A la derecha del final del puente, había un muro de las mismas pilastras, allí nos sentábamos en verano, la fresquita brisa del rio, era ideal, mirar hacia abajo, ver aquellos guindos, donde servidora se subía para probar las primeras, que ricas estaban enjuagadas con agua del nacimiento, no existe ni un solo rincón de Baúl, en el que no estemos los dos, sucede lo mismo con nuestra casa, cada milímetro las huellas del amor están vivas, si fuera una pirámide, la instalaría ahí. Hermosos, grandes, ... (ver texto completo)