El culo de Luis XIV y su influencia en la historia de la música (VII)
La expectación fue tal que el día del ensayo general un fraile, desesperado porque no sabía cómo contener a los muchos que pugnaban por entrar en una iglesia ya abarrotada, llegó a amenazarles con una alabarda. El día ocho los primeros asistentes empezaron a llegar a las 10 de la mañana cuando el acto litúrgico estaba anunciado para las cinco de la tarde (no lo tomen al pie de la letra: cuando en la Francia moderna un espectáculo despertaba gran expectación, siempre se decía que los primeros habían empezado a llegar a las 10 de la mañana). Y los Bernardos tuvieron que servir aquel día unas doscientas comidas extras para los invitados notables que se les acoplaron.
Fue, como se esperaba, una ceremonia magnífica. Todo salió a la perfección. Menos los cálculos de Lully. Para empezar, no fue el más suntuoso Te Deum celebrado en París. O no quedó oficialmente como tal. Unos días más tarde se celebró otro, sufragado por los cinco grandes financieros arrendatarios de los impuestos, con escenografía de Vigarani y música de Lorenzani, que se llevó la palma. Malo, en una época en que tanta importancia tenían los símbolos y las precedencias. Y en público se elogió más -con toda intención, evidentemente- la música de Lorenzani que la de Lully. No sirvió, por supuesto, para mejorar el afecto real. Y para colmo...
Es que hay que tener mala suerte. Normalmente, se dirigía la orquesta con una partitura enrollada a modo de batuta. Pero aquel día Lully lo hizo con un bastón (*), quizá porque quería transmitir a la orquesta y al coro -más nutridos de lo habitual- toda la energía del mundo. Y con tanta energía dirigió, que se golpeó un pie con el bastón, haciéndose una herida en el dedo meñique.
La expectación fue tal que el día del ensayo general un fraile, desesperado porque no sabía cómo contener a los muchos que pugnaban por entrar en una iglesia ya abarrotada, llegó a amenazarles con una alabarda. El día ocho los primeros asistentes empezaron a llegar a las 10 de la mañana cuando el acto litúrgico estaba anunciado para las cinco de la tarde (no lo tomen al pie de la letra: cuando en la Francia moderna un espectáculo despertaba gran expectación, siempre se decía que los primeros habían empezado a llegar a las 10 de la mañana). Y los Bernardos tuvieron que servir aquel día unas doscientas comidas extras para los invitados notables que se les acoplaron.
Fue, como se esperaba, una ceremonia magnífica. Todo salió a la perfección. Menos los cálculos de Lully. Para empezar, no fue el más suntuoso Te Deum celebrado en París. O no quedó oficialmente como tal. Unos días más tarde se celebró otro, sufragado por los cinco grandes financieros arrendatarios de los impuestos, con escenografía de Vigarani y música de Lorenzani, que se llevó la palma. Malo, en una época en que tanta importancia tenían los símbolos y las precedencias. Y en público se elogió más -con toda intención, evidentemente- la música de Lorenzani que la de Lully. No sirvió, por supuesto, para mejorar el afecto real. Y para colmo...
Es que hay que tener mala suerte. Normalmente, se dirigía la orquesta con una partitura enrollada a modo de batuta. Pero aquel día Lully lo hizo con un bastón (*), quizá porque quería transmitir a la orquesta y al coro -más nutridos de lo habitual- toda la energía del mundo. Y con tanta energía dirigió, que se golpeó un pie con el bastón, haciéndose una herida en el dedo meñique.