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LOS BALCONES: UN PASEO POR EL SÁBADO...

UN PASEO POR EL SÁBADO
Siempre me ha gustado el mercado al aire libre, bajo los celajes de Guadix, el popularmente llamado “sábado”, ¿en otras localidades dirán “vamos al miércoles”?, no creo, se lo preguntaré a Cele, vendedor de buenos tejidos y ropa interior en el “mercaíllo”.
Hasta hace poco, cuando se ponía en el centro del pueblo, se asemejaba a un mercado árabe o a un zoco medieval, con todo aparato de mercancías y regateos a la hora de las transacciones.
El factor tiempo se relativiza cuando uno se ensimisma en la visión del género o en el aroma de los herbolarios que tienen remedio hasta para “la parca”. Mi hija Candela y mi hijo Alberto se quedan absortos y maravillados cuando ven en persona, a pocos metros y hasta tocan a Bob Esponja o Goofy.
Las bragas y los sujetadores pierden su lascivia cuando se cuelgan en racimo como si fuesen papeles de celofán –“ ¡Niiiiñas vendo bragas a euro, sin usar, aprovecha!”-. El ambiente es bullicioso en verano; la bruñida piel de las sirenas de arcilla que levemente suda de accitanas que distraídas navegan; el olor a aceitunas aloreñas; la garganta rota del que pregona los zapatos jalonada de 24 quilates de oro en su advocación a la virgen del Rosario o al Real Madrid.
Recuerdo que hace años cuando el sábado se ponía junto al río un avispado “charlatán” - se va perdiendo esta suerte de vendedores - se presentaba como el hijo del santo Custodio; no usaba corbata ni pajarita sino lazo a la manera del medio Oeste americano y vendía unos polvos de color rosa palo que afirmaba curaban todos los males previo responso.
En lugares transitados pero de fácil salida –huida- se ponían alguna vez los trileros y cuando algún “primo” picaba y perdía a los dados o los garbanzos y el cubilete los “ganchos” calmaban su enfado de malas maneras y en dos segundos los pícaros se volatilizaban.
También recuerdo a ese otro vendedor que se ponía junto al arco que hay a la derecha del recientemente desaparecido minarete y vendía unas cuñas de chocolate recién salidas de la tahona, de chuparse los dedos. La preceptiva adquisición del desodorante Byly o un vistazo si cabía a Baturro (reserva caballar de sementales del ejercito patrio) cuyas gestas amorosas y herramientas de las que la naturaleza lo dotó se hicieron populares más allá del condado, antes de la coyunda adoptaba la pose de Furia.
El sábado es un lugar ajeno a la especulación y a la inflación, las cosas cuestan lo que valen y valen lo que cuestan, no hay engaño posible. Me gusta la tradición oral y verbal de los vendedores cuando cantan sus productos, Peret el rumbero lo explicaba bien, ya que él de joven también fue vendedor ambulante, diciendo algo así como que la falta de calidad en el género había que suplirla con pico y labia para crear una aureola de ilusión alrededor del producto y que el comprador se fuese satisfecho, o sea como ir a un restaurante y que te traten bien y que además te digan, sea verdad o no, que el cocinero trabajó en una brasería de Paris, ¿no es cierto que añadiría un subjetivo plus de sabor a nuestro paladar?
Siempre me han llamado la atención esos hombres que se sientan en una caja de cerveza o en un murete y que llevan los bienes en una carretilla de albañil y venden vino del país, ajetes o ajos, calabaza, brotes para plantar, espinacas, granadas o aquellos otros que venden estampitas de Fray Leopoldo de Alpandeire o escapularios de bisutería, desafortunadamente la globalización va haciendo que desaparezcan estos genuinos puestecillos y que los cerdicos sustituyan a las huchas de silueta tradicional –valga la doble intención del símil-.