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Oráculo

Con la primera idea de la existencia de un poder sobrenatural, creador y dueño del universo, el hombre concibió la de descubrir o interpretar la voluntad divina como norma de su vida y de su destino. De todas las formas de superstición a que dio origen este deseo, la más antigua y generalizada fue el oráculo, institución común a casi todas las idolatrías primitivas, desaparecida en las religiones modernas y reducida a una práctica grosera en los pueblos menos civilizados de nuestros días.

Entre los egipcios, la adivinación se ejercía, por lo general, no en un templo determinado, como entre los griegos, sino en cualquier lugar, con la mera invocación del devoto y sin intervención alguna de los sacerdotes. El más famoso de los oráculos fue el de Amón, visitado por gentes de países más lejanos. Prohibida por el Libro de la Sabiduría, la consulta de los oráculos idolátricos, el pueblo hebreo llamaba oráculo según el Antiguo Testamento, a la parte del santuario en que Jehová hablaba a Moisés y al gran sacerdote. En Asiria y Babilonia los sacerdotes representaban a los dioses que dictaban por su mediación leyes y fallos en las controversias legales. De los oráculos griegos, la mayoría bajo la advocación de Apolo, el más célebre fue el de Delfos, fundado según Homero, por el propio dios, al pie del monte Parnaso. Sobre un trípode, al borde de una profunda abertura de la tierra que bañaban las aguas de la fuente Casótide, la pitia recibía las preguntas, orales o escritas, por intermedio de un sacerdote, entraba en éxtasis y hablaba con palabras entrecortadas que los sacerdotes traducían después en verso o en prosa. Siguió en fama al oráculo de Delfos el de Didimeón, en Mileto, que, destruido por los persas y reconstruido luego, funcionó hasta el siglo IV de nuestra era. Menos conocidos fueron los oráculos consagrados a otros dioses o héroes, como los de Afrodita en Pafos; Asclepio, en Atenas; Apis, en Menfis; Zeus, en Dodona; Alejandro, Ulises, etc. Administraban los santuarios corporaciones sacerdotales cuyos fraudes determinaron la progresiva decadencia de los oráculos. Las ciudades, como Atenas y Esparta, enviaban a los templos embajadores sagrados y magistrados especiales, para la interpretación de las respuestas de los dioses. Ha llegado hasta nosotros buen número de inscripciones acerca de ritos, nombres de sacerdotes, consultas, prodigios, ofrendas, etc., que revelan la importancia religiosa, moral, social y política que tenían los oráculos en la antigüedad.