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Sábado, siniestros sonidos surcaban sombríamente
Salamanca. Sintiéndose solitario, Sergio, sentado sobre su suntuoso sofá, suspiro, sopló, salpicó saliva. Saltó súbitamente. Sordos silbidos sonaban. Susurro sigiloso:
- Soy Silvia.
- ¡Salve!, silabeó Sergio, sonsacaré sus secretos.
Silvia saludó, se sacó su saco satinado, soltó sus sandalias, se sentó. Sergio sirvió sendos sakes, salchichones, saladitos, surubíes sin sal, selectas sardinas sancochadas. Silvia, sonrojada, sorbió su sake sin
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