Como parece que todos están disfrutando del esperado descanso semanal y nadie o casi nadie aparece por el foro, yo siguiendo la propuesta de Ginés, les digo:
Ayer, 29 de Mayo, por la noche y apenas iniciado el día -0,35hs-., entré en el foro de Huércal como lo suelo hacer cada tanto, y me encuentro con el tema y comentario que he decidido transcribir:
“Otra curiosidad……….
Ayer ……………………………………
Tuvimos un pequeño percance, (como siempre algo nos tiene que pasar) nuestras amigas las avispas tenían por casa todos los rincones del camión y alguna que otra pico a mi amigo, yo salí ileso, pero con mi honor por los suelos de verme correr despavorido por los bancales dándome manotazos ante tan insignificante animal.”
Lo leí y como suele sucederme, me surgió un recuerdo de mi niñez en Nieva, relacionado con el tema, y de inmediato escribí el comentario siguiente:
MI RESPUESTA
¿Sabes una cosa Salvador?
Que por culpa de las avispas tu saliste con el honor por los suelos, pero yo, por culpa de iguales amigas, terminé con la cabeza y algunas otras partes del cuerpo, rojas e inflamadas, produciéndome en la ocasión un estado de abatimiento fatal, y cuyo resultado fue, ocasionarme la pérdida de toda la fiesta de casamiento de un tío (hermano de mamá), que tuvo lugar al medio día de la misma jornada en que ocurrió el hecho que te comento.
Preguntarás ¿Por qué y cómo? Y te respondo.
El hecho ocurrió hace más de sesenta años en Santa María de Nieva, no recuerdo la fecha.
No se ahora, pero por entonces los chiquillos mirábamos donde iban a caer los cohetes después que explotaban y corríamos a buscarlos, tratando de conseguir el carrete de los mismos con el hilo que llevaban. Después lo exhibíamos como un trofeo.
He aquí que uno de los cohetes cayó en las chumberas (paleras), que había en las cercanías y del lado derecho de la Iglesia. Y allí llegué yo y solamente yo, encontrando no solo al reventado cohete sino también a un avispero y a su impaciente enjambre de malditas avispas, que me dejaron el cuerpo mucho peor que lo hicieron con tu elevado honor.
La tarde del casamiento la pasé –gracias a los cuidados de mi madre-, acostado, dolorido y soñoliento, casi envenenado, sin mayores consecuencias, salvo la pérdida de la fiesta de casamiento al principio mencionada.
Tú, Salvador, la sacaste barata.
Ayer, 29 de Mayo, por la noche y apenas iniciado el día -0,35hs-., entré en el foro de Huércal como lo suelo hacer cada tanto, y me encuentro con el tema y comentario que he decidido transcribir:
“Otra curiosidad……….
Ayer ……………………………………
Tuvimos un pequeño percance, (como siempre algo nos tiene que pasar) nuestras amigas las avispas tenían por casa todos los rincones del camión y alguna que otra pico a mi amigo, yo salí ileso, pero con mi honor por los suelos de verme correr despavorido por los bancales dándome manotazos ante tan insignificante animal.”
Lo leí y como suele sucederme, me surgió un recuerdo de mi niñez en Nieva, relacionado con el tema, y de inmediato escribí el comentario siguiente:
MI RESPUESTA
¿Sabes una cosa Salvador?
Que por culpa de las avispas tu saliste con el honor por los suelos, pero yo, por culpa de iguales amigas, terminé con la cabeza y algunas otras partes del cuerpo, rojas e inflamadas, produciéndome en la ocasión un estado de abatimiento fatal, y cuyo resultado fue, ocasionarme la pérdida de toda la fiesta de casamiento de un tío (hermano de mamá), que tuvo lugar al medio día de la misma jornada en que ocurrió el hecho que te comento.
Preguntarás ¿Por qué y cómo? Y te respondo.
El hecho ocurrió hace más de sesenta años en Santa María de Nieva, no recuerdo la fecha.
No se ahora, pero por entonces los chiquillos mirábamos donde iban a caer los cohetes después que explotaban y corríamos a buscarlos, tratando de conseguir el carrete de los mismos con el hilo que llevaban. Después lo exhibíamos como un trofeo.
He aquí que uno de los cohetes cayó en las chumberas (paleras), que había en las cercanías y del lado derecho de la Iglesia. Y allí llegué yo y solamente yo, encontrando no solo al reventado cohete sino también a un avispero y a su impaciente enjambre de malditas avispas, que me dejaron el cuerpo mucho peor que lo hicieron con tu elevado honor.
La tarde del casamiento la pasé –gracias a los cuidados de mi madre-, acostado, dolorido y soñoliento, casi envenenado, sin mayores consecuencias, salvo la pérdida de la fiesta de casamiento al principio mencionada.
Tú, Salvador, la sacaste barata.