mi casa y mi persona a su servicio para los restos. Nunca lo olvidaré.
Se dieron un fuerte abrazo y Juan respondió:
-Lo mismo digo, Pucelano.
Manuel Ortiz Requena
25/11/2013