Compramos energía a futuro



“NO TE NECESITAMOS”
La última vez que vi a mi hija Camila, llevaba un vestido elegante, de esos que cuestan lo mismo que un año entero de cosechas. Tenía el cabello recogido y un perfume que olía más a distancia que a cercanía.
No me saludó con beso, tampoco con abrazo. Me miró como si yo fuera un extraño sentado en la banca equivocada. Y con una voz suave, casi cortés, soltó la frase que me dejó vacío:
—Ya no te necesitamos.
No lo dijo con rabia, sino con la fría tranquilidad de quien cree que ya ha superado su origen.
Todo empezó treinta y cinco años atrás, en el caserío de Santa Rosa. Yo, Julián Herrera, apenas tenía un par de hectáreas de tierra y un corazón grande para soñar. Me casé con Teresa, mi compañera, mi amiga, la madre de mis tres hijos: Camila, Rodrigo y Elena.
Trabajamos como mulas para que ellos tuvieran lo que a nosotros nos faltó. Para pagarle la carrera de Camila en la capital, vendí mis vacas lecheras, esas que mi padre me dejó. Para Rodrigo, que quería estudiar ingeniería, vendí las tierras de mi abuelo. Y para Elena, que soñaba con ser doctora, hipotecamos hasta la casa donde dormíamos.
Nos quedamos con un cuartito de adobe y un huerto de cebollas. Y aun así, nunca faltó la esperanza en la mesa.
Al inicio, me llamaban los domingos. Luego, solo en cumpleaños. Después, nada. El silencio se volvió un manto que cubría mi vejez.
Hace unos meses, vino un empresario a ofrecerme una suma enorme por el huerto, porque quieren hacer ahí una planta procesadora. Me asusté, no entendía de contratos ni papeles. Pensé en buscar consejo… en mis hijos.
Viajé a Lima con mi sombrero viejo y un folder de documentos bajo el brazo. Primero fui a la oficina de Camila, ahora abogada reconocida. Cuando me vio, apenas levantó la ceja.
—Papá… ¿qué haces aquí? —preguntó, como si mi presencia fuera una incomodidad.
Le conté del huerto, del dinero, de cómo todo eso podía asegurarles un futuro más fácil. Ella rió, no con burla, sino con condescendencia. Llamó a sus hermanos, y pronto estábamos los cuatro en una sala de reuniones demasiado blanca, demasiado fría.
—Mira, papá —dijo Rodrigo, ajustándose la corbata—. Nosotros ya construimos nuestra vida sin depender de ti.
—Ese terrenito no vale la pena —agregó Elena, sin despegar los ojos de su celular.
—Haz lo que quieras, pero entiende de una vez —cerró Camila, mirándome como a un cliente molesto—: ya no te necesitamos.
No me echaron. No hacía falta. La indiferencia fue peor que cualquier empujón.
De regreso al pueblo, en el bus, miré mis manos agrietadas y comprendí: la tierra nunca me dejó de dar, pero mis hijos sí dejaron de ser míos.
Semanas después, firmé la venta. Con el dinero, no les compré nada a ellos. Construí un centro de salud para el caserío, con consultorio y medicinas, para que ningún niño volviera a enfermarse sin ayuda. Lo bauticé “Teresa Herrera”, en honor a la mujer que me acompañó hasta el último aliento sin pedirme nunca nada a cambio.
Cuando muera, mis hijos recibirán una carta:
“Lo que di por ustedes se convirtió en olvido. Lo que di por mi pueblo se convirtió en vida. La verdadera riqueza nunca estuvo en el dinero, sino en las manos que saben dar sin esperar nada a cambio.” ... (ver texto completo)
EL BARRENDERO QUE SABÍA DEMASIADO”
Cada mañana, el mismo ritual: calle abajo, escoba en mano, gorra gris y una sonrisa sin prisa. Don Jaime barría las aceras del barrio desde hacía más de veinte años. Algunos lo saludaban con cortesía forzada. Otros, directamente lo ignoraban.
— ¿Cómo estás hoy, don Jaime? —preguntaba el panadero.
—Vivo y agradecido. No es poco —decía él, levantando la vista.
Una vez a la semana, barría la acera de la biblioteca municipal. Allí solía sentarse unos minutos a observar ... (ver texto completo)
EL BURRO QUE LLEVABA LOS SECRETOS DEL PUEBLO
Nadie sabía exactamente cuántos años tenía, pero todos lo llamaban Don Paco. Era un burro de pelo gris, orejas caídas y paso lento, que caminaba solo por las calles empedradas de un pueblo que parecía olvidado por el tiempo.
No tenía dueño.
O quizá sí, pero hacía tanto que el hombre que lo crió había muerto, que Don Paco simplemente se quedó.
Como si tuviera una tarea pendiente.
Como si supiera algo que los demás no sabían.
Cada mañana, al amanecer, ... (ver texto completo)
Bonita y conmovedora historia, gracias siempre, Fidel...
Gracias Antonio, por leerlo...! Saludos!
Un abogado le vendió un pozo a un profesor jubilado.
Dos días después, el abogado regresó y le dijo:
"Le vendí el pozo, pero no el agua. Si quiere usarla, tendrá que pagarme un extra".
