La historia de Argos, el perro que esperó durante 20 años el regreso de su dueño para poder morir.
Después de un largo viaje accidentado, el único ser en el mundo que reconoció a Ulises al volver a casa fue Argos, su perro fiel.
Al regresar de un viaje de décadas, no fue su esposa quien lo reconoció. Entre la multitud de personas anónimas, un héroe regresaba a casa, Ítaca, sin embargo, venido a menos después de una de las guerras más importantes de la Antigua Grecia. Sólo Argos, su perro, supo de quién se trataba: Ulises había vuelto a casa.
De entre los grandes héroes de la mitología griega, Ulises u Odiseo, como se le hace alusión en la epopeya que recibió su nombre por su inteligencia. Gracias a sus tácticas de guerra ingeniosas, llevó a los aqueos a la victoria en Troya, con la mítica batalla que ganaron con el caballo cargado de soldados griegos.
Después de años de participar en este conflicto bélico, en la Odisea (Canto XVII), se relata el viaje de regreso del héroe a casa. Se enfrentó a sirenas, tormentas inclementes y brujas que convirtieron a su tripulación entera en cerdos. Odiseo logró librar todas estas batallas con astucia, hasta que finalmente —según el poema de Homero—, llegó a Ítaca: su tierra natal.
Odiseo llegó viejo y cansado. Las canas le poblaron el rostro y el cráneo. La piel de su cuerpo ya no era tersa, como cuando emprendió el viaje para pelear en Troya. Por el contrario, los años y la guerra le habían cobrado altas facturas. Diez años en batalla; otros diez para volver a casa.
Al regresar a Ítaca, Odiseo temía que sus enemigos lo reconocieran. Por esta razón, invocó el poder de Atenea, la diosa de la sabiduría, de quien tenía amplia simpatía para que le velara las facciones y lo vistiera de mendigo. Ni siquiera su esposa lo reconoció al regresar.
El único ser en toda la isla que reconoció al héroe fue su perro: Argos. Al verlo llegar, descuidado, polvoriento y viejo después de dos décadas de no verlo, el animal se arrastró como pudo hasta los pies de su amo. Cuando volvió los ojos para saludarlo, agitó trabajosamente la cola, para indicarle que sabía perfectamente de quién se trataba.
Sin embargo, Odiseo no podía dejar de disimular su papel de mendigo. Por esta razón, y, aunque supo que era su perro, no lo pudo saludar. El héroe sólo derramó lágrimas. Argos murió después de eso, a los pies de su amo, como símbolo de lealtad absoluta.
Después de un largo viaje accidentado, el único ser en el mundo que reconoció a Ulises al volver a casa fue Argos, su perro fiel.
Al regresar de un viaje de décadas, no fue su esposa quien lo reconoció. Entre la multitud de personas anónimas, un héroe regresaba a casa, Ítaca, sin embargo, venido a menos después de una de las guerras más importantes de la Antigua Grecia. Sólo Argos, su perro, supo de quién se trataba: Ulises había vuelto a casa.
De entre los grandes héroes de la mitología griega, Ulises u Odiseo, como se le hace alusión en la epopeya que recibió su nombre por su inteligencia. Gracias a sus tácticas de guerra ingeniosas, llevó a los aqueos a la victoria en Troya, con la mítica batalla que ganaron con el caballo cargado de soldados griegos.
Después de años de participar en este conflicto bélico, en la Odisea (Canto XVII), se relata el viaje de regreso del héroe a casa. Se enfrentó a sirenas, tormentas inclementes y brujas que convirtieron a su tripulación entera en cerdos. Odiseo logró librar todas estas batallas con astucia, hasta que finalmente —según el poema de Homero—, llegó a Ítaca: su tierra natal.
Odiseo llegó viejo y cansado. Las canas le poblaron el rostro y el cráneo. La piel de su cuerpo ya no era tersa, como cuando emprendió el viaje para pelear en Troya. Por el contrario, los años y la guerra le habían cobrado altas facturas. Diez años en batalla; otros diez para volver a casa.
Al regresar a Ítaca, Odiseo temía que sus enemigos lo reconocieran. Por esta razón, invocó el poder de Atenea, la diosa de la sabiduría, de quien tenía amplia simpatía para que le velara las facciones y lo vistiera de mendigo. Ni siquiera su esposa lo reconoció al regresar.
El único ser en toda la isla que reconoció al héroe fue su perro: Argos. Al verlo llegar, descuidado, polvoriento y viejo después de dos décadas de no verlo, el animal se arrastró como pudo hasta los pies de su amo. Cuando volvió los ojos para saludarlo, agitó trabajosamente la cola, para indicarle que sabía perfectamente de quién se trataba.
Sin embargo, Odiseo no podía dejar de disimular su papel de mendigo. Por esta razón, y, aunque supo que era su perro, no lo pudo saludar. El héroe sólo derramó lágrimas. Argos murió después de eso, a los pies de su amo, como símbolo de lealtad absoluta.