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HUELAGO: Volver a nuestro pueblo es un sueño...

Volver a nuestro pueblo es un sueño
que tenemos todos los Huelagueños,
recuerdo todo lo que vivimos,
cosas buenas, y menos buenas,
pero de todo aquello orgullosos nos sentimos
porque el pueblo noble y llano siempre lo tuvimos.
Estaba rodeado de tierra fértil
que daba producto trabajo y vida.
Nuestros padres trabajaron duro
fueron tiempos muy difíciles
a los jóvenes no nos hacían participes
y con eso conseguían, que nos sintiéramos felices,
esto es nostalgia de nuestras propias raíces.
Huelago tenía su encanto, lo rodeaba una alfombra de campo verde,
tenía lugares para pasartelo bien,
nos dábamos un paseo por el camino de la fuente
rodeadas de frutales y de zonas verdes
y de arroyos de agua trasparentes,
con esos paseos teníamos buen ambiente,
en todos los lugares había unos olores que despertaban los sentidos,
olía a tierra mojada, a rocío de la mañana,
a hierba recien cortada, a flores, a hierbabuena,
a rosas y mejorana, por la mañana olía a café de cebada,
se cocía en una hornilla de paja de la labranza,
después se ponía la olla, salía una olor que traspasaba,
se cocía a fuego lento, por eso estaba tramada,
¡estaba buenísima!.
No había tantas comida para elegir,
pero lo que teníamos estaba riquísimo,
también olía a rastrojo recien quemado,
al humo de la lumbre que salía por la chimenea,
eran olores a campo aromatizado,
se notaba olor a pueblo sano.
Había muchas alamedas, verdes y frondosas,
cuantas veces me he sentado en la alameda,
estaba frente a la casa de mi abuela.
Todo esto era un disfrute para su gente,
pero todo esto no lo supimos valorar
hasta que no lo perdimos,
¡que pena que Huélago ya no sea el mismo!.
Volver al pueblo es recuperar el prólogo,
las primeras páginas de una historia perdida que existió,
pero nosotros seguimos con la alegría de volver,
parece que cada año el pueblo nos espera
nos acoge, se alegra de nuestra llegada,
todo cobra vida y voz, cada rincón tiene su encanto,
la esquina de la iglesia con los cántaros descansando.
Cuando íbamos al campo cogíamos moras de las zarzas,
escuchábamos el canto de los pájaros,
mirábamos sus nidos entusiasmadas
y respirábamos el aire puro de la mañana.
Jugábamos por la noche en la puerta de nuestras casas,
mirando las estrellas y la luna que nos seguía por las callejuelas,
y corríamos jugando al escondite,
pisábamos los charcos helados en la puerta de la escuela,
nuestros juegos favoritos eran las cuartanas,
la comba, la rueda, las chinas, la barde y muchas cosas más,
estos eran los juguetes que teníamos, pero estábamos tan contentas,
todo lo amenizábamos con canciones,
nuestros sitios favoritos era la calle Parra,
la placetilla de la “mama sión”, las moreras y la plaza,
todas estas cosas no se pueden olvidar.
Cuantas amigas que no nos vemos,
fue una época muy bonita y sana,
todo evoca a mis emociones, pensamientos y añoranzas,
el recuerdo a tanta familia perdida.
Esto no son sombras son luces, que nos iluminan el alma.

Una Huelageña que tiene muchos recuerdos para compartir.
Paquita Pardo