Era un final de Octubre y el otoño comenzaba a derramarse en cascada melancólica sobre las Lagunillas y la sierra. Y después de muchos años, impelidos por la curiosidad y los recuerdos, mis 2 tíos y servidor, volvimos un día al cortijo. Los eucaliptos, las higueras, el arroyo, todo seguía lo mismo, aunque el arroyo ya no murmuraba, la casilla del huerto estaba en ruinas y en el cortijo, parecía no haber nadie. Olía a soledad, a abandono. Pronto sentimos la frialdad de lo que ya no era, de todo lo que allí había muerto, que es la peor de las frialdades. Los pasados son irrecuperables. Aunque quedan los sueños. Eso decía el recordado tío abuelo.