RECUERDOS DE CÓRDOBA
Recuerdo, ¡amigo mío!
que en córdoba la llana
la ciudad de la Paz
y sede de la alegría,
residencia de los placeres,
la de los jardines verdes
y del espíritu alegre,
ciudad de los tres mundos
y de todos los creyentes,
que tenía yo una novia
con ojos como rubíes
y de encantos sin iguales
y su voz era como el canto
de los mismos ruiseñores,
instruida en el arte
del cante y de las flores,
su cara de tez morena
su pelo negro brillante
como crines de corceles,
su boca era tan dulce
como la uva y el almizcle
y el sabor de sus besos
me sabían a miel silvestre,
allí junto al Alcázar
la esperaba los domingos
siempre vestida de negro
con su trenza hasta la cintura
como grañones de corceles
y su moña de jazmines,
con un velo en la cabeza
recortado a media espalda
adornado con orfebrería
de Córdoba “La Llana”.
En el patio los naranjos
entre jardines y surtidores
nos decíamos nuestras cosas
siempre cosas de amores
al olor de los naranjos
y la hiedra en las paredes
arriates de berbenas
y ramilletes de azahares,
yo, la miraba sin parar
ella, inclinaba la cabeza
y le decía con cariño.
Eres la Chiquita Piconera
que del cuadro se ha salido.
Todo era tan placentero
allí en la puerta de oriente,
oír correr el agua
por el mármol de la fuente,
y mirándome a la cara
me cantaba a lo bajino
marcando sus nudillos
el compás de un martinete,
y entre estrofa y silencio
nos dábamos un beso,
¡vaya besos compare!
¡yo te juro por mi mare!
que no hay quien mejor bese
que una cordobesa
al compás de un martinete.
Y cuando ya se echaba la tarde
y no daba sombra la torre
la acompañaba hasta su casa
a la calle de las flores,
y en el patio al lado del pozo
me cortaba un geranio
y me lo metía en el pecho
hasta el domingo guardarlo,
luego, se asomaba a la ventana
y entre la reja de arabesco
apartábamos las flores
y nos dábamos un beso,
y sin ponernos de acuerdo,
si irme yo primero,
o cerrar ella la ventana,
deslizábamos nuestras manos
entre los claros de las rejas,
mirándonos los dos
con la sonrisa en los labios.
Ella, me hacia un guiño
yo, le soltaba un piropo.
¡Adiós reina de las flores!
Ten cuidado con la luna
no te robe tus colores.
Y andando varios pasos atrás
sin perder de vista la ventana
me sacaba el geranio
le daba un beso en su cali
y me lo metía en la faja,
y cuando ya todo termina
y me alejaba de su casa,
me iba cantando este estribillo
que me enseñó mi madre
aún siendo un chiquillo.
Linda cordobesa
de raza moruna
Tú eres mi encanto
Tú eres mi fortuna
Tú eres mi alegría
Tú eres mi pasión
Tú eres el hechizo
de mi corazón.
Recuerdo, ¡amigo mío!
que en córdoba la llana
la ciudad de la Paz
y sede de la alegría,
residencia de los placeres,
la de los jardines verdes
y del espíritu alegre,
ciudad de los tres mundos
y de todos los creyentes,
que tenía yo una novia
con ojos como rubíes
y de encantos sin iguales
y su voz era como el canto
de los mismos ruiseñores,
instruida en el arte
del cante y de las flores,
su cara de tez morena
su pelo negro brillante
como crines de corceles,
su boca era tan dulce
como la uva y el almizcle
y el sabor de sus besos
me sabían a miel silvestre,
allí junto al Alcázar
la esperaba los domingos
siempre vestida de negro
con su trenza hasta la cintura
como grañones de corceles
y su moña de jazmines,
con un velo en la cabeza
recortado a media espalda
adornado con orfebrería
de Córdoba “La Llana”.
En el patio los naranjos
entre jardines y surtidores
nos decíamos nuestras cosas
siempre cosas de amores
al olor de los naranjos
y la hiedra en las paredes
arriates de berbenas
y ramilletes de azahares,
yo, la miraba sin parar
ella, inclinaba la cabeza
y le decía con cariño.
Eres la Chiquita Piconera
que del cuadro se ha salido.
Todo era tan placentero
allí en la puerta de oriente,
oír correr el agua
por el mármol de la fuente,
y mirándome a la cara
me cantaba a lo bajino
marcando sus nudillos
el compás de un martinete,
y entre estrofa y silencio
nos dábamos un beso,
¡vaya besos compare!
¡yo te juro por mi mare!
que no hay quien mejor bese
que una cordobesa
al compás de un martinete.
Y cuando ya se echaba la tarde
y no daba sombra la torre
la acompañaba hasta su casa
a la calle de las flores,
y en el patio al lado del pozo
me cortaba un geranio
y me lo metía en el pecho
hasta el domingo guardarlo,
luego, se asomaba a la ventana
y entre la reja de arabesco
apartábamos las flores
y nos dábamos un beso,
y sin ponernos de acuerdo,
si irme yo primero,
o cerrar ella la ventana,
deslizábamos nuestras manos
entre los claros de las rejas,
mirándonos los dos
con la sonrisa en los labios.
Ella, me hacia un guiño
yo, le soltaba un piropo.
¡Adiós reina de las flores!
Ten cuidado con la luna
no te robe tus colores.
Y andando varios pasos atrás
sin perder de vista la ventana
me sacaba el geranio
le daba un beso en su cali
y me lo metía en la faja,
y cuando ya todo termina
y me alejaba de su casa,
me iba cantando este estribillo
que me enseñó mi madre
aún siendo un chiquillo.
Linda cordobesa
de raza moruna
Tú eres mi encanto
Tú eres mi fortuna
Tú eres mi alegría
Tú eres mi pasión
Tú eres el hechizo
de mi corazón.