Crecimiento y desarrollo no tienen por qué ser lo mismo, pero los municipios más importantes de la Costa han apostado decididamente por el crecimiento urbanístico como modelo de desarrollo económico. ¿Un error? Según los ecologistas, sí. Pero esto era algo que se sabía. Lo novedoso es que también los hoteleros están en contra del crecimiento que proponen los diferentes PGOU's de Almuñécar, Motril o Salobreña.
Un reciente estudio elaborado por Exceltur, una asociación de grandes empresas del sector turístico (Sol Meliá, NH Barceló, Hoteles Husa, Hesperia, Transmediterránea, Iberia, Viajes el Corte Inglés, entre otras) deja muy claro que apostar por el crecimiento desmesurado puede terminar matando a la gallina de los huevos de oro. Demasiadas casas no atraen al turista.
Porque el turista ha cambiado. Ya no quiere aglomeraciones. No quiere gente. Carol O'Brian, inglesa afincada en Albuñol, resume el sentir del turista británico: «Si quisiera miles de personas a mi alrededor estaría en Benidorm. Pero estoy aquí, quiero esto». Y 'esto' es playa, sol, buen clima, sí, pero sin gente.
Menos tiempo
El informe de Exceltur recuerda que «los turistas extranjeros permanecen cada vez menos tiempo en España». Los datos del último verano en Almuñécar no son precisamente alentadores. Rodolfo Pérez, responsable de varios bloques de apartamentos turísticos sexitanos, reconoce que, hasta el año 2005, «nunca había tenido plazas libre en agosto. Este año sí las he tenido». Algo empieza a hacer que el turista deje de acudir a la Costa. No hay que ser alarmistas. La tendencia no es precisamente alcista, pero la Costa, de momento, sigue atrayendo al visitante. La pregunta es por cuánto tiempo.
Almuñécar propone un crecimiento basado en 30.000 viviendas y cuatro campos de golf. Motril apuesta por construir 12.000 casas. Salobreña venderá 4, 3 millones de metros cuadrados de suelo para edificar hoteles, viviendas de lujo y campos de golf. Pero hay más. «Hay casos sangrantes, como el de Rubite, un pueblo de 500 habitantes y con problemas de abastecimiento de agua que quiere construir 2.000 viviendas y un campo de golf. Es una barbaridad», dice Fernando Alcalde, técnico del área de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Motril.
Lo que parece evidente es que la Costa camina sin remedio hacia un horizonte de ladrillo y un turismo basado en el golf y el residencial de lujo. Pero eso podría no ser la panacea. Por un lado, podría terminar con la oferta turística. Por otro, podría endeudar a los ayuntamientos, incapaces de sostener el gasto que se avecina. Porque todos esos residenciales llevan acarreados no pocos gastos que deben afrontar las arcas municipales. Se precisarán más calles y nuevos accesos, nuevas depuradoras y más canales de abastecimiento de agua, más energía eléctrica, más equipamientos urbanos, más gasto en recogida de residuos... Los ayuntamientos verán incrementado su gasto, mientras que no se garantiza la llegada de más turistas. Al contrario, el turismo podría decaer alarmantemente.
Exceltur ya avisa de lo que ha ocurrido en zonas como la Costa del Sol. «Ha primado el crecimiento por volumen, sin planificación, lo que ha generado zonas cada vez más urbanas, que comienzan a superar la capacidad de carga del territorio y entran en contradicción con las nuevas tendencias de demanda», explica. Es decir, se crece, pero no hay desarrollo económico. «El caso de Benalmádena es el más dramático», dice Fernando Al calde. Allí, en efecto, se ha crecido hasta el límite. El 100% de su suelo está construido. No puede crecer más. Pero hay deuda municipal. Algo ha fallado.
«El problema radica en que los ayuntamiento apenas sí tienen fuentes de financiación», explica Alcalde. El mayor activo con el que cuentan los consistorios es su suelo. Muchos han apostado por vender suelo a promotoras para obtener grandes ingresos. Pero la cuenta no sale. «Se vende suelo pero los gastos que acarrea para un municipio la urbanización de ese suelo son mayores. Entonces el Ayuntamiento se encuentra de nuevo con las arcas vacías y decide vender más suelo. Eso incrementa la urbanización y, por tanto, el gasto. Además, al destinarse ese espacio a residenciales, se está privando al municipio de instalar empresas o industrias que generen riqueza y empleo. Es decir, se 'gasta' el único recurso que le queda al municipio y se transforma en algo improductivo, que genera más gasto y nulos ingresos. ¿Y qué pasa cuando no haya más suelo para vender?», se pregunta el técnico municipal.
