
El nuevo cura llegó al pueblo en tren. En la estación, distante un buen trecho del lugar, le esperan con un carro tirado por un caballo.
- ¡A las buenas, padre!
-Hola, soy don José.
-Manolo, pa servirle.
Suben ambos al pescante. Por el camino, el cura enciende un cigarro con un encendedor precioso.
- ¡Jo, padre, qué mechero más bonito! Ya me lo podía regalar... mi chisquero no enciende ni a la de mil.
-Sí, es muy bonito, pero es un regalo de mi cantamisas y no me puedo desprender de él. Tiene para mí mucha carga sentimental.
-Pero es que, padre, ¿no viene usté a dar ejemplo de caridá y de amor al prójimo?...
-Sí, pero...
La discusión se alargó todo el camino; el cura que no, Manolo que sí. Tanto insistió Manolo que, al final, cuando llegaron a la casa parroquial, Manolo era dueño del encendedor.
Unos días más tarde, con el cura ya hecho a su nuevo destino, se encontraba éste en el confesionario, cuando llegó a confesarse una joven de buen ver, pero con cara de ser muy beata.
-Verá, don José. Quiero pedirle consejo, porque mi novio no hace más que insistir en que hay que "probar" antes de casarse, y yo le digo que no, que al matrimonio hay que llegar virgen. Pero la verdad es que me envuelve y es tan pesado que a veces siento unas tentaciones tremendas de ceder.
-Hija mía, no debes ceder. Las puertas del infierno están abiertas para cualquier alma que, al menor descuido, se deslice por el camino equivocado. Las tentaciones están para vencerlas. Tú debes ser fuerte y encomendarte al altísimo.
-Padre, yo pongo todas mis fuerzas y todo mi ser en resistir, pero es que usted no sabe como es Manolo...
- ¡CÓMO! ¿Manolo es tu novio?
-Sí, padre.
- ¡PUES DATE POR JODIDA!
- ¡A las buenas, padre!
-Hola, soy don José.
-Manolo, pa servirle.
Suben ambos al pescante. Por el camino, el cura enciende un cigarro con un encendedor precioso.
- ¡Jo, padre, qué mechero más bonito! Ya me lo podía regalar... mi chisquero no enciende ni a la de mil.
-Sí, es muy bonito, pero es un regalo de mi cantamisas y no me puedo desprender de él. Tiene para mí mucha carga sentimental.
-Pero es que, padre, ¿no viene usté a dar ejemplo de caridá y de amor al prójimo?...
-Sí, pero...
La discusión se alargó todo el camino; el cura que no, Manolo que sí. Tanto insistió Manolo que, al final, cuando llegaron a la casa parroquial, Manolo era dueño del encendedor.
Unos días más tarde, con el cura ya hecho a su nuevo destino, se encontraba éste en el confesionario, cuando llegó a confesarse una joven de buen ver, pero con cara de ser muy beata.
-Verá, don José. Quiero pedirle consejo, porque mi novio no hace más que insistir en que hay que "probar" antes de casarse, y yo le digo que no, que al matrimonio hay que llegar virgen. Pero la verdad es que me envuelve y es tan pesado que a veces siento unas tentaciones tremendas de ceder.
-Hija mía, no debes ceder. Las puertas del infierno están abiertas para cualquier alma que, al menor descuido, se deslice por el camino equivocado. Las tentaciones están para vencerlas. Tú debes ser fuerte y encomendarte al altísimo.
-Padre, yo pongo todas mis fuerzas y todo mi ser en resistir, pero es que usted no sabe como es Manolo...
- ¡CÓMO! ¿Manolo es tu novio?
-Sí, padre.
- ¡PUES DATE POR JODIDA!