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SANTA CRUZ

Habitantes: 714  Altitud: 340 m.  Gentilicio: Santacruceños 
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Situación:

A 20 km aproximadamente de la capital cordobesa.

Ayuntamiento:

Santa Cruz, pertenece al término municipal de Córdoba y, como tal, dispone de una Delegación de Alcaldía (o alcalde pedaneo) que, tras las elecciones municipales 2007, recae en Fernando Ventura Gálvez.

Dispone de un policía de barrio y un administrativo a jornada completa, mas atención de Servicios Sociales una vez a la semana.

Monumentos:

Iglesia de la Encarnación.

Yacimiento Arqueológico de Ategua

Un estudio concluye que este asentamiento, organizado en torno a diferentes terrazas y rodeado por una muralla, fue ocupado del siglo VIII al VI a. C. CÓRDOBA. La maquinaria que arrojará luz sobre Ategua, uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la provincia de Córdoba -para algunos expertos el más relevante-, ya está en marcha. Una excavación a punto de concluir en este paraje ha puesto al descubierto la existencia de un poblado de origen tartésico (aunque con evidentes influencias fenicias y griegas) en el que se ha detectado una muralla del siglo VIII a.C. y estructuras urbanas fechadas entre el siglo VIII y el VI a. C., además de más de 3.000 piezas cerámicas. Aunque existían constataciones de la ocupación tartésica en esta zona próxima a Santa Cruz (por la aparición de la estela funeraria de un guerrero en los años 60 que actualmente se puede contemplar en el Museo Arqueológico Provincial) es ahora cuando se han estudiado de manera rigurosa restos de un poblado formado por edificaciones rectilíneas. Esta intervención "da idea de la existencia de un poblado de extraordinarias dimensiones que aportará importantes datos sobre los asentamientos en Ategua a lo largo de la Historia", manifestó el director de la excavación, el arqueólogo Luis Alberto López Palomo, que ha trabajado, junto con su equipo, durante dos meses en este lugar. Estos trabajos fueron encomendados por la Delegación de Cultura de la Junta para comprobar si el proyecto de construcción de un camino de acceso iba a afectar a estructuras arqueológicas adyacentes. A este camino -presupuestado junto con el vallado del lugar en unos 470.000 euros- hay que sumar este año una segunda actuación, la consolidación de la muralla iberorromana, para la que se han destinado otros 487.000 euros. Los restos encontrados en Ategua han puesto al descubierto un poblado con construcciones rectilíneas de piedra, rodeado por una muralla de poca solidez y enlucida con arcilla por su cara externa y concebido mediante terrazas sobre una cota de entre 240 y 247 metros sobre el nivel del mar. El arqueólogo también explicó que la construcción ha pasado por sucesivos periodos de edificación y derrumbamiento (provocado por expolios posteriores) desde finales del siglo IX a. C. hasta finales del siglo VI a. C. Los trabajos también han permitido (en un segundo corte) el estudio de una cantera de época romana que se explotó desde la primera mitad del siglo II a. C. hasta el siglo III d. C. "y que con toda probabilidad sirvió para abastecer la construcción de edificios de la Corduba republicana", indicó López Palomo. En esta cantera se han localizado sillares de biocalcarenita completos y cortados para su traslado. En esta zona también se han encontrado los enterramientos de dos canteros sin ajuar funerario. Cerámica indígena y de imitación fenicia y griega Junto con el hallazgo de las estructuras urbanas tartésicas de Ategua, se ha encontrado una gran cantidad de piezas cerámicas (más de 3.000) que tienen su origen tanto en la estética y forma de elaboración tradicional indígena, como en la de imitación de los nuevos modelos provenientes de Oriente. La influencia de la civilización fenicia, a partir del siglo VIII a. C., y posteriormente la griega en su expansión por el Mediterráneo, hacen que los pueblos indígenas de la península sufran el conocido como periodo orientalizante, que repercute tanto en las estructuras arquitectónicas domésticas (de las cabañas circulares se pasa a las casas de planta rectangular) como en la elaboración y decoración cerámica. Según recogen algunos estudios, la cerámica indígena suele ser más tosca, realizada a mano (sin torno) y es de color grisáceo. Con los nuevos aires orientalizantes esta primera cerámica convive con nuevos objetos de uso doméstico realizados con torno y decorados en tonos terrizos, ocres y rojizos con motivos vegetales o geométricos. Ejemplos de ambos se han encontrado en la excavación realizada en Ategua. Algunos de ellos se van a someter a un análisis de terminación de su origen a cargo de los expertos de la UCO Julia Barrios y Luis Montealegre.

