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CUEVAS DEL CAMPO: La pura ilusión: Por un momento, me gustaría con vuestra...

La pura ilusión:
Por un momento, me gustaría con vuestra acogedora imaginación, llevaros a los años cincuenta y cinco del siglo pasado. Las distancias entre Zújar y Las Cuevas para un niño de corta edad, era un sin fin. El recorrido se hacia con mulas, mi curiosidad limpia de toda experiencia, avivaba mis sentidos abiertos y vírgenes. El traqueteo monótono y la pisada metálica sobre un camino polvoriento y sin rastro de huella, penetrábamos por atajos bordados de hierbas multicolores, pájaros de volada nerviosa y corta, algunas mariposas blancas, amarillas...
Llegamos al río, entre largas y espesas alamedas, se respira aire fresco y, por cielo las copas de los chopos. Entre maciegas y pisadas tarquinazas atravesamos por su tramo más corrental y pedregoso, el río. Al otro lado, el terreno es rojo, los cerros parecen montones de ladrillos, sigue nuestra lenta ruta empinada, en un paisaje de montañas de tierra acaballonadas con profundos barrancos, se ven zurcidos de alcaparras y algunos pinos pequeños, sobre todo, en puntales y vaguadas. Sigue por su casi llano, el viaje, hasta ver el cementerio rodeado de tapias. Son las cuevas divididas por la carretera a ambos lados, se ven tercios de casas. Las mujeres con sus pañuelos en la cabeza, otras con sombrero de paja pasan con sus burras cargadas. Las cuevas se ven cerradas, es casi hora de la primera siesta. Atravesando las últimas eras, llegamos a la cueva.
La vida es sencilla, las habitaciones muy frescas, los sumieres de madera, con las colchonetas hechas con red de cuerda, los colchones de farfollas de maíz y al lado los atrojes, todo picado a la tierra.
Se barría, se colocaban las cosas y a preparar el almuerzo a tal vez la cena.
Se saludaba a los vecinos y se comentaba cómo había ido la siga. A los más pequeños nos tocaba ir a los mandados a las tiendas, allá por la carretera, sin olvidar el estanco, que significaba para un niño, como un pequeño laberito cerca de la orilla de la carretera.
Los días bellos y largos, yo como era pequeño siempre estaba en la cueva. Mis recuerdos son vivos y felices. La vida era primaria, pero placentera, la sensación de vivir era muy intensa, aunque las estancias eran cortas, mi niñez en cuevas fue feliz, permitiendo que escriba estas humildes letras. A.R.