Este singular animal parecía conocer el destino de aquellas personas que iban a fallecer. Cuando la muerte estaba próxima para alguno de los habitantes de la Villa, el perro se acercaba a su
puerta y permanecía allí hasta el momento fatal. Después asistía a su entierro, acompañando, como uno más, a los dolientes del difunto. Se estima que, a lo largo de su vida, asistió a unos 600 entierros.
El perro Moro vivió desde comienzos de los años 70 del siglo pasado hasta el 14 de junio de 1983.