En mis tiempos, el
convento era como un sitio mágico, se inventó la leyenda de la mano negra, todavía quedará alguna pintada en las paredes. Nadie era capaz de subir a las habitaciones superiores solo. Yo lo hice por una apuesta que luego no cobré. Para demostrarlo, tenía que coger una caja que había en la repisa de la
chimenea y bajar. Así lo hice, lo que ocurrió es que la mencionada caja era de veneno y yo muy pequeño, por lo tanto me la volqué en los ojos y las pasé canutas.