La
casa del abuelo era un gran cortijo cerca de Lagunillas, lleno de habitaciones oscuras, de pasillos empedrados y de
escaleras estrechas, que subían a la cámara y al
pajar. Cada cosa tenia su perfume. Olia a
chimenea, a gallinas, a conejos, a leche, a
fruta, a yerba, a muerte y a eternidad. Con el abuelo aprendí a conocer los
árboles, el sol, las
tormentas, los animales y las estrellas. Era lo más imprescindible para comenzar la vida. Y la comencé. Y después de muchos años, y desde muy lejos, la
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