San Benito 2º Parte
San Benito (Nursia 480-Montecasino 547) nació en una familia noble italiana y creció junto a su hermana gemela, la también santificada Escolástica. Gracias a la buena situación económica de su familia, Benito fue enviado a estudiar en Roma, donde recibió una exquisita preparación.
Pero esta formación, como más tarde diría San Gregorio Magno, no fue lo principal para el Santo quien, lejos de comulgar con el estilo de vida romano, se retiró a Subiaco, donde decidió dedicar su vida a la oración. De esta forma, San Benito estableció su vivienda en una cueva de muy difícil acceso, por lo que estuvo años sin que nadie le descubriera hasta que un día un sacerdote, guiado por Dios según San Gregorio, reparó en la presencia del ermitaño. A partir de este momento algunos pastores y campesinos, sabiendo de su pureza, lo visitaban, proveyéndolo de alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.
San Benitos y su Regula monasteriorumTras estos años, el Santo se trasladó a Vicovaro donde le nombraron prior de un pequeño convento. Allí introdujo una gran disciplina basada en unas costumbres estrictas que los monjes no toleraron, llegando incluso a intentar envenenarlo. Tras este incidente, San Benito decidió volver a su vida solitaria en Subiaco, donde muchas gentes, atraídos por la gran popularidad que iba adquiriendo Benito, quisieron convertirse en sus discípulos. Cada vez eran más las gentes que llegaban y llegó a haber hasta 12 casas donde se alojaban los nuevos monjes.
De una forma acaso inesperada, San Benito dejó el convento. Tal vez auspiciado por Florencio, un sacerdote que le profesaba una profunda envidia y que intentó por todos los medios deshacerse del gran maestro. Por miedo a que este odio repercutiera en sus discípulos, San Benito se trasladó hasta Montecasino, donde sobre las ruinas de un antiguo templo construyó dos capillas además de otros edificios a su alrededor. Estas construcciones se convertirían en la más famosa abadía de la cristiandad.
San Benito murió, según la crónica ya citada, rodeado de sus discípulos, quienes aseguraron que cuando murió, un rayo de luz subió hasta el cielo. Era el año 547, su legado había sido asentado.
La Regula Monasteriorum o Regla Monástica estaba formada por 73 capítulos donde San Benito reflejó su método y disciplina. La regla encontraba en la frase ora et labora su columna vertebral, viendo el trabajo manual como algo necesario y honroso, imitando de esa forma a Jesucristo y su padre José, quien había sido un dedicado trabajador.
Respecto a los tiempos de rezo y descanso, San Benito estableció un estricto horario en el que la reflexión y el rezo marcaban la vida de los monjes, siendo esenciales para la purificación del alma y por tanto de la persona. La alimentación debía ser básicamente vegetariana, sólo ingiriendo productos que nacieran en el suelo, tierras que ellos debían cultivar. Las horas de comidas eran siempre las mismas: el almuerzo a la hora sexta y la cena al anochecer.
Los momentos de ayuno eran igualmente importantes, muy comunes en aquellas fechas relacionadas con los martirios de Jesucristo.
En definitiva, aunque San Benito no pretendió fundar una orden religiosa, su acierto en la imposición de las costumbres que él mismo practicaba fue acogida por numerosos fieles que veían en su pureza de alma un ejemplo a seguir.
Los cistercienses quisieron recobrar el rigos y pureza de la Regla de San Benito en el siglo XII
La Regla de San Benito tuvo una gran influencia en los monasterios carolingios. En la expansión definitiva de la Regla jugó un papel determinante el monasterio benedictino de Cluny que se expandió por toda Europa. Más tarde el Císter trató de volver a un estricto cumplimiento de sus preceptos al considerar las costumbres de los cluniacenses demasiado relajadas y apegadas a los bienes temporales.
San Benito (Nursia 480-Montecasino 547) nació en una familia noble italiana y creció junto a su hermana gemela, la también santificada Escolástica. Gracias a la buena situación económica de su familia, Benito fue enviado a estudiar en Roma, donde recibió una exquisita preparación.
Pero esta formación, como más tarde diría San Gregorio Magno, no fue lo principal para el Santo quien, lejos de comulgar con el estilo de vida romano, se retiró a Subiaco, donde decidió dedicar su vida a la oración. De esta forma, San Benito estableció su vivienda en una cueva de muy difícil acceso, por lo que estuvo años sin que nadie le descubriera hasta que un día un sacerdote, guiado por Dios según San Gregorio, reparó en la presencia del ermitaño. A partir de este momento algunos pastores y campesinos, sabiendo de su pureza, lo visitaban, proveyéndolo de alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.
San Benitos y su Regula monasteriorumTras estos años, el Santo se trasladó a Vicovaro donde le nombraron prior de un pequeño convento. Allí introdujo una gran disciplina basada en unas costumbres estrictas que los monjes no toleraron, llegando incluso a intentar envenenarlo. Tras este incidente, San Benito decidió volver a su vida solitaria en Subiaco, donde muchas gentes, atraídos por la gran popularidad que iba adquiriendo Benito, quisieron convertirse en sus discípulos. Cada vez eran más las gentes que llegaban y llegó a haber hasta 12 casas donde se alojaban los nuevos monjes.
De una forma acaso inesperada, San Benito dejó el convento. Tal vez auspiciado por Florencio, un sacerdote que le profesaba una profunda envidia y que intentó por todos los medios deshacerse del gran maestro. Por miedo a que este odio repercutiera en sus discípulos, San Benito se trasladó hasta Montecasino, donde sobre las ruinas de un antiguo templo construyó dos capillas además de otros edificios a su alrededor. Estas construcciones se convertirían en la más famosa abadía de la cristiandad.
San Benito murió, según la crónica ya citada, rodeado de sus discípulos, quienes aseguraron que cuando murió, un rayo de luz subió hasta el cielo. Era el año 547, su legado había sido asentado.
La Regula Monasteriorum o Regla Monástica estaba formada por 73 capítulos donde San Benito reflejó su método y disciplina. La regla encontraba en la frase ora et labora su columna vertebral, viendo el trabajo manual como algo necesario y honroso, imitando de esa forma a Jesucristo y su padre José, quien había sido un dedicado trabajador.
Respecto a los tiempos de rezo y descanso, San Benito estableció un estricto horario en el que la reflexión y el rezo marcaban la vida de los monjes, siendo esenciales para la purificación del alma y por tanto de la persona. La alimentación debía ser básicamente vegetariana, sólo ingiriendo productos que nacieran en el suelo, tierras que ellos debían cultivar. Las horas de comidas eran siempre las mismas: el almuerzo a la hora sexta y la cena al anochecer.
Los momentos de ayuno eran igualmente importantes, muy comunes en aquellas fechas relacionadas con los martirios de Jesucristo.
En definitiva, aunque San Benito no pretendió fundar una orden religiosa, su acierto en la imposición de las costumbres que él mismo practicaba fue acogida por numerosos fieles que veían en su pureza de alma un ejemplo a seguir.
Los cistercienses quisieron recobrar el rigos y pureza de la Regla de San Benito en el siglo XII
La Regla de San Benito tuvo una gran influencia en los monasterios carolingios. En la expansión definitiva de la Regla jugó un papel determinante el monasterio benedictino de Cluny que se expandió por toda Europa. Más tarde el Císter trató de volver a un estricto cumplimiento de sus preceptos al considerar las costumbres de los cluniacenses demasiado relajadas y apegadas a los bienes temporales.