Torre de la Morena

Castillo de Torres Cabrera

Fiestas:

FERIA DE SANTIAGO (en los días más cercanos al 25 de julio)

Nace la feria de Santiago abrazada en las calores del estío cordobés, allá por los días mágicos de Santiago y “Santana”, tan "señalaitos" en la copla. Sus orígenes me son ajenos y habría que buscarlos en viejas adoraciones al apóstol, patrón del caserío, y otras manifestaciones temporeras de las gentes de este núcleo campesino... Migraban durante esta época del año los hombres a los cortijos, a la recolección del trigo, la cebada, el garbanzo y otros cereales, y, según refieren los lugareños, aprovechaban estos días de Santiago para ir de “viajá”, a pie, por viejos senderos, desde más allá del nacimiento del Jaco, del Trinidad, del Pedrique...., para ver la familia, pelarse y “vestirse”, que así referíanlo en sus saludos, y encuentros, en los caminos y en sus calles y plazas. Eran estos días motivo de los pocos excesos que esta gente humilde podía permitirse: se mataba la gallina, criada la más de las veces con este propósito, engordaba el puchero, y... crecía la familia...

Por la respuesta a la pregunta 29 de la encuesta del Catastro de Ensenada, se sabe que el 1753, Santa Cruz no celebraba ninguna feria. Los orígenes de nuestra feria arraigan dentro de las costumbres y ritos religiosos montillanos, pueblo al que perteneció más de 150 años, posiblemente después de su agregación en el año 1846. Por una columna publicada en los años 20 del pasado siglo, pudiera pensarse que en estas fechas, la festividad de Santiago Apóstol no tenía rango de feria, y más bien constituía una fiesta local, cuya única programación era la celebración de una función religiosa. Nada más se comenta en la referida columna, al margen de la calidad del discurso realizado por el párroco y otros pormenores, de lo que se puede deducir que la organización de la carrera de cintas fue circunstancial y motivada por los ilustres invitados a la ceremonia religiosa. También, y siendo un tanto atrevido, quiero ver en esta carrera de cintas el origen de la tradicional “carrera de cintas en moto con paquete” que iría perdiendo el caballo, el burro y el mulo con el paso de los años para ser sustituidos por los primeros ciclomotores y el susodicho “paquete”.

En nuestros días, pasados los tiempos de capacha y alpargata, tornadas las acémilas por nuevas carretas de más de cien caballos, la Feria de Santiago, sigue congregando a todos los vecinos al calor del estío y de ese orgullo que producen las cosas diferenciales, marcadoras del carácter de cada comunidad, ya no salen de “viajá”, ni matan la gallina, ni acuden al encuentro en la barbería. Hoy caminan los sueños infantiles, y bailan, y se escancia el vino entre rumores de conversación en la caseta. Son unos días de lúdicas empresas, de concursos, de actividades diversas. de hospitalidad campiñesa. Su ubicación fue migrando desde el llano de las Escuelas de Orientación, la plaza de Andalucía y el llano de los cotos escolares (hoy convertido en plaza)

No son muchas las casetas que se instalan en el improvisado ferial (a la espera de que se decida y se pueda construir un parque multiservicio que de acogida a esta y otras actividades lúdicas y de esparcimiento diario), al igual que tampoco son muchos los vecinos de esta villa perdida en el mar de la campiña. La Peña Galguera, el Partido Comunista, la Caseta Joven, Guaguancó, y alguna otra, como la caseta municipal, conforman el recorrido de tapa y copa del mediodía, antes de que aprieten las calores. Los breves “cacharritos” y puestos buscan alojamiento entre los solares cercanos. Competiciones deportivas, concursos infantiles, de dominó, de baile y la programación de las casetas, completan el programa ferial ategüense en esos “días tan señalaitos se Santiago y Santana” en los que el rey sol hace de las suyas.

