Esta
finca data de varios siglos de
antigüedad. Perteneció a terratenientes afincados en los alrededores de lo que antes era el señorío del Hidalgo Domingo Pérez de Herrasti, de raíces vascas y asentados, a partir del año 1511, en estas tierras, por colonización de nuevas tierras, bajo el signo del cristianismo católico. En la actualidad, el
pueblo cercano a este cortijo lleva el mismo nombre. La vivienda más antigua se encuentra en una de las
esquinas de la finca, levantada sobre un antiguo panteón ibero, en el que ya no quedan restos humanos, siendo trasladados al cerro que queda enfrente, por orden de un ahijado del General Don Domingo Perez de Arrasti, personaje de gran relevancia en la ocupación cristiana, frente a la extensa y prolongada ocupación islámica. El lugar de dicha sepultura se mantiene en secreto, por orden expresa de dicha
familia. Al parecer, se han catalogado numerosos restos de civilización ibera, colindando con esta pequeña
casa, alzada bajo el mandato de Antonio Pérez de Herrasti y Recio-Chacón, Señor del Padul y de Domingo Pérez, Maestrante de
Granada y Fiscal del Tribunal Supremo de Cuentas del Reino. A posteriori y tras varios cambios en el tutelado de esta finca, la familia Agrela y Moreno adquieren la finca, como propiedad estival así como lugar de
cacerías y
reuniones diplomáticas, en la sociedad del siglo XIX. Un trabajador de dicha finca, a lo largo de los años se gana la confianza de esta familia, por su afán de trabajo y nobleza, tomando las riendas de la dirección y administración de esta finca. Hablamos de Don Antonio Leyva Ocón, esposo de Trinidad Martínez
Soría, un matrimonio que adquirió dicha Hacienda y gran parte de las tierras que la rodean. Hoy día pertenece a la familia esta enorme finca, sin duda, una de las más bellas de los
Montes Orientales. Actualmente, hay nuevas viviendas, pertenecientes a los descendientes (Familia Leyva Martinez) en sus alrededores, ampliando el espacio verde que rodea a la casa principal. El
jardín de Casanueva es un concepto de jardín-paraíso, proveniente del concepto de jardín romántico, tendencia estilística del siglo XVIII, en pleno período romántico. Su estilo es originariamente japonés, proveniendo, parte de su vegetación, de ese país, así como otros: Madagascar, Turquía o
Jordania. Gran parte de estas plantas fueron traídas por monjes jesuitas, desde diferentes lugares del mundo, adaptándose estas, a la climatología del lugar. Hay una leyenda viva en la que se dice que estas viviendas están custodiadas por las almas de los monjes que visitaban aquel lugar, por tener un espacio de Tierra
santa. Se cuenta que sus habitantes han vivido muchas anécdotas referidas al respecto así como se dice que aquel que hace daño o no cuida por aquel lugar será maldecido por las
sombras y el hurto del sueño, hasta el final de sus días. El periodista Fernando Jiménez del Oso, psiquiatra y periodista español, especializado en temas de misterio y parapsicología, ya nombraba en varias publicaciones, sobre los cantos
nocturnos de las quimeras que se ocultan y vigilan, desde las copas de los
árboles, en las
noches de esta cortijada singular, territorio doméstico donde se concentran altas
fuentes de energía telúrica, redefinido por la Asociación de Estudios Geobiológicos (GEA). Esto corrobora la
tradición histórica de coincidir, en diferentes períodos históricos, en dicho lugar, como punto de emanación e irradiación geomagnética, así como los buscados por los Caballeros Templarios, debido a su virtud ancestral, generadas, en esta ubicación, posiblemente, por venas de
agua subterráneas y Acuíferos, así como Redes de Hartmann, lo cual han llevado a varios estudiosos, hacía la justificada concatenación de "apariciones" y "visiones" no identificables, posiblemente generadas por esta afluencia de energías geomagnéticas y eléctricas.