Ulises y Calipso
Ulises aferrado a los restos de la nave, muy cansado, se dejó llevar por el oleaje.
Una brisa suave, empujó la nave hacia una hermosa isla cubierta de árboles frondosos.
Después de descansar varias horas tendido en la arena de la playa, decidió explorarla. Después de caminar un largo trecho, llegó hasta la entrada de una gruta cavada en la roca, de donde se desprendían dulces aromas de cedro y sándalo. A su entrada se podían ver dos hermosas parras de las que colgaban jugosos racimos de uvas negras.
El lugar era un paraíso. Se escuchaba el rumor de del agua proveniente de varias fuentes de agua cristalina.
En la gruta, una bellísima mujer con trenzas doradas y ricamente vestida, tejía afanosamente. Era la diosa Calipso.
A pesar de su mala fama con los hombres, Calipso recibió a Ulises con cariño, prodigándole toda clase de cuidados que lo ayudaron a recobrar la salud, bastante deteriorada por las desdichadas aventuras que padeció.
Después de haber perdido a su nave y a sus hombres, Ulises no podía hacer otra cosa que permanecer al cuidado de la diosa. Pero a pesar de que la isla era un paraíso y que la diosa lo cuidaba con esmero, Ulises no podía ocultar su tristeza y pasaba largas horas del día con la vista perdida en el horizonte, añorando su patria.
Calipso al verlo tan apenado le preguntaba una y otra vez:- ¿Qué te ocurre, Ulises? Bien sabes que si te quedas conmigo no deberás temer ni a las enfermedades ni a la muerte.
Pero Ulises, sin querer ser grosero con la diosa le respondía:-No le tengo miedo ni a las enfermedades ni a la muerte. Lo que yo deseo, es volver a ver aunque sea una sola vez más la isla de Itaca.
Así permanecieron ocho largos años. Este era el castigo que envió el dios Poseidón a Ulises, por haber cegado a su hijo el cíclope Polifemo.
Para suerte de Ulises, Atenea, la diosa de la sabiduría, que veía por un lado la tristeza de Ulises y por el otro, los pesares de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco, deseó ayudarlo. Entonces, Atenea se dirigió al monte Olimpo y en una asamblea relató al resto de los dioses las desventuras del héroe de Troya y la tristeza que lo embargaba.
Los dioses se apiadaron de Ulises y su familia y enviaron a Hermes a la isla de Calipso para solucionar el problema.
Hermes se encontró con Calipso, la diosa de las trenzas doradas, que lo agasajó con toda clase de manjares exquisitos. Después de disfrutar de un regio festín, Hermes le transmitió a Calipso el deseo de los dioses: Que le permitiera a Ulises regresar a su patria.
Calipso pensó que el pedido era injusto y le respondió: - ¿Ahora se acuerdan los dioses de Ulises? ¿Acaso ellos no permitieron que sufriera toda clase de penurias?, Además yo no poseo nave alguna. ¿Cómo puedo mandarlo de regreso?
Pero Hermes, respondió con firmeza:-Si no envías a Ulises de regreso a Itaca, los dioses te castigaran duramente.-y voló nuevamente sobre los campos de regreso al Olimpo.
Calipso, rápidamente, buscó a Ulises, que como todos los días se hallaba llorando en la playa con los ojos puestos en el horizonte y le dijo:- No llores más, Ulises. Voy a permitirte regresar a tu patria.
Ulises, desconfiaba de las palabras de la diosa, pero ella lo condujo a un bosque donde crecían árboles fuertes y alcanzándole un hacha de dos filos y otras herramientas lo animó a construir una nave para llegar a su ansiado destino.
Mientras tanto, Calipso se puso a tejer una tela grande y fuerte para que usara de velas.
Ulises recobró la alegría perdida y prontamente se puso a trabajar con ahínco para construir una balsa lo suficientemente resistente como para alcanzar a su patria.
Después de varios días de trabajar sin descanso, la balsa estaba concluida y la botó a la mar cargada de ricas provisiones que la diosa Calipso, temerosa de la venganza de los dioses, le regaló para despedirse.
Después de dieciocho días de navegación en calma, divisó una isla dorada en el horizonte que flotaba como un escudo de bronce y se dirigió a ella.
Pero lo que Ulises no sabía es que Poseidón, al regresar de un largo viaje, pasó por la isla de Calipso, y al ver que el héroe de Troya se había liberado de su destino, montó en cólera. y enfurecido, bramó:- ¡Ulises! ¿Pensaste que todos tus problemas habían terminado?, pues, ¡Ya verás!- Y en pocos minutos, convocó a las nubes para que desencadenaran un huracán sobre la precaria balsa, que presa de las fuerzas indomables del mar, la hacían tambalear como si fuera un barquito de papel.
Ulises no podía creer lo que ocurría. Una vez más la angustia se apoderó de él.
Llorando gritó:- Hubiera sido mucho mejor morir en la ciudad de Troya antes que pasar por todos estos sufrimientos.
Ni bien terminó de decir estas palabras, una ola gigantesca hizo girar la balsa destruyendo el mástil, lanzando al pobre Ulises al mar.