CARNAVAL (variable)

La Luna, tan influyente en los corazones humanos, determina las andanzas de Don Carnal y Doña Cuaresma. Será la luna nueva, "a lúa das noites longas", la luna de los luperos, quien levantará el telón de la farsa, rondando magias antiguas en que el lobo solía habitar en el alma de los hombres. Se pierden los orígenes de estas fiestas en el albor de los tiempos, existiendo hipótesis que las relacionan con las fiestas griegas y romanas, aunque, también podría decirse que se trata de la representación del paganismo frente al cristianismo, y de así tal, que muy a su pesar, caminan comandadas, en su fecha, por el calendario litúrgico, aunque no es meno cierto, que el referido calendario, está fuertemente arraigado a antiguos ritos mágicos y de confluencias lunares. Más, he de significar también, que su precesión a la Cuaresma, le ha hecho conferir y mantener su paganismo originario y que muchos han sido los que echaban el resto antes de entrar en tiempos de penitencia. Ser lo que parece, ó no ser lo que es, unidos a intencionalidades sociales y psicológicas, hacen del carnaval, mas que el imperio de Don Carnal, la revuelta de las quejas y frustraciones, siempre adobadas con la picaresca y el sarcasmo natural del pueblo. En la provincia de Córdoba las Injurias, manteos de Juas, corridas del gallo, etc., eran propias del Carnaval en otros tiempos. Tuvo también gran arraigó la costumbre de celebrar los tres jueves anteriores a la Cuaresma: Jueves de Compadres, Jueves de Comadres y Jueves Gordo, ó Lardero, que aún se mantienen en villas cercanas a Santa Cruz (como Fernán Núñez), así como la de quebrar ollas ó pucheros, hermana del “cantarito quebrao”, y los juegos de columpio que tenían especial protagonismo en las romerías y salidas campestres.

En Santa Cruz, según me dice José María Serrano Carriel, “el esfuerzo y tesón de dos maestros: D. Juan Puerto y D. José Valdés, consigue involucrar a los niños del colegio, y algunos padres, entre los que se encontraba Manuel Serrano “Manolete”, y ponen en la calle la primera cabalgata de Carnaval en el pueblo.” Pero no fue este el primer reencuentro con la farsa carnavalesca de Santa Cruz, ya que, según la misma fuente, “algunos años antes, Manuel Serrano, ya había creado junto a algunos amigos una murga…”Manolete y sus porrinos”, que actuaban en la feria y en las fiestas de forma totalmente altruista y con la única intención de entretener y sacar alguna sonrisa.

Las correrías carnavalescas de “Manolete y sus porrinos” solo habían comenzado y, corriendo el año de 1988, “Manuel Serrano, escribe, dirige y participa, junto a sus hijos, José María y Cristóbal Serrano, y un amigo, Antonio Dios “el Nono“, en una aventura que conquisto a toda la ciudad de Córdoba, con la creación de un cuarteto ”El chismorreo de la sala espera" que, dada la aceptación que tuvo entre los aficionados a este “noble arte popular”, les animó a participar, ese mismo año, en el concurso oficial de agrupaciones carnavalescas de Córdoba, consiguiendo el primer premio en esta modalidad.”