El profesor, con una sonrisa tranquila, respondió:
"Justo de eso quería hablarle. Si el agua es suya, tiene hasta mañana para sacarla de MI pozo. De lo contrario, me veré obligado a cobrarle un alquiler".
El abogado, visiblemente avergonzado, balbuceó:
"Pero... ¡solo estaba bromeando!".
Entonces el profesor, ... (ver texto completo)
José Saramago:
El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la ... (ver texto completo)
Gracias, siempre un placer, leer historias de la vida.
Un abrazo
Puedo comer contigo? le preguntó la niña sin hogar al millonario y su respuesta dejó a todos con lágrimas…
La voz de la muchacha era suave y temblorosa, pero lo suficientemente penetrante como para silenciar todo el restaurante.
Servicios de catering de sobras de comida
Un hombre con traje a medida, a punto de dar el primer bocado a un filete caro, se detuvo. Lentamente, giró la cabeza para mirarla: una niña pequeña y sucia, con el pelo enredado y ojos esperanzados. Nadie podría haber imaginado ... (ver texto completo)
Bonita y conmovedora historia, gracias siempre, Fidel...
Puedo comer contigo? le preguntó la niña sin hogar al millonario y su respuesta dejó a todos con lágrimas…
La voz de la muchacha era suave y temblorosa, pero lo suficientemente penetrante como para silenciar todo el restaurante.
Servicios de catering de sobras de comida
Un hombre con traje a medida, a punto de dar el primer bocado a un filete caro, se detuvo. Lentamente, giró la cabeza para mirarla: una niña pequeña y sucia, con el pelo enredado y ojos esperanzados. Nadie podría haber imaginado ... (ver texto completo)
José Saramago:
El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la ... (ver texto completo)
“El día que le dije NO a mi hijo… y no me arrepentí”
—Papá, ¿me puedes prestar la camioneta?
Era una pregunta que se había vuelto rutina.
Salía, volvía con el tanque medio vacío, el interior hecho un desastre y ni una sola vez la limpiaba.
Ese día, lo miré con firmeza y le dije:
—No.
Su rostro cambió. Palideció como si le hubiese quitado el mundo.
— ¿Cómo que no? ¿Y cómo voy a ir a la universidad? ¿Al cine? ¿A la playa?
—No es castigo, hijo. Es consecuencia.
No cuidaste algo que no era tuyo. ... (ver texto completo)
Hola amigo:
No sé si esto es tuyo o simplemente lo has publicado tú, pero como en esta ocasión no tiene autor, o al menos constructor, es por lo que te lo pregunto.
Suelo publicar bastantes cosas tuyas, sobre todo del foro de Los Balcones, y a falta de saber algo más, siempre le pongo de leyenda "Publicado por fide63 en el foro de Los Balcones".
Me gustaría que me explicaras algo al respecto y que me corrijas si ves que puedo hacerlo de mejor manera.
Quedo a la espera de tus noticias.
Saludos.
“El día que le dije NO a mi hijo… y no me arrepentí”
—Papá, ¿me puedes prestar la camioneta?
Era una pregunta que se había vuelto rutina.
Salía, volvía con el tanque medio vacío, el interior hecho un desastre y ni una sola vez la limpiaba.
Ese día, lo miré con firmeza y le dije:
—No.
Su rostro cambió. Palideció como si le hubiese quitado el mundo.
— ¿Cómo que no? ¿Y cómo voy a ir a la universidad? ¿Al cine? ¿A la playa?
—No es castigo, hijo. Es consecuencia.
No cuidaste algo que no era tuyo. ... (ver texto completo)
Dicen que en la vejez uno descubre lo esencial. Yo lo confirmo.
A esta edad entendí que la vida no se mide en lo que logré, en los títulos, en los viajes, en las cosas que presumí alguna vez. No. La vida se mide en lo que supe disfrutar mientras el tiempo corría sin detenerse.
De qué sirve haber tenido mucho, si no hubo calma para saborearlo. De qué sirve correr tras metas, si se olvidó mirar el atardecer desde la ventana o escuchar cómo la lluvia golpea el techo en la madrugada.
Hoy lo tengo ... (ver texto completo)
Mateo tenía 17 años y subía todos los días una colina para llegar a la escuela rural donde estudiaba. Una colina empinada, con piedras sueltas, barro en temporada de lluvia, y una mochila que no siempre llevaba libros… a veces solo pan duro y una libreta rota.
Muchos se burlaban de él por usar siempre los mismos zapatos gastados, por no tener celular, por llegar con el pantalón sucio hasta las rodillas.
— ¿Por qué no dejas de venir? —le preguntó un compañero una vez, entre risas—. Total, igual ... (ver texto completo)
“He leído muchos libros, y me he olvidado de la mayoría; pero entonces, ¿cuál es el propósito de la lectura?"
Esta fue la pregunta que un alumno le hizo una vez a su maestro.
El maestro no respondió en ese momento; sin embargo, después de unos días, mientras él y el joven alumno estaban sentados cerca de un río, dijo que tenía sed y le pidió al niño que le trajera un poco de agua con un colador viejo y sucio que había en el suelo.
El alumno se sobresaltó, porque sabía que era un pedido sin lógica.
Sin ... (ver texto completo)
????✍️ EL NIÑO QUE PUDO HACERLO...
Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó ... (ver texto completo)