La trilla 2ª parte
Por José Valdivieso Sánchez. Julio-2005
@Proyecto sierra de Baza
.... Cuando llegaba el tiempo de la siega intervenía toda la familia, hasta los de 12 años de edad, incluso la madre aunque tuviera algún niño de pecho, las familias en aquella época eran largas, compuestas normalmente de seis a diez hermanos, los de 12 años para abajo se quedaban en casa guardando a los más pequeños, se les metía a todos en una habitación exenta de muebles, si alguno mamaba, en la cuna si es que la había, y para los demás unas mantas en el suelo y algún juguete que había hecho el padre en los meses de invierno.
Antes de marchar al tajo y sin tiempo de lavarse la cara, los mayores bebían un par de copas de aguardiente, con unos trozos de torta de chicharrones, para almorzar, chorizo y jamón con unos buenos tragos de vino, en la comida, el cocido unos días, otros patatas con tocino o carne con patatas, el postre de fruta no existía y además no había costumbre, la bota de vino no faltaba, incluso se bebía entre comidas, para refrescar la boca, primero un trago de vino, después otro del botijo, ambas se metían en un hoyo arropadas con una manta, con el fin de que guardaran el frescor. La mayor parte de los días se comía en la parcela a la sombra de un árbol o cosa semejante.
El rato que teníamos para descansar después de comer, era casi imposible soportarlo: tábanos, moscas, mosquitos y algún que otro insecto, no te dejaban en paz, pero era tanta la necesidad de dormir que no te debas cuenta de que estaban picando, luego una vez despierto, veías los habones que habían dejado las picaduras.
La madre si en la casa había algún niño de pecho, se venía un par de horas antes de la hora de comer, con el fin de preparar las viandas que llevaría el acarreador y para dar de mamar al niño, esto último se convertía en un problema, como la madre venía normalmente sudorosa y cansada, el niño lloraba a todo pulmón por que quería mamar, ante tantos lloros, no tenía más remedio que darle el pecho, aunque no fuera más que por no verle llorar, pero esta leche más caliente que lo debido o por lo que fuera, le originaba al pequeño un malestar, más tarde una diarrea y a los seis u ocho días tocaba el campanil en la torre de la Iglesia, con aquel sonido cadencioso, anunciador de la muerte.
El verano era mal tiempo para los niños de pecho, estoy refiriéndome a la década de los años cuarenta.
En aquella época se segaba a hoz, una vez terminada la siega, se empezaba a acarrear los haces con las caballerías, a éstas después del aparejo normal, se les ponía la “jalma”, después las “jamugas “ bien prietas a la barriga del animal, se colocaban tres haces de unos 25 a 30 kilos de peso a cada lado de las “jamugas “, se les llevaba a la era, y cuando se terminaba de segar al finalizar el día en las parcelas, había que ir a la era a poner los haces que se habían traído durante la jornada, en el “tresnal” o sea bien apilados en forma de pirámide, con el fin de que ocuparan poco espacio para más tarde poder trillar y en caso de lluvia se escurriera por la parte externa de los haces. También se acarreaba con carro, siempre que los barrancos, acirates u otros inconvenientes no lo impidieran, una vez toda la mies en la era, que esto solía ser a mediados de Agosto, se empezaba a trillar, siempre que el tiempo lo permitiera, ya que en caso de lluvia o faltar el Sol, era imposible y no había que intentarlo.
Cuando el tiempo aclaraba y llegaban los rayos del sol, una vez que el rocío de la mañana se había secado, se empezaban a sacar los haces del tresnal con el fin de extenderlos por toda la era, después se cortaban los “ vencejos “ con una hoz o cosa semejante, seguidamente las gavillas que en la parcela habían servido para hacer los haces, eran desmenuzadas lo más posible, con el fin de que el trillo lo encontrara más llano, y los animales dieran vueltas a la parva en mejores condiciones.
Ya tenemos a las dos caballerías uncidas con el “ubio”, que con unas sogas dispuestas para que no se rozaran, se ataban a un travesaño, y éste con una argolla, se unía a un gancho que llevaba el trillo y en estas condiciones empezaban los animales a dar vueltas a la parva, al medio día, tanto los animales como las personas descansaban, no les hacía falta reloj, tampoco los había y menos de pulsera, cuando en la fachada este de la torre empezaba a ponerse en sombra, era medio día, en aquel momento las personas a comer y a las caballerías a darles agua en el pilón de la fuente.
La comida no duraba mucho, y menos si amenazaba tormenta, otra vez a lo mismo, los animales a dar vueltas con el fin de hacer las pajas de la mies cada vez más pequeñas, para dárselas a comer en los meses de invierno a las vacas, ovejas, etc.
Una vez terminado de trillar, se procedía a pingar la “parva “ ya que al otro día, se extenderían los haces alrededor de ella, normalmente no se abeldaba (aventar para separar el grano de la paja) hasta que no se terminaba de trillar el trigo, pero si alguna noche hacía un buen viento solano, se aprovechaba, y los mayores de la casa pasaban allí la noche separando el trigo de la paja, para tal fin, se empleaba el “bieldo” que consistía en un palo largo y en el extremo inferior, unos trozos de madera o de hierro en punta con los cuales se levantaba la paja y el trigo al mismo tiempo, encargándose el aire de separarlo, a la mañana siguiente, el trigo se cribaba, se metía en sacos y por medio de las caballerías, se llevaba al granero, la paja se ponía a un lado de la era, con el fin de poder trillar el mismo día, y de esta forma un día y otro hasta que terminaba de trillar el trigo, la avena, centeno y cebada, que eran las mieses que sembraba el labrador medio.