ROMERÍA DE SAN ISIDRO (fin de semana más cercano al 15 de mayo)

Sin duda, la festividad de San Isidro en Santa Cruz, no obedece a la tradición cristiana. Cierto es que la villa, es lugar de jornaleros y muy pequeños campesinos, pero la devoción a los santos nunca fue significativa. Los hechos de facto, así lo demuestran. Habría que buscar esta festividad ategüense en su maridaje con Montilla (como la feria de Santiago) y a las supersticiones promovidas por la iglesia cristiana. Según he podido recoger de la memoria popular, esta romería, o día de convivencia vecinal, tenía lugar en un paraje de las riberas del arroyo Abentojil, en tierras del cortijo de La Retosa. Más tarde se traslada a una alameda de las riberas del Guadajoz, próximas al caserío del cortijo de la Reina, para terminar, después de un tiempo de imprecisión por la ribera del Guadajoz, en el actual paraje del camino de la Vega.

Es evidente que, este santo, llego al alma campesina en muchos lugares de España y que sus celebraciones (como patrón de los campesinos), se extendieron a lo largo de toda la geografía. Para Santa Cruz es una fiesta profana más, donde el perol y la convivencia vecinal destacan sobre creencias y devociones. Llama la atención que la romería no está precedida (o presidida), por ningún santo, liturgia o acto religioso. Los vecinos salen al campo a compartir el yantar y el beber según los aguantes (hasta dos días). No se premia la devoción, si ésta no se entiende hacia el vino de Moriles, o Montilla, o hacia el arte de preparar “el perol de arroz”. Concursos de Carrozas y peroles son el leitmotiv de esta celebración ategüense.

FIESTA DE LA PATATA

La Vega de Santa Cruz comparte la siembra intensiva con la huerta, y de esta actividad agrícola surge en su día la llamada “Fiesta de la Patata”. Su origen es muy reciente y como consecuencia de una gran cosecha de este tubérculo traído por Colón desde el continente americano. Un grupo de vecinos, ante aquella abundancia, decidieron organizar una fritada de papas revueltas con huevo, a la que se acompañaría con gazpacho blanco (ajoblanco: sopa fría a base de ajos, vinagre, aceite y sal, combinados con habas secas, pan, piñones, almendras, u otro producto para dar consistencia a la masa, a la que, una vez terminada, se le añade agua al gusto de cada cual). Entre este grupo estaba Francisco Serrano Dios, dueño del restaurante Ategua y, en cierta medida, promotor de aquel evento. Muchos fueron los hortelanos que aportaron patatas para aquella improvisada fiesta, así como ajos, aceite, huevos, etc. La fiesta fue todo un éxito. El lugar, las inmediaciones del Restaurante Ategua, donde se sirvió un plato de patatas revueltas con huevo y un vaso de gazpacho a todo el que acudió (con derecho a repetir, si así se deseaba).

Vista la aceptación de esta especie de verbena, o fiesta de la recolección, se volvió a organizar durante varios años, hasta que los abusos, la falta de colaboración, y otras vicisitudes propias de los pequeños núcleos urbanos, dieron al traste con aquella peculiar celebración.

Costumbres:

En Semana Santa era la constumbre de hacer las magdalenas y los mostachones (tan ricos) en el horno de Villegas, mi madre las hacia cada año y nosotros le ayudabamos, bueno y comiamos tambien. Y sigue la costumbre, no se ha perdido.

Historia:

