El sol, al acariciar mi fibrosa piel, la estimula hasta que empiezan a brotar de ella verdes apéndices: son las hojas. La metamorfosis casi ha concluido. Percibo cómo van adquiriendo un tono verde más oscuro y de entre ellas, en el extremo superior, surge un pequeño capullo que florece rápidamente.
Capto a través de las fibras que conforman mi cuerpo los ruidos que hace al despertar el pueblo cercano. Es una vibración pausada, profunda y yo diría que hasta extraña. Tengo miedo. La siento tan dentro
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Ya no soy una semilla, no sé lo que soy o en qué me habré convertido. Pero todavía puedo sentir y contemplar el aire, el Sol, el
cielo que continúa avanzando hacia el mediodía, los
campos y a un hombre alejándose. Yo no existo. Presiento que ya no existo. Las botas del labriego se han posado sobre mi cuerpo y lo han aplastado, dejando en su lugar una mezcla verdosa de fibras muertas.
Mientras el labriego se acercaba, antes de que me pisara, pude percibir que, al sacar de su bolsa el desayuno, se
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