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CUEVAS DEL CAMPO

Habitantes: 2.314  Altitud: 780 m.  Gentilicio: Cueveños 
Hoy amanece en CUEVAS DEL CAMPO a las 08:58 y anochece a las 18:57
Nº fotos: 90  Nº mensajes: 383 
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Situación:

CUEVAS DEL CAMPO (GRANADA)

Es un pequeño y precioso pueblo agrícola perdido y escondido en el altiplano granadino, que hace poco más de un siglo inició con pasión y esfuerzo su lento caminar buscando siempre su propia identidad, removiendo las entrañas de sus lomas, hasta convertirlas en verdaderos lares de sus ancestros y, hoy día, en los de sus descendientes y visitantes. Así surgió su nombre y su propia identidad.

Actualmente, el Altiplano, es una basta extensión semidesértica, donde la blancura del suelo calcáreo deslumbra al visitante bajo el sol plomizo y asfixiante de los tórridos estíos.

Hileras de montañas peladas y agrietadas con descaro por la erosión, cuajadas de esparto y alcaparras, rodean esta entrañable llanura del nordeste de la provincia de Granada, en un paisaje selénico, donde el viento solano mima y arrulla, casi a diario, su entorno policromado en los atardeceres, haciendo rodar nubes de polvo, hojas y brozas y donde el Creador, hace millones de años, esbozó crepúsculos bellísimos, bordados de estrellas y pincelados de preciosos colores, dibujados mágicamente en el horizonte lejano del firmamento, desde donde Febo -como gran enamorado- acaricia diariamente en su declinar, las cimas montañosas de su amada tierra cueveña allá en la lejanía, haciendo de su belleza un auténtico disfrute para los sentidos y donde el mítico Jabalcón se yergue y refleja en las cristalinas aguas del Negratín, soberbiamente endiosado, como vigilante perenne de nuestro entorno desde el primer día de su nacimiento.

Es aquí, en el Altiplano, a tiro de piedra de nuestra capital, Granada, donde se encuentra nuestro pueblo Cuevas del Campo, de una belleza centenaria indescriptible, que se refleja con descaro especialmente en los barrios de Cantarranas y de Triana, impregnando y envolviendo la magia del pasado en cada cueva, en cada rincón, en cada piedra, como si el pretérito se hubiese abrazado eternamente a su entorno con una fuerza protectora invisible e imperecedera, como si el tiempo se hubiese detenido intencionadamente para ser testigos de su belleza.

El Guadalentín se mezcla, con embrujo, en Las Juntas con otros ríos y se transforma mágicamente después en el Guadiana Menor, refrescando, lavando y purificando, constantemente, las cálidas aguas termales que manan de las entrañas del Jabalcón (1.492 m.), mientras acaricia, rodea y abraza, tiernamente, su contorno salvaje erosionando sin piedad barrancos, ramblas, lomas y puntales, dejando, poco después, reposar sabiamente, durante un tiempo, sus azules y cristalinas aguas en el pantano del Negratín, rebosante de pesca, piraguas, magia y belleza; donde la luna llena de estío se baña descaradamente desnuda y sin rubor, en los atardeceres cueveños, ante los ojos furtivos de los enamorados escondidos, algunas veces, en los taráis y pinos de su ribera.

O esos bellísimos crepúsculos bordados de estrellas e impregnados de preciosos colores, dibujados mágicamente desde hace siglos, en el horizonte lejano del firmamento.

Las sierras del Pozo, Segura y las Villas -Sierra de Cazorla- formando parte, también, de su paisaje próximo, de una belleza barroca que embriaga al visitante de tranquilidad, paz, sosiego y serenidad. Y Sierra Nevada, un poco más alejada pero fundida sin duda, para la eternidad, en nuestro paisaje, con sus cumbres preñadas de hielo y nieve casi todo el año.

Y coronando su testa, un hermoso y extenso tapiz de verdes olivos cubriendo serenamente sus cañadas, laborados y mimados amorosamente por sus gentes hasta conseguir, finalmente ese regio óleo, elixir de los dioses: el aceite de oliva.

Antonio V. Martínez Cruz

Fiestas:

NUESTRA SEMANA SANTA VIVIENTE

Jesús de Nazaret, la Virgen María y las Santas Mujeres, Poncio Pilato y sus Senadores, Caifás y los Sumos Sacerdotes del Sanedrí, el ejército romano con los mejores caballos de Iberia -jinetes incluidos- del emperador Tiberio; José de Arimatea, la Verónica junto con el pueblo hebreo, la recuperación de los oficios, el Mercado Judío, la ambientación de la ciudad sagrada, el pueblo hebreo con todos sus figurantes, la Banda de Tambores, los animales de carga con sus arrieros, el ganado de ovejas y sus pastores; todos los equipos de trabajo, cada uno en su sitio, como tiene que ser. Sólo esperan una señal.

¡Son las cinco en punto de la tarde! La ciudad se activa, milagrosamente, a la vez como por arte de magia; todo comienza a funcionar a la perfección.

Miles y miles de personas venidas de lugares inimaginables - ¿Roma, Siria, Líbano, Egipto, islas griegas...?- han quedado atrapadas misteriosa e inamoviblemente por el túnel del tiempo que les hemos preparado, intencionadamente. No saben lo que les espera. Ni lo sueñan.

