En el año 89 me estrené como maestra en Pya-pvo. Recuerdo la primera vez que vi esta abreviatura en el cuaderno de un alumno cuando puso la fecha. También recuerdo que el alumno Aurelio Sanchez a quien yo llamaba para que recogiera su trabajo corregido no estaba en clase porque Aurelio Sanchez no era un alumno, era el nombre del colegio. Viví alli durante dos cursos, lo mejor las amistades que hice. Entonces la carretera, en la que por cierto aprendí a conducir, no era lo que ahora y el desplazarse desde Córdoba a Peñarroya a diario era complicado. Formabamos un grupo de maestros que nos apoyabamos, nos cuidabamos y nos lo pasabamos de lo lindo. He estado viendo fotos del pueblo actuales y lo ha encontrado muy cambiado para mejor, pero he reconocido algunos lugares: el parque del mono, alrededor del cual solíamos hacer footing por las noches, la iglesia de Santa Barbara, la cruz de los caidos en el peñon, hasta donde subiamos en nuestros paseos en las tardes de primavera, el pantano, donde entonces había unos merenderos, desde los que vimos amanecer tras una noche de despedida, era nuestra última noche en Peñarroya. No he vuelto porque casi todo lo que tenía allí se despidió esa noche. Las disntancias que el concurso de traslado nos impuso a cada uno y el diempo han difuminado una amistad que entonces parecía inquebrantable.