Mas, ¡ay!, que no dilatas la inclemente
muerte, que en tu sangriento pecho llevas,
del crudo amor vencido y maltratado;
tú con el fatigado aliento pruebas
a rendir el espíritu doliente
en la corriente de este
valle amado.
Que el ciervo desangrado,
que contigo la vida,
tuvo por bien perdida,
no fue tampoco de tu amor querido
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