Todo está a punto después de un año de intensísimo trabajo. La utopía está a punto de hacerse añicos -una vez más- ante el rigor histórico y la belleza de la puesta en escena de nuestra Semana Santa Viviente o por el gran esfuerzo, trabajo, tesón, ilusión y el cariño en el buen hacer de las cosas de toda la comunidad de Cuevas del Campo.

Así está nuestro pueblo hoy, convertido en la auténtica ciudad de Jerusalén de hace más de dos milenios, con sus oficios recuperados, ladronzuelos, vendedores deambulando por sus calles míseras y su viejo Mercado Judío lleno de ruidos y mercadeo; el “Pretorio” de Pilato con su guardia personal, criados y damiselas; y llegados del “tajo” los hombres del espato y sus niños, haciendo presente a nuestros antepasados cueveños, como en un abrir y cerrar de ojos, los esparteros y sus niños; las burras con los aperos de antes y los pastores con el ganado, pasando frente al palacio del gobernador de Judea con todo su estruendo, defecaciones en ruta y balidos; en días de frío intenso se refugiarán muy cerca de nuestra ciudad.

Es la época ¿gloriosa? del emperador Tiberio, el año treinta y tres después de Cristo, reflejada en su indigencia y grandeza al mismo tiempo. Aquí, en Jerusalén, está a punto de suceder una gran tragedia; se siente por todos los rincones y calles de este entrañable pueblo: Jesús de Nazaret ha sido condenado a morir en la cruz, junto a dos ladrones más. Su ejecución es cuestión de minutos o quizá de horas.

La parada en el Mercado Judío con su exposición de aves rapaces y los juegos de cetrería –nueva este año-, hace más creíble a nuestro visitantes del lugar en el que se encuentra en estos momentos, en la realidad de la época cuando le ofrecen los diferentes productos de aquella zona, así como gran cantidad de remedios y plantas medicinales que, sin duda, curarán sus diferentes enfermedades por malignas que estas sean.

Más de uno (nunca en la Jerusalén de nuestro pueblo se habían visto tanta gente junta) se sintió transportado al interior de este drama para ver morir al Nazareno, en el Gólgota junto a dos malhechores. Sin duda, no podrán olvidar tampoco donde se estaban cuando oyeron los látigos golpear, una y otra vez, la espalda de Jesús.

La armonía profundamente plena de sentimientos, la serenísima paz interior de las escenas más impactantes del recorrido con el Cristo azotado con crueldad o subiendo por la Vía Dolorosa hacia la cueva de Parejo, hoy convertida en monte Calvario.

La Verónica, con la “santa faz” entre sus manos y las lágrimas en sus ojos; la profundidad y dimensión mística del Drama de Pasión contrasta con el bullicio, los latigazos, el alboroto o los sonidos orientales del mercado judío, con su música peregrina y monótona hasta el cansancio; los gritos de reclamo del vendedor ambulante y vociferante, que casi siempre tiene éxito en su incómoda tarea, pues alguno acabará comprando o vendiendo su mejor mercancía; el proceso del amasado del pan desde la molienda del trigo, la confección de los adobes, las lavanderas, degranadoras de panizo, partidoras de aceitunas o almendras.

No falta un solo detalle, ni siquiera ¿el olor a incienso? que se entremezcla con la brisa entre los puestos, el ruido y la música con más de seiscientas personas –actores, actrices, figurantes, técnicos, colaboradores, Banda de Tambores y otros, participando en la representación de nuestra VIII Semana Santa Viviente. Y el que “tenga ojos para ver que vea” el gran milagro de Cuevas del Campo que dejan con la boca abierta a las miles de personas que cada año nos visitan.

¿Hay algo más? Yo creo que sí, en el fondo, nos queda un pueblo entregado plenamente y sin descanso a este gran proyecto, ya, totalmente realizado y bordado con letras de oro en los anales de nuestra historia cueveña, porque hemos sido pioneros en esta actividad tan importante y complicada, con sumo esfuerzo e ilusión inimaginables.

De todo esto, lo más importante ha sido el trabajo de todos, en el que no hubo persona más importante que otras, sino la unión de una fuerza viva, de un gran equipo con vistas de futuro trabajando en un proyecto impensable unos años antes. Solo el talento, la imaginación, la generosidad, el tesón y la constancia nos han dado de nuevo, sin lugar a dudas, en esta octava edición, más éxito del esperado: la inmortalidad cultural en el libro de historia de los pueblos.

Y de blasón o corona de nuestro el pueblo como punto de mira y referencia de todos, por un trabajo bien hecho y de gran calidad.
Antonio V. Martínez Cruz
Director


Historia:

Cuevas del Campo nace por motivos agrícolas; su extensión y tierras propiciaron el desarrollo de la agricultura. A lo largo de los tiempos han existido problemas vecinales entre las poblaciones de Pozo Alcón (Jaén) y Zújar (Granada) por el deslinde de sus términos municipales. Las acciones legales emprendidas entre estas localidades favorecieron a Zújar, quedándose con los terrenos de: Campo de la Cañada del Aljibe, El Chaparral y El Retamar (actual Cuevas del Campo). En los años 30 se produce un intento de segregación del término de Zújar por parte de los habitantes de Cuevas del Campo; acto fallido que sólo tomará fuerza en 1977. Esta población se constituye como municipio independiente de Zújar (población a 20 Km. de esta localidad) el día 21 de Noviembre de 1980.