Por José Valdivieso Sánchez. Julio-2005
@Proyecto sierra de Baza
.... Cuando llegaba el tiempo de la siega intervenía toda la familia, hasta los de 12 años de edad, incluso la madre aunque tuviera algún niño de pecho, las familias en aquella época eran largas, compuestas normalmente de seis a diez hermanos, los de 12 años para abajo se quedaban en casa guardando a los más pequeños, se les metía a todos en una habitación exenta de muebles, si alguno mamaba, en la cuna si es que la había, y para los demás unas mantas en el suelo y algún juguete que había hecho el padre en los meses de invierno.
Antes de marchar al tajo y sin tiempo de lavarse la cara, los mayores bebían un par de copas de aguardiente, con unos trozos de torta de chicharrones, para almorzar, chorizo y jamón con unos buenos tragos de vino, en la comida, el cocido unos días, otros patatas con tocino o carne con patatas, el postre de fruta no existía y además no había costumbre, la bota de vino no faltaba, incluso se bebía entre comidas, para refrescar la boca, primero un trago de vino, después otro del botijo, ambas se metían en un hoyo arropadas con una manta, con el fin de que guardaran el frescor. La mayor parte de los días se comía en la parcela a la sombra de un árbol o cosa semejante.
El rato que teníamos para descansar después de comer, era casi imposible soportarlo: tábanos, moscas, mosquitos y algún que otro insecto, no te dejaban en paz, pero era tanta la necesidad de dormir que no te debas cuenta de que estaban picando, luego una vez despierto, veías los habones que habían dejado las picaduras.
La madre si en la casa había algún niño de pecho, se venía un par de horas antes de la hora de comer, con el fin de preparar las viandas que llevaría el acarreador y para dar de mamar al niño, esto último se convertía en un problema, como la madre venía normalmente sudorosa y cansada, el niño lloraba a todo pulmón por que quería mamar, ante tantos lloros, no tenía más remedio que darle el pecho, aunque no fuera más que por no verle llorar, pero esta leche más caliente que lo debido o por lo que fuera, le originaba al pequeño un malestar, más tarde una diarrea y a los seis u ocho días tocaba el campanil en la torre de la Iglesia, con aquel sonido cadencioso, anunciador de la muerte.
El verano era mal tiempo para los niños de pecho, estoy refiriéndome a la década de los años cuarenta.
En aquella época se segaba a hoz, una vez terminada la siega, se empezaba a acarrear los haces con las caballerías, a éstas después del aparejo normal, se les ponía la “jalma”, después las “jamugas “ bien prietas a la barriga del animal, se colocaban tres haces de unos 25 a 30 kilos de peso a cada lado de las “jamugas “, se les llevaba a la era, y cuando se terminaba de segar al finalizar el día en las parcelas, había que ir a la era a poner los haces que se habían traído durante la jornada, en el “tresnal” o sea bien apilados en forma de pirámide, con el fin de que ocuparan poco espacio para más tarde poder trillar y en caso de lluvia se escurriera por la parte externa de los haces. También se acarreaba con carro, siempre que los barrancos, acirates u otros inconvenientes no lo impidieran, una vez toda la mies en la era, que esto solía ser a mediados de Agosto, se empezaba a trillar, siempre que el tiempo lo permitiera, ya que en caso de lluvia o faltar el Sol, era imposible y no había que intentarlo.
Cuando el tiempo aclaraba y llegaban los rayos del sol, una vez que el rocío de la mañana se había secado, se empezaban a sacar los haces del tresnal con el fin de extenderlos por toda la era, después se cortaban los “ vencejos “ con una hoz o cosa semejante, seguidamente las gavillas que en la parcela habían servido para hacer los haces, eran desmenuzadas lo más posible, con el fin de que el trillo lo encontrara más llano, y los animales dieran vueltas a la parva en mejores condiciones.
Ya tenemos a las dos caballerías uncidas con el “ubio”, que con unas sogas dispuestas para que no se rozaran, se ataban a un travesaño, y éste con una argolla, se unía a un gancho que llevaba el trillo y en estas condiciones empezaban los animales a dar vueltas a la parva, al medio día, tanto los animales como las personas descansaban, no les hacía falta reloj, tampoco los había y menos de pulsera, cuando en la fachada este de la torre empezaba a ponerse en sombra, era medio día, en aquel momento las personas a comer y a las caballerías a darles agua en el pilón de la fuente.
La comida no duraba mucho, y menos si amenazaba tormenta, otra vez a lo mismo, los animales a dar vueltas con el fin de hacer las pajas de la mies cada vez más pequeñas, para dárselas a comer en los meses de invierno a las vacas, ovejas, etc.
Una vez terminado de trillar, se procedía a pingar la “parva “ ya que al otro día, se extenderían los haces alrededor de ella, normalmente no se abeldaba (aventar para separar el grano de la paja) hasta que no se terminaba de trillar el trigo, pero si alguna noche hacía un buen viento solano, se aprovechaba, y los mayores de la casa pasaban allí la noche separando el trigo de la paja, para tal fin, se empleaba el “bieldo” que consistía en un palo largo y en el extremo inferior, unos trozos de madera o de hierro en punta con los cuales se levantaba la paja y el trigo al mismo tiempo, encargándose el aire de separarlo, a la mañana siguiente, el trigo se cribaba, se metía en sacos y por medio de las caballerías, se llevaba al granero, la paja se ponía a un lado de la era, con el fin de poder trillar el mismo día, y de esta forma un día y otro hasta que terminaba de trillar el trigo, la avena, centeno y cebada, que eran las mieses que sembraba el labrador medio.