Algunas voces del sector turístico apuestan por destinar más suelo a hoteles y menos a apartamentos. Al fin y al cabo, un hotel es una empresa que genera empleo. Una casa, no. «Es evidente que cada residencial que se construye resta potenciales clientes a los hoteles», apunta Rafael Lamelas, secretario de la asociación de hoteleros de la Costa. Y un cliente de hotel deja mucho más dinero que un turista 'residencial'. «Es lo que ha ocurrido en el Levante español. Los alemanes ya no van a hoteles, sino que se han comprado casas o se van a una de un amigo. Dejan menos ingresos, pero no podemos decir que no sigan gastándose dinero en sus vacaciones», recuerda Lamelas.
Entonces, ¿más hoteles y menos residenciales? «Tampoco podemos apostar por construir hoteles sin planificación. Un hotel es una empresa y genera empleo, de acuerdo, pero tiene que generarlo todo el año, y no sólo tres meses. No podemos olvidar que en invierno muchos hoteles de la Costa cierran sus puertas por falta de clientela», advierte.
Perjuicio ambiental
La consecuencia parece clara. Crecer no es la solución para alcanzar el desarrollo. Los ecologistas advierten del grave perjuicio ambiental que producirían miles de viviendas en una zona con escasez de agua. Los hoteleros recuerdan que las casas restan negocio al turismo y que todavía no hay suficiente demanda como para crear más plazas hoteleras. Entonces, ¿por qué se apuesta por el crecimiento en volumen?
Por dinero. Una nueva industria se ha asociado al sector turístico. Es la industria inmobiliaria, que ha visto en los millones de turistas que cada año pagaban hotel un magnífico y numerosísimo cliente potencial.
Intereses diferentes
Pero los interesen del sector inmobiliario y del sector turístico no son los mismos. «Debemos separar muy bien ambas industrias, porque no tienen nada que ver», advierte Fernando Alcalde. La inmobiliaria compra suelo, construye y vende viviendas. Luego se va a otra zona a por más suelo libre. La turística vende un destino, un producto que debe mantener con el paso de los años. No es lo mismo. Se podría decir que ambos sectores compiten por un mismo cliente. De momento, gana la industria inmobiliaria. «Está captando al turista y reconvirtiéndolo en su cliente. Pero el sector inmobiliario no genera riqueza para el municipio. Compra suelo, que ya nunca puede volver a utilizarse para otro fin que no sea urbanizable, construye viviendas, recoge el dinero y se marcha, dejando al Ayuntamiento sin parte de su activo y con más gastos a los que hacer frente», señala Alcalde.
A pesar de todo, el modelo que de momento se impone en la Costa es el modelo 'Málaga'. Ladrillo sobre ladrillo e ingresos municipales a corto plazo. Pero ya son muchas voces las que sostienen que, a largo plazo, los ladrillos podrían enterrar el negocio del turismo y, de paso, el de la agricultura. Las mejores industrias con las que cuenta la Costa.
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Un reciente estudio elaborado por Exceltur, una asociación de grandes empresas del sector turístico (Sol Meliá, NH Barceló, Hoteles Husa, Hesperia, Transmediterránea, Iberia, Viajes el Corte Inglés, entre otras) deja muy claro que apostar por el crecimiento desmesurado puede terminar matando a la gallina de los huevos de oro. Demasiadas casas no atraen al turista.
Porque el turista ha cambiado. Ya no quiere aglomeraciones. No quiere gente. Carol O'Brian, inglesa afincada en Albuñol, resume el sentir del turista británico: «Si quisiera miles de personas a mi alrededor estaría en Benidorm. Pero estoy aquí, quiero esto». Y 'esto' es playa, sol, buen clima, sí, pero sin gente.
Menos tiempo
El informe de Exceltur recuerda que «los turistas extranjeros permanecen cada vez menos tiempo en España». Los datos del último verano en Almuñécar no son precisamente alentadores. Rodolfo Pérez, responsable de varios bloques de apartamentos turísticos sexitanos, reconoce que, hasta el año 2005, «nunca había tenido plazas libre en agosto. Este año sí las he tenido». Algo empieza a hacer que el turista deje de acudir a la Costa. No hay que ser alarmistas. La tendencia no es precisamente alcista, pero la Costa, de momento, sigue atrayendo al visitante. La pregunta es por cuánto tiempo.
Almuñécar propone un crecimiento basado en 30.000 viviendas y cuatro campos de golf. Motril apuesta por construir 12.000 casas. Salobreña venderá 4, 3 millones de metros cuadrados de suelo para edificar hoteles, viviendas de lujo y campos de golf. Pero hay más. «Hay casos sangrantes, como el de Rubite, un pueblo de 500 habitantes y con problemas de abastecimiento de agua que quiere construir 2.000 viviendas y un campo de golf. Es una barbaridad», dice Fernando Alcalde, técnico del área de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Motril.
