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LOS BALCONES: No todo son flores...

No todo son flores
Y lo mismo que hay frases de abalanza sobre Granada que merecen ser grabadas en un azulejo, hay otras negativas que, sin duda, han contribuido a hacernos pensar en cómo somos realmente los granadinos.
Una de las aportaciones del escritor Laurie Lee en Una rosa para el invierno es su definición del carácter granadino por excelencia. Dice de los granadinos que "son conocidos en toda Andalucía como gente aparte, maldita, con formas de actuar que los reduce a veces a una melancolía asesina". Se estaba refiriendo sin duda a la malafollá. De todas maneras, Laurie Lee pasa por ser un autor que se inventó, según algunos estudiosos, que estuvo en la Guerra Civil española formando parte de las Brigadas Internacionales. Lo que sí es cierto es que se recorrió España subsistiendo gracias a lo que ganaba con su violín como músico ambulante. Cuando recaló en Almuñécar, escribió sobre los sexitanos: "Son gente fatalista, de conversaciones oblicuas y con una conversación cuajada de proverbios".
W. Somerset Maugham, autor inglés de referencia y un gran viajero, vino a Granada a comienzos del siglo pasado y escribió un libro sobre Andalucía que se publicó en 1931. En ese libro dedica unos cuantos capítulos a Granada a la que califica de "triste, gris y desolada". Decía que sus habitantes estaban siempre vagabundeando "melancólicos y ociosos por las calles". Nos tacha a los granadinos de taciturnos y sombríos y se atreve a culpar a la Sierra de que seamos unas personas apagadas e inexpresivas. Después de ver a nuestra montaña velada por las nubes y un halo de niebla a su alrededor, escribió: "Comprendí entonces que esas moles grises con su manto de nieve, imposibilitaban a la ciudad construida a sus mismos pies de entregarse por entero a la locuacidad y a la alegría". Con un par.
Otro que puso a parir a Granada fue Richard Ford, un avinagrado viajero inglés (no confundir con el gran novelista norteamericano) que estuvo cuatro años –desde 1830 a 1834– viviendo en el Palacio del Generalife gracias a un chanchullo administrativo y que se fijaba más en nuestros defectos que en nuestras virtudes. Su cometido era el de desmentir los tópicos sobre España y Andalucía que habían difundido los viajeros del Romanticismo. Escribió lo siguiente: "Pocos lugares de la península ofrecen un contraste más triste entre el pasado y el presente. Bajo los moros, Granada fue rica, brillante, culta, industriosa y valerosa. Ahora es pobre, aburrida, ignorante, indolente y áspera". Y más adelante: "Granada se estanca en una iletrada ignorancia: ni tiene librerías, ni letras, artes o armas, exceptuando la de una riña de gatos. La enseñanza se encuentra en su punto más bajo. El insignificante comercio está muerto. A Granada le faltan muchos caminos por recorrer". La guía donde escribió esto (Cosas de España. El país de lo imprevisto) tuvo un gran éxito y es posible que sirviera a los gobernantes granadinos de entonces para ponerse las pilas. Eso sí. A pesar de todo amaba Granada. La prueba está en que cuando regresó a Inglaterra, a Exeter, construyó una residencia en estilo neomudéjar que recordaba al Generalife y sus jardines. Allí albergó una gran biblioteca de libros en español que había reunido para estudiar a partir de 1837 la historia y costumbres de este país, labor a la que quiso consagrar su vida. Hay un retrato que le hizo el padre de Bécquer en el que está vestido a estilo Chorrojumo.
Hay otros autores que, como Richard Ford, piensan que Granada estaba mejor antes de ser reconquistada por los Reyes Católicos. Claro que ellos no vivieron en aquella época para comprobarlo. A finales del siglo XVIII, un diplomático francés llamado Juan Francisco Peyron, lamenta el abandono terrible en que se encontraba Granada en ese tiempo porque "mientras los moros poseían el reino de Granada, era el país del mundo más alegre y mejor cultivado. La población era inmensa, sus valles y sus montañas estaban cubiertas de viñas y de árboles frutales, pero hoy… ¡qué cambiado está!".