Esta llamada ermita vieja, que está en ruinas, fue la primera esuela rural que se construyó en el anejio de Cuevas del Negro allá por 1950. Era un edificio de piedra que fue construido por Luis el Albañil (q. e. p. d.) en piedra de la cantera de Camarillas y que fue traída en carros de mulas por las gentes del lugar. El terreno fue donado al ayuntamento de Benamaurel por Ramón Suárez, pariente mío, y se construyó siendo alcalde pedáneo del lugar el encargado general del Cortijo Nuevo, Emilo Vallejo. Constaba de una nave amplia que sería de escuela y que tená una hornacina en el frontispicio donde se guardaba la imagen de San Isidro, proclamado patrón local ainiciativa de las amas del Cortijo Nuevo. Cada año, el 15 de mayo, se celebraba misa y se hacía la primera comunión de los niños del barrio y se procesionaba al santo patrono por el anejo con un gran ramo de trigo. Aún se hace dicha romería hacia mediados de mayo y, aunque ya no hay vecios estables, los antiguos vecinos hacemos un pequeño óvolo y costeamos la romería y se agasaja a los presentes con un refresco, una paella y baile gratis.
A esa escuela asistí por primera vez y recuerdo con un gran cariño y veneración a mi primera maestra, doña Josefa Menéndez. Era interina y además era comadrona y practicante (actual ATS) que, con mucha vocación y un sueldo miserable (no llegaba a las trescienta pesetas al mes, menos de dos euros) dedicaba su tiempo a aquellos rapaces que asistíamos y que superaban el número de sesenta alumnos desde los seis a los doce años. La casa tenía un salón, cocina de leña, despensa, corral y cuarto de baño en la planta baja y, arriba, tres dormitorios... ¡pero sin luz ni agua! Eso llegaría en la década de los setenta. Las buenas gentes ayudaban a la maestra con donativos en especie: tocino, panceta, chrizos, morcillas, salchchón, patatas, trigo o harina, leche, huevos, pollos, leña, etc., para que pudieran comer ya que no había dónde comprar ni tenían dinero para hacerlo. Recuerdo que dio a luz en aquella escuela y no pudo pedir la baja maternal (no existía ese permiso porque era interina) y a los dos días del parto, todos volvimos al aula a recibier sus enseñanzas. ¡Cuánta miseria y cuánta nostalgia! Hubo otras maestras posteriores, comodoña Alicia, de Valencia, que fue la primera mujer alcaldesa de España en Benamaurel y que instaló en el pueblo el agua a domicilio. Allí estuvo también mi mujer de maestra (Ysabel Rubio Lozano) (entonces mi novia) en 1967 y tenía ¡67! niños y niñas de 6 a 12 años. Poco después la escuela desapareció y se construyó el camino nuevo y el autobús subía a los alumnos a Benamaurel. Pero eso ya fue muy posterior. Recuerdo también, de aquella primera maestra, que su marido trabajaba en el campo cuando podía y en los trabajos más duros: siega, trilla, aceituna, etc. En el buen tiempo cazaba barbos y cangrejos en el río Guardal (allí llamado de Benamaurel) lo que era bueno para él y su familia, pues de otra manera nunca hubieran comido pescado fresco.
¡Cuánta nostalgia y cuánta miseria! Pero los años, la infancia y las ganas de superarse podían con todo. Creo que fue el único de aquella primera escuelita que llegó a titulado superior en la Universidad de Granada nacido allí. También mi prima Carmen Valenzuela fue titulada en enfermería. Ya algunos hijos de aquellos pioneros también lo son y eso es una enorme satisfacción para este que esto reseña y que mantiene su cueva allí y va siempre que puede. Un abrazo para todos aquellos que nos precedieron y que aún vuelven cada año. Manuel Arredondo Valenzuela, maestro emérito
A esa escuela asistí por primera vez y recuerdo con un gran cariño y veneración a mi primera maestra, doña Josefa Menéndez. Era interina y además era comadrona y practicante (actual ATS) que, con mucha vocación y un sueldo miserable (no llegaba a las trescienta pesetas al mes, menos de dos euros) dedicaba su tiempo a aquellos rapaces que asistíamos y que superaban el número de sesenta alumnos desde los seis a los doce años. La casa tenía un salón, cocina de leña, despensa, corral y cuarto de baño en la planta baja y, arriba, tres dormitorios... ¡pero sin luz ni agua! Eso llegaría en la década de los setenta. Las buenas gentes ayudaban a la maestra con donativos en especie: tocino, panceta, chrizos, morcillas, salchchón, patatas, trigo o harina, leche, huevos, pollos, leña, etc., para que pudieran comer ya que no había dónde comprar ni tenían dinero para hacerlo. Recuerdo que dio a luz en aquella escuela y no pudo pedir la baja maternal (no existía ese permiso porque era interina) y a los dos días del parto, todos volvimos al aula a recibier sus enseñanzas. ¡Cuánta miseria y cuánta nostalgia! Hubo otras maestras posteriores, comodoña Alicia, de Valencia, que fue la primera mujer alcaldesa de España en Benamaurel y que instaló en el pueblo el agua a domicilio. Allí estuvo también mi mujer de maestra (Ysabel Rubio Lozano) (entonces mi novia) en 1967 y tenía ¡67! niños y niñas de 6 a 12 años. Poco después la escuela desapareció y se construyó el camino nuevo y el autobús subía a los alumnos a Benamaurel. Pero eso ya fue muy posterior. Recuerdo también, de aquella primera maestra, que su marido trabajaba en el campo cuando podía y en los trabajos más duros: siega, trilla, aceituna, etc. En el buen tiempo cazaba barbos y cangrejos en el río Guardal (allí llamado de Benamaurel) lo que era bueno para él y su familia, pues de otra manera nunca hubieran comido pescado fresco.
¡Cuánta nostalgia y cuánta miseria! Pero los años, la infancia y las ganas de superarse podían con todo. Creo que fue el único de aquella primera escuelita que llegó a titulado superior en la Universidad de Granada nacido allí. También mi prima Carmen Valenzuela fue titulada en enfermería. Ya algunos hijos de aquellos pioneros también lo son y eso es una enorme satisfacción para este que esto reseña y que mantiene su cueva allí y va siempre que puede. Un abrazo para todos aquellos que nos precedieron y que aún vuelven cada año. Manuel Arredondo Valenzuela, maestro emérito