Mis queridas
Amigas, Blanca y María: Hace demasiado tiempo que os tenia que haber escrito, no ha sido culpa mía. Ya conocéis mis nervios y mi manera de actual, que había que subir una
montaña, allá que iba sin ningún Arne. Mi querido abuelo que mucho me conocía cuando me ponía a pintar la
casa (La de ellos) era grande y sus techos los de un templo, pues ahí me subía, les dejaba la casa como una patena, con la ducha diaria otra, según él me moriría bien por rodar por algún
monte o tal vez una pulmonía.
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