Inmejorable ejemplo de "
pueblo blanco",
Arcos de la Frontera es un pequeño laberinto de callejas entrelazadas que se adaptan a la difícil orografía del cerro. Aquí, suben; allá, bajan, obligando al caminante a pequeños esfuerzos que, no obstante, siempre se ven recompensados con las vistas de las estrechas callejuelas y, en los lugares más abiertos, las perspectivas sobre la campiña circundante. Y decimos caminante porque aquí es obligado dejar el vehículo y recorrer el lugar a pie.