Allá donde se abrazan los caminos campiñeses de trigo y olivar, sin apenas darse cuenta el viajero, aparece ante la vista Santa Cruz, escondida en lo más alto de la loma. Viejas historias traen los vientos desde la Colonia Claritas Iulia Ucubi..., desde las ruinas de Ategua en las lomas de Teba la Vieja.. y, en sus mamblas, resuenan en las calidas tardes las legiones de Cesar y Pompeyo. Las mañanas de invierno, truecan la espada por la vara, la sangre por regueros de dorados aceites..... . Mas no fue ninguna, paridora de las blancas cales del mirador del Salsum, tan solo las piedras de la parroquia de la Encarnación delatan despojos de la ciudad pompeyana. Santa Cruz nace de sangre campesina y toma nombre del crucero que antaño existiera en la plaza de Andalucía, allí donde se abren los caminos que, desde el Guadajoz (Río del Pan), se extienden como sierpes por mares de olivo y campos de cereal.... . Dicen que esta gran cruz de piedra ocupaba el lugar desde tiempos inmemoriales, marcando las pautas costumbristas, en los cruces de caminos, de ahuyentar los fantasmas de la peste. La Guerra Civil Española confundió su imagen y dio al traste con sus huesos, conjuntamente con otros bienes, como, el archivo parroquial, el retablo mayor de la Iglesia de la Encarnación, una pila bautismal del siglo XIII y el retablo del Rosario. Cuentan los mayores de la población “que MIGUEL de CERVANTES hizo noche en SANTA CRUZ, cuando de regreso de Córdoba se dirigía a Castro del Río. Después estuvo residiendo en la aldea durante seis meses, en "la casa de agujero de la Abogá".”

Los orígenes de Santa Cruz quedan ocultos en el tiempo como su imagen al viajero, pero es sabido que su caserío, unido al núcleo señorial de Guadalcázar, fue concedido por Enrique II a González Fernández de Córdoba, quien, a su vez, lo cambió a Lope Gutiérrez de Córdoba por Montilla en 1375. En 1478, la Reina Isabel I separa de la jurisdicción del señorío de Guadalcázar el lugar que llaman de Santa Cruz. Alfonso de Aguilar (de la Casa de Aguilar - Marquesado de Priego a partir de 1505 -) compra sus tierras a Francisco Benavides, señor de Guadalcázar, el 3 de Noviembre de 1492 por “264 cahíces de pan terciado”. Es en el año de 1846 cuando, la reina Isabel II, agrega el lugar, compuesto por 308 fanegas de tierra, al distrito municipal de Montilla, bajo cuya jurisdicción permanece, lejana y sola..., tierra exenta..., dentro del término municipal de Córdoba. Su raza, jornalera, recia en el trabajo y noble en el espíritu, supo dar vida a la vega que a sus pies se extiende siguiendo los sedimentos trazados por el Salsum, y, sus galgos, fueron famosos por todos los contornos colindantes, e incluso mas allá de sus fueros. “La Galga”, “La Bartola” son nombres que nacieron de su inquietud galguera, fortunios e infortunios que cuenta el viento entre las alturas de los silos del SEMPA. Desde 1932 anida en esta villa la semilla de la segregación y sus gentes buscan la independencia como el agua busca los caminos del mar entre las montañas. El 11 de Septiembre de 1996, Santa Cruz, se emancipa de Montilla, por sinergias nacidas de maridajes abarraganados entre la soledad y el olvido, y decide circunstanciar sus pasos dentro del mar territorial de Córdoba, del que, su caserío, fuere núcleo exento durante tantos años. Y, así consta desde aquel día, no quedando escrito en el ideario villanesco que fuere para bien o para mal, ni que sus pasos debieren caminar juntos hasta que la muerte los separe. Santa Cruz, ninguneada por el feudalismo, manipulada por la burguesía, maltratada por el liberalismo y moneda de cambio (en los que no tenía ninguna importancia el alma de los villanos), luchó por ser SANTA CRUZ (sin éxito), luchó por que la escucharan (sin éxito), logró el privilegio de elegir a su dignatario público en referéndum popular (y lo perdimos). Hoy dormita en la loma, como los osos cuando escasea el alimento (en este caso social), pero, dentro de su alma jornalera, sigue viva la semilla que durante tantos años les unió bajo la bandera de ser voz, parte y arte en sus propios designios. Cuenta Antonio López Hidalgo, en su libro “Santa Cruz, o la sublevación de las aldeas en Andalucía” que, antiguamente, la práctica totalidad de los ateguenses, vivían del orozus o paloduz. El Río del Pan debió llamarse del paloduz, aunque, en cierta manera, la abundancia de esta planta en sus riberas, tornase aquellas raíces en el pan de cada día de muchos vecinos. Las crecidas del Guadajoz ponían a flor de tierra las raíces de esta planta en “las albinas”, hecho que repetíase en el laboreo otoñal. Comenta Antonio López que cada día llegaban a extraerse mas de tres mil kilos de estas raíces y que llegaban a venderse a veinticinco pesetas el kilo. En los años de posguerra, cuando todo andaba prohibido, buscar la raíz del orozuz era tarea nocturna, de carburo, azada y pies ligeros para poder huir de la caballería de los guardas jurados, vigilantes celosos de que quedase en la tierra lo que no podía digerir el amo. El paloduz permanece hoy olvidado, perseguido y esquilmado como planta no deseable. Sin embargo sus propiedades medicinales harían palidecer al propio ajo. Se trata de una planta vivaz (que vive más de dos años), de tallo erguido que brota en primavera y se seca en invierno, de hasta un metro de altura. Produce un rizoma (tallo subterráneo) del que van surgiendo brotes constantemente. En el rizoma nace una raíz que se hunde más o menos un palmo en el suelo, la cual se ramifica en delgadas raicillas que pueden alcanzar un metro de longitud, de sabor muy dulce. Alrededor del tallo aéreo se disponen las hojas, compuestas de entre nueve y diecinueve folíolos (subdivisiones que parecen hojas enteras), pero siempre en número impar, puesto que se disponen por pares, enfrentados, y uno en el extremo, de sabor amargo, al contrario que la raíz. Las flores se desarrollan en una espiga, en el extremo de un pedúnculo que nace en las axilas de las hojas, de color azul pálido o lila. El fruto es una legumbre que contiene como máximo 4 semillas. Se la conoce también como orozuz y agarradera.