Ulises aferrado a los restos de la nave, muy cansado, se dejó llevar por el oleaje.
Una brisa suave, empujó la nave hacia una hermosa isla cubierta de árboles frondosos.
Después de descansar varias horas tendido en la arena de la playa, decidió explorarla. Después de caminar un largo trecho, llegó hasta la entrada de una gruta cavada en la roca, de donde se desprendían dulces aromas de cedro y sándalo. A su entrada se podían ver dos hermosas parras de las que colgaban jugosos racimos de uvas negras.
El lugar era un paraíso. Se escuchaba el rumor de del agua proveniente de varias fuentes de agua cristalina.
En la gruta, una bellísima mujer con trenzas doradas y ricamente vestida, tejía afanosamente. Era la diosa Calipso.
A pesar de su mala fama con los hombres, Calipso recibió a Ulises con cariño, prodigándole toda clase de cuidados que lo ayudaron a recobrar la salud, bastante deteriorada por las desdichadas aventuras que padeció.
Después de haber perdido a su nave y a sus hombres, Ulises no podía hacer otra cosa que permanecer al cuidado de la diosa. Pero a pesar de que la isla era un paraíso y que la diosa lo cuidaba con esmero, Ulises no podía ocultar su tristeza y pasaba largas horas del día con la vista perdida en el horizonte, añorando su patria.
Calipso al verlo tan apenado le preguntaba una y otra vez:- ¿Qué te ocurre, Ulises? Bien sabes que si te quedas conmigo no deberás temer ni a las enfermedades ni a la muerte.
Pero Ulises, sin querer ser grosero con la diosa le respondía:-No le tengo miedo ni a las enfermedades ni a la muerte. Lo que yo deseo, es volver a ver aunque sea una sola vez más la isla de Itaca.
Así permanecieron ocho largos años. Este era el castigo que envió el dios Poseidón a Ulises, por haber cegado a su hijo el cíclope Polifemo.
Para suerte de Ulises, Atenea, la diosa de la sabiduría, que veía por un lado la tristeza de Ulises y por el otro, los pesares de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco, deseó ayudarlo. Entonces, Atenea se dirigió al monte Olimpo y en una asamblea relató al resto de los dioses las desventuras del héroe de Troya y la tristeza que lo embargaba.
Los dioses se apiadaron de Ulises y su familia y enviaron a Hermes a la isla de Calipso para solucionar el problema.
Hermes se encontró con Calipso, la diosa de las trenzas doradas, que lo agasajó con toda clase de manjares exquisitos. Después de disfrutar de un regio festín, Hermes le transmitió a Calipso el deseo de los dioses: Que le permitiera a Ulises regresar a su patria.
Calipso pensó que el pedido era injusto y le respondió: - ¿Ahora se acuerdan los dioses de Ulises? ¿Acaso ellos no permitieron que sufriera toda clase de penurias?, Además yo no poseo nave alguna. ¿Cómo puedo mandarlo de regreso?
Pero Hermes, respondió con firmeza:-Si no envías a Ulises de regreso a Itaca, los dioses te castigaran duramente.-y voló nuevamente sobre los campos de regreso al Olimpo.
Calipso, rápidamente, buscó a Ulises, que como todos los días se hallaba llorando en la playa con los ojos puestos en el horizonte y le dijo:- No llores más, Ulises. Voy a permitirte regresar a tu patria.
Ulises, desconfiaba de las palabras de la diosa, pero ella lo condujo a un bosque donde crecían árboles fuertes y alcanzándole un hacha de dos filos y otras herramientas lo animó a construir una nave para llegar a su ansiado destino.
Mientras tanto, Calipso se puso a tejer una tela grande y fuerte para que usara de velas.
Ulises recobró la alegría perdida y prontamente se puso a trabajar con ahínco para construir una balsa lo suficientemente resistente como para alcanzar a su patria.
Después de varios días de trabajar sin descanso, la balsa estaba concluida y la botó a la mar cargada de ricas provisiones que la diosa Calipso, temerosa de la venganza de los dioses, le regaló para despedirse.
Después de dieciocho días de navegación en calma, divisó una isla dorada en el horizonte que flotaba como un escudo de bronce y se dirigió a ella.
Pero lo que Ulises no sabía es que Poseidón, al regresar de un largo viaje, pasó por la isla de Calipso, y al ver que el héroe de Troya se había liberado de su destino, montó en cólera. y enfurecido, bramó:- ¡Ulises! ¿Pensaste que todos tus problemas habían terminado?, pues, ¡Ya verás!- Y en pocos minutos, convocó a las nubes para que desencadenaran un huracán sobre la precaria balsa, que presa de las fuerzas indomables del mar, la hacían tambalear como si fuera un barquito de papel.
Ulises no podía creer lo que ocurría. Una vez más la angustia se apoderó de él.
Llorando gritó:- Hubiera sido mucho mejor morir en la ciudad de Troya antes que pasar por todos estos sufrimientos.
Ni bien terminó de decir estas palabras, una ola gigantesca hizo girar la balsa destruyendo el mástil, lanzando al pobre Ulises al mar.