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RODALQUILAR: El día de San Antón....

El día de San Antón.
Anoche, al ver que en Navalvillar de Pela, un pueblo de Badajoz, la noche de San Antón es una fiesta grande que se celebra por todo lo alto y que es digno de ver, recordé la humilde celebración que de esta fiesta hacíamos en Rodalquilar, y pensé en escribir algo sobre ello. Pero al ser tan tarde dejé para hoy, que realmente es el día de San Antón, dicho menester.
Los recuerdos que tengo de esta fiesta tratan de mi infancia en las Casas Nuevas. Al salir de la escuela, en la tarde del día dieciséis, cogíamos nuestra merienda y rápidamente nos poníamos de acuerdo un grupo de amigos, para marchar a algún cerro cercano a buscar leña para la hoguera. Otros colaboraban de distintas formas.
En poco rato lográbamos hacer un buen haz, a base de diversas matas leñosas, que atábamos con un ramal de esparto. Turnándonos la carga entre todos, la transportábamos hasta aquella especie de plazoleta que existía en la puerta de mi casa. Colocábamos el haz en el centro de la calle y lo dejábamos preparado para encenderlo una vez que estuviera la noche bien entrada.
Mientras llegaba esa hora, los que tenían dinero para ello, se acercaban hasta el kiosco de Gabriel a comprar algunos petardos, que una vez encendida la hoguera, irían arrojando a la misma con disimulo, para que el petardo explotara y diera un susto a los que estaban desprevenidos.
Una vez encendida, algunos padres, uniéndose a la fiesta, se acercaban hasta ella y para avivar el fuego, arrojaban todo aquello que pudiera arder y estorbaba en la casa. Llegado el momento, la gente congregada cerca del fuego se colocaba de forma que quedara un pasillo con la lumbre en medio, que así es como llamábamos a la hoguera en el pueblo. A continuación, los que querían, saltaban por encima del fuego cuando las llamas aún estaban altas y más de uno se chamuscaba un tanto las pestañas y el pelo.
Este pasatiempo duraba hasta que las brasas se iban convirtiendo en ceniza. Entonces, poco a poco, los vecinos iban abandonando el lugar hasta quedar solo el resto de lo que había sido una buena hoguera.
A la mañana siguiente, al pasar en filas camino de la escuela, mirábamos el rastro de ceniza que había quedado y la mancha en el suelo de tierra. Entonces, y hasta llegar a la puerta de entrada, íbamos recordando lo bien que lo habíamos pasado la noche anterior.
Eran muchas las hogueras que se encendían en el pueblo, aunque no en todas las casas hubiera animales. Pero pensándolo bien… estábamos nosotros que muchas veces éramos más animales que los cubiertos de plumas o pelo.