Ordep Osonier

Turismo:

EL MOLINO DE SANTA CRUZ

Una de las curiosidades históricas de Santa Cruz, es su término municipal, que permanece prácticamente invariable desde la época de la conquista, así como el minifundismo que lo caracteriza, en contra del latifundismo que le rodea. De igual forma, sabemos que en los primeros años de su existencia, existía un molino (posiblemente harinero) y del cual, hoy, no se tienen otras noticias. Se puede saber de este molino (situado en uno de los extremos de su término, a orillas del guadajoz), por el testamento otorgado por don Luis Fernández de Córdoba Benavides y Dávalos, IV Señor de Guadalcázar, Santa Cruz, y Duernas, el 5 de diciembre de 1478 ante el escribano Pedro Hernández de Herrera, en el que se refleja que, Santa Cruz, permaneció dentro del mayorazgo creado por su antecesor en 1409 y en el que, como curiosidad, no hace mención de Duernas, aunque, como se sabe por otros documentos seguía perteneciéndole:

“Por ende, sepan cuantos esta carta de testamento vieren como yo, don Luis, señor de Guadalcázar y Santa Cruz e hijo legítimo del honrado y noble caballero García Fernández, […] Y otrosí por esta carta de mi testamento doy por libre y por quito a Antonio de Córdoba, mi criado, de todas las costas que por mí y en mi nombre recaudó y recibió y cobró en el mi lugar de Santa Cruz en todo el tiempo pasado hasta hoy dicho día [....] mando que den de mis bienes a doña Aldonza de Benavides, mi se¬ñora madre, en cada un ano de los días de su vida de ella, veinte cahíces de pan, los diez cahíces de trigo y los otros diez cahíces de cebada, los cuales dichos veinte cahíces de pan mando que le sean dados a la dicha mi señora madre de cada un ano de los dichos días de su vida, en esta manera: los dichos diez cahíces de tri¬go, que le sean dados del trigo demás que las de la renta de los molinos de pan moler que yo tengo en el dicho mi lugar de Santa Cruz y los otros dichos diez cahíces de cebada que le sean dados de la mejor renta de cebada que las tierras del dicho mi lugar de Santa Cruz rentaren.”