Lo que parece evidente es que la Costa camina sin remedio hacia un horizonte de ladrillo y un turismo basado en el golf y el residencial de lujo. Pero eso podría no ser la panacea. Por un lado, podría terminar con la oferta turística. Por otro, podría endeudar a los ayuntamientos, incapaces de sostener el gasto que se avecina. Porque todos esos residenciales llevan acarreados no pocos gastos que deben afrontar las arcas municipales. Se precisarán más calles y nuevos accesos, nuevas depuradoras y más canales de abastecimiento de agua, más energía eléctrica, más equipamientos urbanos, más gasto en recogida de residuos... Los ayuntamientos verán incrementado su gasto, mientras que no se garantiza la llegada de más turistas. Al contrario, el turismo podría decaer alarmantemente.
Exceltur ya avisa de lo que ha ocurrido en zonas como la Costa del Sol. «Ha primado el crecimiento por volumen, sin planificación, lo que ha generado zonas cada vez más urbanas, que comienzan a superar la capacidad de carga del territorio y entran en contradicción con las nuevas tendencias de demanda», explica. Es decir, se crece, pero no hay desarrollo económico. «El caso de Benalmádena es el más dramático», dice Fernando Al calde. Allí, en efecto, se ha crecido hasta el límite. El 100% de su suelo está construido. No puede crecer más. Pero hay deuda municipal. Algo ha fallado.
«El problema radica en que los ayuntamiento apenas sí tienen fuentes de financiación», explica Alcalde. El mayor activo con el que cuentan los consistorios es su suelo. Muchos han apostado por vender suelo a promotoras para obtener grandes ingresos. Pero la cuenta no sale. «Se vende suelo pero los gastos que acarrea para un municipio la urbanización de ese suelo son mayores. Entonces el Ayuntamiento se encuentra de nuevo con las arcas vacías y decide vender más suelo. Eso incrementa la urbanización y, por tanto, el gasto. Además, al destinarse ese espacio a residenciales, se está privando al municipio de instalar empresas o industrias que generen riqueza y empleo. Es decir, se 'gasta' el único recurso que le queda al municipio y se transforma en algo improductivo, que genera más gasto y nulos ingresos. ¿Y qué pasa cuando no haya más suelo para vender?», se pregunta el técnico municipal.
Algunas voces del sector turístico apuestan por destinar más suelo a hoteles y menos a apartamentos. Al fin y al cabo, un hotel es una empresa que genera empleo. Una casa, no. «Es evidente que cada residencial que se construye resta potenciales clientes a los hoteles», apunta Rafael Lamelas, secretario de la asociación de hoteleros de la Costa. Y un cliente de hotel deja mucho más dinero que un turista 'residencial'. «Es lo que ha ocurrido en el Levante español. Los alemanes ya no van a hoteles, sino que se han comprado casas o se van a una de un amigo. Dejan menos ingresos, pero no podemos decir que no sigan gastándose dinero en sus vacaciones», recuerda Lamelas.
Entonces, ¿más hoteles y menos residenciales? «Tampoco podemos apostar por construir hoteles sin planificación. Un hotel es una empresa y genera empleo, de acuerdo, pero tiene que generarlo todo el año, y no sólo tres meses. No podemos olvidar que en invierno muchos hoteles de la Costa cierran sus puertas por falta de clientela», advierte.
Perjuicio ambiental
La consecuencia parece clara. Crecer no es la solución para alcanzar el desarrollo. Los ecologistas advierten del grave perjuicio ambiental que producirían miles de viviendas en una zona con escasez de agua. Los hoteleros recuerdan que las casas restan negocio al turismo y que todavía no hay suficiente demanda como para crear más plazas hoteleras. Entonces, ¿por qué se apuesta por el crecimiento en volumen?
Por dinero. Una nueva industria se ha asociado al sector turístico. Es la industria inmobiliaria, que ha visto en los millones de turistas que cada año pagaban hotel un magnífico y numerosísimo cliente potencial.
Intereses diferentes
Pero los interesen del sector inmobiliario y del sector turístico no son los mismos. «Debemos separar muy bien ambas industrias, porque no tienen nada que ver», advierte Fernando Alcalde. La inmobiliaria compra suelo, construye y vende viviendas. Luego se va a otra zona a por más suelo libre. La turística vende un destino, un producto que debe mantener con el paso de los años. No es lo mismo. Se podría decir que ambos sectores compiten por un mismo cliente. De momento, gana la industria inmobiliaria. «Está captando al turista y reconvirtiéndolo en su cliente. Pero el sector inmobiliario no genera riqueza para el municipio. Compra suelo, que ya nunca puede volver a utilizarse para otro fin que no sea urbanizable, construye viviendas, recoge el dinero y se marcha, dejando al Ayuntamiento sin parte de su activo y con más gastos a los que hacer frente», señala Alcalde.
A pesar de todo, el modelo que de momento se impone en la Costa es el modelo 'Málaga'. Ladrillo sobre ladrillo e ingresos municipales a corto plazo. Pero ya son muchas voces las que sostienen que, a largo plazo, los ladrillos podrían enterrar el negocio del turismo y, de paso, el de la agricultura. Las mejores industrias con las que cuenta la Costa.
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