Por las noches, el abuelo, siempre tenía un rato para cogerme con sus manos encallecidas, al lado de la lumbre. Repasábamos la cartilla y me contaba un cuento, a pesar del cansancio del duro trabajo que se dibujaba en su cara. En esos cuentos salía mucha gente y muchos animales. Unos araban, otros trillaban, otros se iban a otros países y querían volver. Y los animales hablaban. Cada cuento tenía su moraleja. Un día le pregunté que porque se había muerto un vecino. De pronto, no supo que contestarme, y el tío abuelo que estaba allí, desdramatizó la pregunta con la mejor de sus sonrisas "la vida es como una autopista inmensa, donde a cada momento unos llegan y otros se van. Es una ley de la naturaleza". Desde entonces, inconscientemente, siempre he asociado la muerte con una autopista.