Si las cosas son demasiado fáciles de construir, las patentes no sirven para nada. Por ejemplo, en 1816, el físico escocés David Brewster invento el caleidoscopio. Lo patento y lo vendió a un ritmo de miles por día. Sin embargo, muchas otras personas comenzaron a construir caleidoscopios, y se hizo imposible demandarlos a todos. Después de los primeros días, Brewster no gano virtualmente ningún dinero con su invento.