La riqueza de un hombre no se encuentra en la cantidad de dinero que posee, sino en la calidad de su conocimiento y educación.
Como el fuego, el dinero en sí no es ni bueno ni malo. Su valor depende del ojo que lo percibe y de la mano que lo gasta.
Hay tres grupos de personas que gastan el dinero ajeno: los hijos, los ladrones y los políticos. Los tres necesitan supervisión.
Los jóvenes, hoy en día, se imaginan que el dinero lo es todo. Y, cuando llegan a viejos, descubren que lo es realmente.
Un hombre verdaderamente rico, es aquel cuyos hijos corren a sus brazos aun cuando tiene las manos vacias.