Por muy temprano que abriera el
bar Juan, el Tuerto, siempre se encontraba a algún parroquiano esperándole. Aquella mañana, en la
puerta del bar, estaban aguardando Frasco, el Carbonero, y el Eulogio. El Tuerto saludó con su aspereza acostumbrada. Abrió y entró pensando que, si a él no le quedara más remedio, jamás madrugaría.
Cuando Victoriano llegó a la taberna, la barra estaba casi ocupada al completo. Dio los buenos días y vio como el Tuerto le señalaba un extremo que permanecía vacía al tiempo
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