El hecho curioso de este testamento es la mención expresa a unos “molinos de pan moler que yo tengo en el dicho mi lugar de Santa Cruz” y de los que nada queda, aunque, por las indagaciones que he podido realizar, siguiendo el lenguaje de la tierra y de las aguas, este molino, debió andar, en tiempos, al pie del que hoy llaman “Cerro de las Seis Sendas”. Casi 300 años después, según la contestación a la pregunta décimo séptima del Catastro de Ensenada, que trababa sobre minas, salinas, molinos y otros "artefactos", los encuestados contestaron “que en el término se esta villa no hai minas, salinas, molinos arineros, de papel, batanes ni otros artefactos de los que contiene la pregunta.” Este desconocido molino es también citado por Enrique Garramiola Prieto, cuando hace referencia a las vicisitudes económicas del marquesado de Priego y las consecuencias de los pleitos interpuestos por los descendientes de Lope Gutiérrez, sobre la compra de Duernas y Santa Cruz: “Catalina Fernández de Córdoba y Enríquez de Luna, casada en 1518 con Lorenzo Suárez de Figueroa, tercer conde de Feria, y viuda en 1528, igualmente hubo de comprometerse en 1532 al pago de 8.000 ducados para eludir la querella que le había incoado otro de los descendientes del señor de Guadalcázar arrastrada de sus antepasados, por aquella ilegítima adquisición de la torre y cortijo de Duernas, el molino y salinas de Santa Cruz, y los cortijos de la Serrezuela y el Alcaparro.” aunque aquí vuelve a producirse una nueva disquisición, ya que, a Santa Cruz, no se le conoce salina alguna, debiendo de referirse a las salinas de Duernas.

No existen citas de ninguna clase que haga referencia a la existencia de molinos en Santa Cruz posteriormente, por lo que debe entenderse que, éste, desapareció con anterioridad al año 1753, fecha de la encuesta del Catastro de Ensenada. Sin embargo, en el argot popular, aún hoy se cita un camino que lleva desde el caserío a los sotos del Guadajoz, a la parte donde este se estrecha debido a la orografía del terreno y que según me refiere José Rafael Pérez Camacho, vicepresidente de la Asociación Cultural Amigos de Ategua, vienen a llamar “del Tarajal” y “del Sotolino”. La economía del lenguaje, que siempre juega malas pasadas al buscar nombres antiguos, ha convertido “Soto del Molino”, en “Sotolino”, recordándonos que se trata de un camino que antiguamente llevaba al molino posiblemente harinero, y que bien pudiera ser aquel al que hacía referencia en su testamento el IV Señor de Guadalcázar. A pesar de ello, debo decir, que otra interpretación del referido nombre, es que proviene de las antiguas plantaciones de lino, que en otros tiempos existieron en los sotos, por lo que “Camino del Sotolino”, pudiera ser la simplificación de “Camino del Soto del Lino”, pero no por ello deja de ser verosímil la primera.

La segunda cuestión que indica la posibilidad de que en esta zona del río existiera un molino, es precisamente su idoneidad, con un estrechamiento que provoca el aumento de la corriente del agua y mayor profundidad. Revisando el plano catastral actual y comparando con los escasos croquis que existen de épocas anteriores se puede intuir que no existen cambios apreciables y que, al sur, en la zona del estrechamiento del río, el polígono 110 del Catastro actual, cruza el río y recorta una pequeña zona en la otra ribera que, vista vía satélite, es incluso de diferente color a la zonas que la rodean. Tantos indicios me llevaron a la búsqueda, en el referido sitio, de alguna evidencia que desvelara la sospecha, lo que así fue y allí se hallan sepultados los huesos de estos “molinos de pan moler” de los que don Luis Fernández de Córdoba Benavides y Dávalos dijera “que yo tengo en el dicho mi lugar de Santa Cruz”