Os invito a pasear por mi memoria.
Trasladándoos al que fue mi hogar, donde viví una niñez dorada.
Esa adolescencia en donde reía, jugaba, soñaba…
ALGO MÁS QUE RECUERDOS.
Lánguidamente dejo que el sofá
se apodere de mi cuerpo perezoso y soñoliento.
Con ojos entrecerrados, miro mi entorno.
Un viejo candil en la pared de piedra acapara mi mirada.
La estancia, llena de viejos recuerdos,
me observa.
Trozos de historia parecen hablarme
de aquella aldea perdida entre montañas
donde jugaba con sueños, donde transcurría mi infancia.
De paredes viejas y desconchadas que un día fueron blancas,
llenas de luz, de calor y de noches estrelladas
donde a la luz de la luna
se contaban historias de fantasmas.
Y en la oscuridad de la noche cantaban los grillos
y brillaban las luciérnagas.
De aquel sendero de polvo,
de aquella vereda de charcas.
Del cortijo LA SOLANA
El lugar donde nací, entre olivos, almendros y retamas.
Donde jugaba al escondite con mi querida hermana
Mara
De aquella cocina con sabor a leña,
donde olía a hogar, a flores, a huerta...
Donde se paraba el tiempo al resplandor de la candela,
y donde a la luz de un candil, el abuelo, Antoñolín,
nos contaba novelas.
Corriendo entre los olivos se me pasaban los días,
jugando sobre la hierba y buscando pajarillos en sus nidos.
Y a lomos de mi caballo
¡salvaje! el campo atravesaba.
Rebeldía en el rostro,
el vaquero roto y la camisa ajada.
De la borriquilla blanca,
que Tormenta le llamaban,
lento era el camino hasta el pilar,
para llenar las cantaras,
por un sendero de almendros,
de flores, moras y zarzas.
De aquel remanso de paz
en aquella cascada de agua,
mi refugio era su orilla
donde yo tantas veces soñaba.
De esos atardeceres
que las sombras de la noche esconden,
en los que
se escuchan los búhos,
en los que el silencio se oye.
De aquellas noches de calor en la era,
dormidas en la paja.
Arropadas por la luna y viendo nacer el alba.
Como techo, las estrellas,
como lecho, la mañana.
El universo, el paraíso,
de los sueños que inventaba.
De cómo soplaba el viento
en aquellas madrugadas
y de cómo chirriaban con fuerza
los goznes de las ventanas.
Y de esos amaneceres
de frío intenso, de escarcha, de helada,
con un suspiro ahogado, me escondía
entre almohadas.
Y en la hora del medio día,
muchas veces me tumbaba
en ese lecho de amapolas y de trigo verde,
mirando al cielo embobada.
Hasta que una voz con cariño (era mamá)
venia y me despertaba.
“ ¡Deja ya de soñar -decía- y ven ya para la casa!”
Que la vida no es así...
Pero mis sueños eran mis sueños y
¡nadie me los quitaba!
Hoy lo siento todo en mi piel,
revolviendo el pensamiento.
Arranco un suspiro al ayer
y un escalofrió a mi cuerpo.
Una sonrisa al presente.
Un beso a la añoranza.
Son algo más que recuerdos,
lo que ahora me acompañan.
Es ese sabor a pasado,
que tiñe de nostalgia mis palabras.
Anif Larom
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