Este cortijo es importante por su gran y magnífico olivar de más de tres mil olivos. Recuerdo, de mi niñez, que con otros rapaces de allá subíamos algunas tardes a este cortijo a recibir doctrina cristiana que nos impartían sus dueñas Leonor y Maravillas que, vagamente, las recuerdo como bastante amables y que nos ofrecían golosinas inalcanzables en aquella época para el común de los mortales. Eran los años del hambre y las escaseces abundaban, sobre todo en un entorno de grandes terratenientes y los demás jornaleros de bajo dslsrio y trsbajo inseguro.
Hoy la casa está muy abandonada, pero entonces la recuerdo muy bien amueblada y cuidada, con un pequeño jardín en su entrada noble entre la casa y la acequia de Los Frailes que abastecía de agua un pozo que allí había (aún está, pero abandonado) con su arco de hierro sobre el brocal con el nombre del cortijo y la chapa de hierro que cubría el pozo para evitar accidentes. Estaba todo muy bien cuidado y en primavera todo estaba florecido y con aromas de niñez que ahora recuerdo en la distancia.
Distintos avatares han ido cambiando de dueños el cortijo. Los actuales: Ramón (el del vino, perdona que utilice el alias) y su esposa Marisol Arredondo (hija de mi primo hermano Emilio) han construido aledaño una gran nave que les sirve para guardar los aperos del campo, pero les pediría que rehabilitaran la parte del cortijo que podría quedar precioso al recuperar su antiguo esplendor. Y también el pozo y su uso, y las florestas que allí se criaban. No sería demasiado costoso y volvería otra vez su antiguo (no viejo) sabor a obra bien hecha. Los rendimientos de su magnífico olivar bien pudieran dar el beneficio suficiente para asumir el costo de la rehabilitación. ¡Ánimo, parientes! De todas formas, esto me trae aquellos recuerdos de infancia siempre tan gratos, sobre todo ahora que uno está entrando ya en avanzada edad. Manuel Arredondo Valenzuela, maestro emérito
Hoy la casa está muy abandonada, pero entonces la recuerdo muy bien amueblada y cuidada, con un pequeño jardín en su entrada noble entre la casa y la acequia de Los Frailes que abastecía de agua un pozo que allí había (aún está, pero abandonado) con su arco de hierro sobre el brocal con el nombre del cortijo y la chapa de hierro que cubría el pozo para evitar accidentes. Estaba todo muy bien cuidado y en primavera todo estaba florecido y con aromas de niñez que ahora recuerdo en la distancia.
Distintos avatares han ido cambiando de dueños el cortijo. Los actuales: Ramón (el del vino, perdona que utilice el alias) y su esposa Marisol Arredondo (hija de mi primo hermano Emilio) han construido aledaño una gran nave que les sirve para guardar los aperos del campo, pero les pediría que rehabilitaran la parte del cortijo que podría quedar precioso al recuperar su antiguo esplendor. Y también el pozo y su uso, y las florestas que allí se criaban. No sería demasiado costoso y volvería otra vez su antiguo (no viejo) sabor a obra bien hecha. Los rendimientos de su magnífico olivar bien pudieran dar el beneficio suficiente para asumir el costo de la rehabilitación. ¡Ánimo, parientes! De todas formas, esto me trae aquellos recuerdos de infancia siempre tan gratos, sobre todo ahora que uno está entrando ya en avanzada edad. Manuel Arredondo Valenzuela, maestro emérito
Hermosos recuerdos por una parte, tristes por otros.
Somos muchos los que los tenemos.
¡Ánimo paisanos!
Somos muchos los que los tenemos.
¡Ánimo paisanos!