La historia de Jose Henares, vecino de Órgiva..
============================== ==============
Erase una vez un hombre que, con la mirada fija en el horizonte y que desde la popa de una vieja fusta, se alejaba de la costa de Andalucía y el dolor y con él las lágrimas asomaban en sus pupilas sin poder contenerlas.
Corría el año 1,609 y el viajero no entendía lo que en una semana había sucedido, su familia salió de Granada en una columna hacia Córdoba desde la explanada del Hospital Real una noche muy negra tras la rebelión y después había pasado por todas las calamidades en Córdoba, pero ya creía haber conseguido un sitio para él y los suyos, incluso un nombre y unos apellidos cristianos que ya eran respetados.
Cumplía junto a los suyos con todas las exigencias de un buen cristiano, la confesión, las bodas, los bautizos y la torta, incluso comía cerdo y que Dios le perdone pero le gustaba el jamón, las morcillas y los chorizos bien adobados con un buen vino de Montilla, aunque en la intimidad de su hogar seguían orando a su manera y a quien nunca dejaron de hacerlo, como siempre respetaron a María la madre del Profeta Jesús.
Él y su familia habían embarcado en Málaga, a pesar de que a la mayoría de los expulsados les habían conducido forzados a Sevilla y Almería.
Un Duque, para más señas, de Lerma, primer consejero de Felipe III, y a pesar de lo necesarios que eran para la economía del reino, había convencido a Felipe III para firmar el decreto que había convertido a Jose y tantos otros en extranjeros.
Que pena le atormentaba el alma desde sus ojos hasta lo más profundo de sus sentimientos, esa era la costa de Málaga, y tras las playas veía las sierras de la Axarquía y por encima de todas los picos blancos de Sierra Nevada y a su falda, aunque no la veía, la sentía, Granada...
Carlos Ignacio Pareja González.
============================== ==============
Erase una vez un hombre que, con la mirada fija en el horizonte y que desde la popa de una vieja fusta, se alejaba de la costa de Andalucía y el dolor y con él las lágrimas asomaban en sus pupilas sin poder contenerlas.
Corría el año 1,609 y el viajero no entendía lo que en una semana había sucedido, su familia salió de Granada en una columna hacia Córdoba desde la explanada del Hospital Real una noche muy negra tras la rebelión y después había pasado por todas las calamidades en Córdoba, pero ya creía haber conseguido un sitio para él y los suyos, incluso un nombre y unos apellidos cristianos que ya eran respetados.
Cumplía junto a los suyos con todas las exigencias de un buen cristiano, la confesión, las bodas, los bautizos y la torta, incluso comía cerdo y que Dios le perdone pero le gustaba el jamón, las morcillas y los chorizos bien adobados con un buen vino de Montilla, aunque en la intimidad de su hogar seguían orando a su manera y a quien nunca dejaron de hacerlo, como siempre respetaron a María la madre del Profeta Jesús.
Él y su familia habían embarcado en Málaga, a pesar de que a la mayoría de los expulsados les habían conducido forzados a Sevilla y Almería.
Un Duque, para más señas, de Lerma, primer consejero de Felipe III, y a pesar de lo necesarios que eran para la economía del reino, había convencido a Felipe III para firmar el decreto que había convertido a Jose y tantos otros en extranjeros.
Que pena le atormentaba el alma desde sus ojos hasta lo más profundo de sus sentimientos, esa era la costa de Málaga, y tras las playas veía las sierras de la Axarquía y por encima de todas los picos blancos de Sierra Nevada y a su falda, aunque no la veía, la sentía, Granada...
Carlos Ignacio Pareja González.