En un
barrio humilde de Durban, al sur de África, vivía Jabari, un electricista jubilado de 72 años que pasaba desapercibido para casi todos.
Era un hombre delgado, de sonrisa tranquila y manos temblorosas, pero con una
costumbre peculiar: cada tarde, cuando el sol empezaba a bajar, encendía una pequeña lámpara de aceite frente a su
casa.
Siempre la misma lámpara.
Siempre en el mismo lugar.
Siempre a la misma hora.
Los vecinos decían que era una superstición.
Otros, que le gustaba “decorar
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