Dicen, además, que la ciudad dista del
santuario doce millas; esto es, un número de millas igual al de los trabajos de Heracles; pero, en verdad, la distancia es algo mayor: tanta como es de larga la isla midiendo la longitud de ella desde su extremo occidental hasta el oriental. En De vita Caesarum, Suetonio cuenta como Balbo lleva a César al templo gaditano de Hércules-Hēraklēs-Melkart a rezar ante la divinidad
romano-greco-fenicia: y al contemplar una
estatua de Alejandro Magno se echó a llorar, como avergonzado de su inactividad pues no había hecho todavía nada digno de memoria en una edad en la que ya Alejandro había conquistado el orbe de la tierra.