Este cortijo fue de mi bisabuelo Antonio Suárez que, tras su muerte lo dividió entre sus siete hijos. Mi abuela Antonia Suárez lo preservó y lo dejó en herencia a sus dos hijos supervivientes, mi madre, Pepa y mi tío Antonio, ya que el otro hermano, mi tocayo Manuel murió en la guerra (in) civil por la zona de Pozoblanco.
Este cortijo junto con el Cortijo Nuevo, Las Cuevas del Negro (finca), el Cortijo de la Cuesta, Las Juntas y otras zonas de las vegas del río Guardal y de Castril, pertenecían al monasterio de jerónimos situado en La Granja, actualmente restaurado y dedicado al turismo rural a través del hotel La Alcanacia de Zújar. Es un monasterio precioso y que ha sido restaurado en todo su esplendor tras la expropiación del pantano del Negratín. Estas fincas fueron expropadas a la iglesia en la primera desamortización de Mendizábal (1836-37) y en la segunda expropiación de 1854, todas ellas en la épca de Isabel II. Por ello, todas las acequias que abastecen estas fincas se llaman "de los frailes". No sé cómo llegó a manos de mi bisabuelo el Cortijo Grande, pero allí pasé los primeros meses de mi vida, hasta a los dos años aproximadamente, mis padres se trasladaron a la cueva de la tía Juliana, justo enfrente de la de mi abuela Antonia y que se dedicaba como lugar donde se hacía el pan en su horno moruno, que aún existe. Ellos la ampliaron y adquirieron, con el tiempo, las dos cuevas adyacentes, cuevas que, divididas en tres partes, nos corresponden a los tres hermanos: Rafael, yo y Pepe (por cronología) y que nosotros las hemos 'bautizado' como Las Cuevas de Teodosio (que era mi padre) y allí vengo siempre que puedo a relajarme y a descansar. Hoy toda esta finca está casi en su totalidad expropiada por el pantano, pero aún nos queda una pequeña parcela de olivos de la herencia de mis padres.
Mis abuelos paternos, Rafael Arredondo y Vicenta Pozo, eran los agricultores en arrendamiento de la finca de las Cuevas del Negro (¿por qué tendrá este nombre?) y en 1929, sus dueñas de entonces, unas señoras madrileñas, lo pusieron en venta por 150.000 pesets (¡de entonces!) y mi abuelo y su hermano Ángel quisieron comprarla y se fueron a Madrid con las 150.000 pesetas en el bolsillo. Pero no llegaron a un acuerdo, ya que se empeñaron en pagarle sólo 145.000 pesetas y las otras 5.000 pesetas, se las gastarían todos ellos en una buena 'jüerga'. No lo aceptaron y, mientras tanto, don José Valero se presentó con el dinero total y adquirió la finca, mentras mi abuelo y su hermano se vinieron con su dinero... pero sin finca. Mi abuelo llegó a seguir viviendo en aquella finca, que había cambiado de dueño, como agricultor y empleó su dinero en adquirir otros pagos por distuntas zonas de Benamaurel y Cortes de Baza.
Así es la pequeña hstoria de estas fincas, hoy casi desparecidas, excepto en las zonas de olivar que siguen siendo de excelente calidad y alto rendimiento. Yo conocí estas fincas en su pleno esplendor, pero también he vivido su decadencia y práctica desparición. Pero la vida sigue y los recuerdos con ellas y conmigo y guardo memorias gratas de mi infancia allí.
Recuerdo con especial cariño las meriendas que nos proporcionábamos los niños cuando, en el buen tiempo, nos mandaban a cuidar los animales a los sotos junto al río Guardal. Sólo nos bajábamos de la casa un trozo de pan (aquel magnífico pan casero cocido en el horno moruno) y un poco de sal. Ya en el campo, junto al río, cazábamos algunos peces pequiñitos (nosotros éramos pequeños de entre 6 y diez años), cogíamos tomates de cualquier campor cercano y, asando los peces, con tomate con sal y con nuestros pan, comíamos espléndidamente una sanísima comida completamente ecológica. De postre, algún melón o sandía, u otras frutas de las muchas que había por aquellos pagos. ¡Cómo me gustaría poder volver a hacer aquellas meriendas, que no sé si es por la nostalgia de la edad y por su excelente calidad! Creo que ambas cosas se conjuntaban. Por mi parte, como siempre he sido glotón de la leche de cabra (sigo siéndolo) si estaba en el campo y veía una cabra, yo la mamaba directamente de la teta a la boca y era delicioso. ¡Cuántos recuerdos y añoranzas!. Manuel Arredondo Valenzuela, maestro emérito.
