Situación:
CUEVAS DEL CAMPO (GRANADA)
Es un pequeño y precioso pueblo agrícola perdido y escondido en el altiplano granadino, que hace poco más de un siglo inició con pasión y esfuerzo su lento caminar buscando siempre su propia identidad, removiendo las entrañas de sus lomas, hasta convertirlas en verdaderos lares de sus ancestros y, hoy día, en los de sus descendientes y visitantes. Así surgió su nombre y su propia identidad.
Actualmente, el Altiplano, es una basta extensión semidesértica, donde la blancura del suelo calcáreo deslumbra al visitante bajo el sol plomizo y asfixiante de los tórridos estíos.
Hileras de montañas peladas y agrietadas con descaro por la erosión, cuajadas de esparto y alcaparras, rodean esta entrañable llanura del nordeste de la provincia de Granada, en un paisaje selénico, donde el viento solano mima y arrulla, casi a diario, su entorno policromado en los atardeceres, haciendo rodar nubes de polvo, hojas y brozas y donde el Creador, hace millones de años, esbozó crepúsculos bellísimos, bordados de estrellas y pincelados de preciosos colores, dibujados mágicamente en el horizonte lejano del firmamento, desde donde Febo -como gran enamorado- acaricia diariamente en su declinar, las cimas montañosas de su amada tierra cueveña allá en la lejanía, haciendo de su belleza un auténtico disfrute para los sentidos y donde el mítico Jabalcón se yergue y refleja en las cristalinas aguas del Negratín, soberbiamente endiosado, como vigilante perenne de nuestro entorno desde el primer día de su nacimiento.
Es aquí, en el Altiplano, a tiro de piedra de nuestra capital, Granada, donde se encuentra nuestro pueblo Cuevas del Campo, de una belleza centenaria indescriptible, que se refleja con descaro especialmente en los barrios de Cantarranas y de Triana, impregnando y envolviendo la magia del pasado en cada cueva, en cada rincón, en cada piedra, como si el pretérito se hubiese abrazado eternamente a su entorno con una fuerza protectora invisible e imperecedera, como si el tiempo se hubiese detenido intencionadamente para ser testigos de su belleza.
El Guadalentín se mezcla, con embrujo, en Las Juntas con otros ríos y se transforma mágicamente después en el Guadiana Menor, refrescando, lavando y purificando, constantemente, las cálidas aguas termales que manan de las entrañas del Jabalcón (1.492 m.), mientras acaricia, rodea y abraza, tiernamente, su contorno salvaje erosionando sin piedad barrancos, ramblas, lomas y puntales, dejando, poco después, reposar sabiamente, durante un tiempo, sus azules y cristalinas aguas en el pantano del Negratín, rebosante de pesca, piraguas, magia y belleza; donde la luna llena de estío se baña descaradamente desnuda y sin rubor, en los atardeceres cueveños, ante los ojos furtivos de los enamorados escondidos, algunas veces, en los taráis y pinos de su ribera.
O esos bellísimos crepúsculos bordados de estrellas e impregnados de preciosos colores, dibujados mágicamente desde hace siglos, en el horizonte lejano del firmamento.
Las sierras del Pozo, Segura y las Villas -Sierra de Cazorla- formando parte, también, de su paisaje próximo, de una belleza barroca que embriaga al visitante de tranquilidad, paz, sosiego y serenidad. Y Sierra Nevada, un poco más alejada pero fundida sin duda, para la eternidad, en nuestro paisaje, con sus cumbres preñadas de hielo y nieve casi todo el año.
Y coronando su testa, un hermoso y extenso tapiz de verdes olivos cubriendo serenamente sus cañadas, laborados y mimados amorosamente por sus gentes hasta conseguir, finalmente ese regio óleo, elixir de los dioses: el aceite de oliva.
Antonio V. Martínez Cruz
Es un pequeño y precioso pueblo agrícola perdido y escondido en el altiplano granadino, que hace poco más de un siglo inició con pasión y esfuerzo su lento caminar buscando siempre su propia identidad, removiendo las entrañas de sus lomas, hasta convertirlas en verdaderos lares de sus ancestros y, hoy día, en los de sus descendientes y visitantes. Así surgió su nombre y su propia identidad.
Actualmente, el Altiplano, es una basta extensión semidesértica, donde la blancura del suelo calcáreo deslumbra al visitante bajo el sol plomizo y asfixiante de los tórridos estíos.
Hileras de montañas peladas y agrietadas con descaro por la erosión, cuajadas de esparto y alcaparras, rodean esta entrañable llanura del nordeste de la provincia de Granada, en un paisaje selénico, donde el viento solano mima y arrulla, casi a diario, su entorno policromado en los atardeceres, haciendo rodar nubes de polvo, hojas y brozas y donde el Creador, hace millones de años, esbozó crepúsculos bellísimos, bordados de estrellas y pincelados de preciosos colores, dibujados mágicamente en el horizonte lejano del firmamento, desde donde Febo -como gran enamorado- acaricia diariamente en su declinar, las cimas montañosas de su amada tierra cueveña allá en la lejanía, haciendo de su belleza un auténtico disfrute para los sentidos y donde el mítico Jabalcón se yergue y refleja en las cristalinas aguas del Negratín, soberbiamente endiosado, como vigilante perenne de nuestro entorno desde el primer día de su nacimiento.
Es aquí, en el Altiplano, a tiro de piedra de nuestra capital, Granada, donde se encuentra nuestro pueblo Cuevas del Campo, de una belleza centenaria indescriptible, que se refleja con descaro especialmente en los barrios de Cantarranas y de Triana, impregnando y envolviendo la magia del pasado en cada cueva, en cada rincón, en cada piedra, como si el pretérito se hubiese abrazado eternamente a su entorno con una fuerza protectora invisible e imperecedera, como si el tiempo se hubiese detenido intencionadamente para ser testigos de su belleza.
El Guadalentín se mezcla, con embrujo, en Las Juntas con otros ríos y se transforma mágicamente después en el Guadiana Menor, refrescando, lavando y purificando, constantemente, las cálidas aguas termales que manan de las entrañas del Jabalcón (1.492 m.), mientras acaricia, rodea y abraza, tiernamente, su contorno salvaje erosionando sin piedad barrancos, ramblas, lomas y puntales, dejando, poco después, reposar sabiamente, durante un tiempo, sus azules y cristalinas aguas en el pantano del Negratín, rebosante de pesca, piraguas, magia y belleza; donde la luna llena de estío se baña descaradamente desnuda y sin rubor, en los atardeceres cueveños, ante los ojos furtivos de los enamorados escondidos, algunas veces, en los taráis y pinos de su ribera.
O esos bellísimos crepúsculos bordados de estrellas e impregnados de preciosos colores, dibujados mágicamente desde hace siglos, en el horizonte lejano del firmamento.
Las sierras del Pozo, Segura y las Villas -Sierra de Cazorla- formando parte, también, de su paisaje próximo, de una belleza barroca que embriaga al visitante de tranquilidad, paz, sosiego y serenidad. Y Sierra Nevada, un poco más alejada pero fundida sin duda, para la eternidad, en nuestro paisaje, con sus cumbres preñadas de hielo y nieve casi todo el año.
Y coronando su testa, un hermoso y extenso tapiz de verdes olivos cubriendo serenamente sus cañadas, laborados y mimados amorosamente por sus gentes hasta conseguir, finalmente ese regio óleo, elixir de los dioses: el aceite de oliva.
Antonio V. Martínez Cruz