La serpiente mordió a la gallina, y con el veneno ardiendo en su cuerpo, buscó
refugio en su gallinero.
Pero las demás gallinas prefirieron expulsarla para que el veneno no se propagara.
La gallina salió cojeando, llorando de dolor. No por la mordida, sino por el abandono y el desprecio de su propia
familia en el momento en que más los necesitaba.
Así se fue... ardiendo de fiebre, arrastrando una de sus patas, vulnerable a las
noches frías.
Con cada paso, una lágrima caía.
Las gallinas en
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