Este cortijo junto con el Cortijo Nuevo, Las Cuevas del Negro (finca), el Cortijo de la Cuesta, Las Juntas y otras zonas de las vegas del río Guardal y de Castril, pertenecían al monasterio de jerónimos situado en La Granja, actualmente restaurado y dedicado al turismo rural a través del hotel La Alcanacia de Zújar. Es un monasterio precioso y que ha sido restaurado en todo su esplendor tras la expropiación del pantano del Negratín. Estas fincas fueron expropadas a la iglesia en la primera desamortización de Mendizábal (1836-37) y en la segunda expropiación de 1854, todas ellas en la épca de Isabel II. Por ello, todas las acequias que abastecen estas fincas se llaman "de los frailes". No sé cómo llegó a manos de mi bisabuelo el Cortijo Grande, pero allí pasé los primeros meses de mi vida, hasta a los dos años aproximadamente, mis padres se trasladaron a la cueva de la tía Juliana, justo enfrente de la de mi abuela Antonia y que se dedicaba como lugar donde se hacía el pan en su horno moruno, que aún existe. Ellos la ampliaron y adquirieron, con el tiempo, las dos cuevas adyacentes, cuevas que, divididas en tres partes, nos corresponden a los tres hermanos: Rafael, yo y Pepe (por cronología) y que nosotros las hemos 'bautizado' como Las Cuevas de Teodosio (que era mi padre) y allí vengo siempre que puedo a relajarme y a descansar. Hoy toda esta finca está casi en su totalidad expropiada por el pantano, pero aún nos queda una pequeña parcela de olivos de la herencia de mis padres.
Mis abuelos paternos, Rafael Arredondo y Vicenta Pozo, eran los agricultores en arrendamiento de la finca de las Cuevas del Negro (¿por qué tendrá este nombre?) y en 1929, sus dueñas de entonces, unas señoras madrileñas, lo pusieron en venta por 150.000 pesets (¡de entonces!) y mi abuelo y su hermano Ángel quisieron comprarla y se fueron a Madrid con las 150.000 pesetas en el bolsillo. Pero no llegaron a un acuerdo, ya que se empeñaron en pagarle sólo 145.000 pesetas y las otras 5.000 pesetas, se las gastarían todos ellos en una buena 'jüerga'. No lo aceptaron y, mientras tanto, don José Valero se presentó con el dinero total y adquirió la finca, mentras mi abuelo y su hermano se vinieron con su dinero... pero sin finca. Mi abuelo llegó a seguir viviendo en aquella finca, que había cambiado de dueño, como agricultor y empleó su dinero en adquirir otros pagos por distuntas zonas de Benamaurel y Cortes de Baza.
Así es la pequeña hstoria de estas fincas, hoy casi desparecidas, excepto en las zonas de olivar que siguen siendo de excelente calidad y alto rendimiento. Yo conocí estas fincas en su pleno esplendor, pero también he vivido su decadencia y práctica desparición. Pero la vida sigue y los recuerdos con ellas y conmigo y guardo memorias gratas de mi infancia allí.
Recuerdo con especial cariño las meriendas que nos proporcionábamos los niños cuando, en el buen tiempo, nos mandaban a cuidar los animales a los sotos junto al río Guardal. Sólo nos bajábamos de la casa un trozo de pan (aquel magnífico pan casero cocido en el horno moruno) y un poco de sal. Ya en el campo, junto al río, cazábamos algunos peces pequiñitos (nosotros éramos pequeños de entre 6 y diez años), cogíamos tomates de cualquier campor cercano y, asando los peces, con tomate con sal y con nuestros pan, comíamos espléndidamente una sanísima comida completamente ecológica. De postre, algún melón o sandía, u otras frutas de las muchas que había por aquellos pagos. ¡Cómo me gustaría poder volver a hacer aquellas meriendas, que no sé si es por la nostalgia de la edad y por su excelente calidad! Creo que ambas cosas se conjuntaban. Por mi parte, como siempre he sido glotón de la leche de cabra (sigo siéndolo) si estaba en el campo y veía una cabra, yo la mamaba directamente de la teta a la boca y era delicioso. ¡Cuántos recuerdos y añoranzas!. Manuel Arredondo Valenzuela, maestro emérito.