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Del neolítico a la edad de bronce

Durante el neolítico, la figura focal de toda mitología y culto fue la generosa diosa Tierra, como madre y mantenedora de la vida y receptora de los muertos para su ulterior renacimiento. En el primer período de culto, (quizá alrededor del 7500 a. C. en Levante) tal diosa madre sólo puede ser tenida por patrona local de la fertilidad, como suponen muchos antropólogos. Sin embargo, incluso en los templos de las primeras civilizaciones (Sumeria 3500-2350 aprox.) la Gran Diosa de veneración suprema ciertamente fue mucho más que eso. Del mismo modo que en Oriente, adquiría la dimensión de símbolo metafísico: la principal personificación del poder del Espacio, el Tiempo y la Materia, dentro de cuyos límites todo los seres se originan y mueren: la sustancia de sus cuerpos, que configura sus vidas y pensamientos, vuelve a incorporarlos en su seno tras la muerte. Y todo lo que tenía forma o nombre, incluido Dios, personificado como bueno o malo, misericordioso o colérico, era su criatura en el interior de su útero.

Hacia el final de la Edad de Bronce, y con más énfasis en los inicios de la Edad de Hierro, las antiguas cosmologías y mitologías de la diosa madre, se fueron transformando radicalmente, reinterpretadas e incluso suprimidas por guerreros tribales patriarcales, cuyas tradiciones han llegado a Occidente a través de los mitos griegos y los relatos bíblicos del Nuevo y Viejo Testamento. Dos áreas geográficas fueron las tierras de origen de esta modificación matriarcal original: los semitas, de los desiertos sirio-árabes y en las amplias llanuras europeas, los heleno arios.